LOS PATRIARCAS PROTOHISTÓRICOS DE LA SUBMESETA SUR. Por Verónica López Subirats.
El final del Neolítico y el comienzo del Calcolítico comportaron un mejor aprovechamiento de los productos secundarios derivados de la agricultura y especialmente de la ganadería, que algunos autores un tanto enfáticos han considerado una transformación revolucionaria.
En verdad el más firme dominio de las nuevas formas de producción aportó grandes beneficios a aquellas sociedades protohistóricas, cuya estratificación social se diversificó en consecuencia. Los primigenios agricultores dieron paso a sociedades compuestas por labradores, pastores, mineros, artesanos, guerreros y sacerdotes.
En tierras de la Submeseta Sur se acentuaron los movimientos estacionales de los rebaños de ganado, que David Rodríguez González ha caracterizado de trasterminancia. Las comunidades de finales del Neolítico cultivarían durante el invierno los campos de las planicies siguiendo un ciclo corto. A la llegada del verano buscarían los pastos de las serranías, convirtiendo las cuevas en auténticos corrales.
Tales movimientos alentarían la productividad, los intercambios y la organización del espacio de una forma más jerarquizada. Estaría en la raíz de la Cultura del Bronce de La Mancha, también conocida como de las Motillas.
Tal nombre han venido recibiendo los poblados enclavados en la llanura castellano-manchega, complementarios de las morras o castillejos de las alturas. Detrás del fenómeno se ha visto la influencia de la cultura argárica, cuyo principal núcleo se encontraba en la actual provincia de Almería, pero recientemente se le concibe más en términos de desarrollo social autóctono.
El horizonte cronológico de esta cultura de la Edad del Bronce abarca en líneas generales desde el 2200 al 1500 antes de Jesucristo aproximadamente, siendo coetánea del Egipto del Imperio Medio, de la Babilonia de Hammurabi o de la Creta de Minos. El Estado ya daba buenas muestras de vida en el Mediterráneo Oriental, y es muy probable que en la península Ibérica ya comenzara a poner sus bases.
Esta cultura se extendía en un territorio comprendido entre el Norte del río Segura, la cabecera del Vinalopó, el Sur del Tajo y la serranía de Cuenca, de gran diversidad ecológica. En algunos asentamientos ya encontramos constancia de la preocupación por el control de los pozos de agua, como en la Motilla del Azuer (Daimiel). No podemos asegurar si se trata de un signo de escasez hídrica en la zona o de un elemental gesto de prudencia.
En sus poblados sobresale su carácter de defensa maciza. Sus viviendas se disponen con frecuencia en forma circular alrededor de una torre fuerte. Hasta qué punto fue aquél un tiempo de guerras no lo podemos asegurar con claridad, pues tales construcciones también podían responder a la lógica del agrupamiento de determinados linajes alrededor de una figura patriarcal.
Los arqueólogos han destacado la gran cantidad de yacimientos, que conformarían verdaderas redes de torres que con facilidad se comunicarían visualmente entre sí dada su proximidad. No dejarían de formar caminos que con el tiempo serían útiles a alguna autoridad ambiciosa de expansionar su territorio de obediencia.
¿Estamos ante una primigenia Sumeria? No lo parece. Los ajuares funerarios no muestran unas diferencias sociales muy notadas. Serían grupos gentilicios que todavía cultivaban los terrazgos con útiles neolíticos. Pese a adscribirse a la Edad del Bronce, el cobre dejaba sentir su hegemonía en muchos instrumentos. Sin unos conocimientos técnicos adecuados y una disciplina comunitaria bien regulada hubiera sido imposible la construcción de las motillas y los castillejos.
En zonas como las del curso alto del Guadiana las sequías provocaron problemas a algunas poblaciones. Aunque no podemos atribuir el declive de la Cultura del Bronce de la Mancha a una catástrofe climática, como a veces se ha postulado con los mayas, la sequía fue uno de los factores que propiciaron el abandono de algunos puntos y la concentración de la población en otros más propicios.
Con la llegada de los fenicios a la Península las rutas comerciales se reactivaron, lo que estuvo en el origen de Tartessos. La búsqueda de metales y la difusión de productos de origen oriental llegaron a la Submeseta Sur por diferentes vías, alentando el crecimiento de Cástulo. En la forja de los oretanos resultó esencial la contribución de las Motillas.