LOS OCCIDENTALES Y EL DOMINIO DE TERRITORIOS BIZANTINOS. Por Víctor Manuel Galán Tendero.

15.08.2024 19:34

               

                Las Cruzadas forman parte de los inicios del expansionismo occidental. Los cruzados no sólo combatieron con los musulmanes por el control de Tierra Santa, sino también con los ortodoxos bizantinos por el de sus dominios, comercialmente ricos y culturalmente prestigiosos. El 13 de abril de 1204 conquistaron y saquearon con ferocidad Constantinopla. Los vencedores, una coalición de venecianos y de distintos barones europeos, le dieron la corona del nuevo imperio latino al conde de Flandes Balduino el 16 de mayo, en una ceremonia celebrada en Santa Sofía, y el primero de octubre se dividió el botín territorial, una vez que se encontraba en paz la tierra de Constantinopla a Tesalónica.

                Bajo la teórica obediencia feudal al emperador (señor directo de Tracia, del noroeste de Asia Menor y de las islas de Lesbos, Quíos y Samos), se instauraron el reino de Tesalónica, el principado de Acaya, y los ducados de Atenas, del Archipiélago o de Naxos, de Filadelfia, de Nicea y de Filipópolis. A Venecia correspondieron las tres octavas partes del imperio bizantino, como Creta, sin el deber de rendir pleitesía al emperador. El Asia Menor no suscitó las mismas apetencias que los Balcanes entre los conquistadores, algo que les resultaría adverso ante el resurgimiento allí del poder bizantino.

                La suerte del imperio y de sus feudos fue muy dispar. En Tracia, los señores latinos no quisieron reconocer la preeminencia y los bienes de la nobleza bizantina, que se coaligó con el zar Kaloján de Bulgaria. Las guarniciones latinas fueron masacradas en Demótica y Adrianópolis, y cerca de esta ciudad se libró el 14 de abril de 1205 una batalla en la que los aliados se alzaron con el triunfo. El emperador Balduino fue hecho cautivo de manera definitiva, y murieron caballeros como el conde Luis de Blois. El núcleo imperial se encontraba quebrantado, y el imperio latino se mantuvo con no escasas dificultades hasta 1261, cuando Miguel VIII Paleólogo se hizo con el dominio de Constantinopla.

                Bonifacio de Montferrato, que no había logrado ser emperador, compró a Venecia los derechos sobre Tesalónica, pero su hijo sólo pudo conservarla hasta diciembre de 1224, cuando fue conquistada por el déspota bizantino de Epiro. El conde Luis de Blois, caído en Adrianópolis, apenas ejerció como duque de Nicea, lo que alentó a los bizantinos a pasar al ataque. Tampoco pudo conservar Renier de Trit el ducado de Filipópolis ante el empuje búlgaro. En un clima marcado por las incursiones turcas y el desgaste de bizantinos y latinos en lucha, la gran compañía de los almogávares catalanes y aragoneses conquistó los ducados de Atenas y Neopatria, en la órbita de la casa de Aragón de 1318 a 1390.

                Mayor fortuna tuvo en el Mediterráneo oriental la república de Venecia, regida por una aristocracia mercantil. Además de recibir al comienzo las tres octavas partes de Constantinopla, poseyó Corón y Modón de 1206 a 1500, Creta de 1207 a 1715, inicialmente Corfú de 1207 a 1214, las islas Jónicas de 1209 a 1323, los archipiélagos egeos de 1207 a 1566, Negroponte o Eubea de 1209 a 1470,  Adrianópolis de 1212 a 1247, Tesalónica de 1423 a 1430, y el reino de Chipre de 1489 a 1571.

                Los venecianos y otros conquistadores se enfrentaron a problemas muy similares, derivados de las graves dificultades experimentadas en el Mediterráneo oriental de la Baja Edad Media. Junto a las guerras, el flagelo de la peste azotó a las gentes sucesivamente. Los bandidos se generalizaron en el clima de miseria de los Balcanes, formándose huestes campesinas contra aquéllos en Macedonia. Varias poblaciones se pusieron en movimiento. Si los valacos alcanzaron Acaya, los campesinos albaneses irrumpieron en Tesalia, Ática, Eubea, Elida, Arcadia y Mesenia por la pérdida de sus terrazgos a manos de la aristocracia. La inseguridad política y la presión aristocrática obligaron, así pues, a muchos campesinos a abandonar sus tierras, aumentando los baldíos en áreas como Acaya. No pocos se convirtieron en paroicos o encomendados de los aristócratas pronoiai, beneficiarios de bienes públicos de la antigua administración bizantina. El campesinado medio y pequeño sólo pudo sostenerse en la costa de Dalmacia por el mayor interés de la aristocracia local en las ganancias del comercio. Ante la carencia de brazos en numerosas comarcas, los señores buscaron afanosamente a los campesinos libres errabundos, los eleúteros.

                En la Acaya franca, por motivos de viva necesidad, los conquistadores no cometieron los errores que condujeron al desastre de Adrianópolis, reconociendo a los sometidos griegos su fe ortodoxa, sus leyes y costumbres romanas. Procedieron de igual modo que los conquistadores cristianos de Al-Ándalus con los mudéjares. El territorio se dividió en doce grandes baronías seglares (cada una compuesta de feudos de caballería más pequeños) y siete eclesiásticas. Las órdenes del Temple, del Hospital y Teutónica también recibieron donaciones de tierras. Los barones y caballeros latinos aceptaron a los aristocráticos arcontes bizantinos en las filas de la nobleza del principado, y se erigieron en señores de los campesinos de los casales o aldeas, los antiguos paroicos obligados a pagarles los anteriores impuestos bizantinos (como parte de las cosechas) y a realizar nuevas prestaciones personales de carácter feudal. En medio de fuertes luchas entre facciones y aspirantes a su título, el principado se mantuvo hasta 1432, cuando el bizantino déspota de Morea terminó de conquistarlo.

                Los aragoneses también implantaron modelos feudales en la realidad bizantina de los ducados de Atenas y Neopatria. Ante los ataques de sus adversarios, como las compañías navarras de Juan de Urtubia, varios de sus barones rindieron homenaje directamente en 1379 a Pedro IV de Aragón, que mandó en 1381 al vizconde Rocabertí como su lugarteniente y capitán general. Los ducados atesoraban un alto valor simbólico para el rey aragonés, el nuevo señor de la Acrópolis que quiso conseguir en Grecia la reliquia de la cabeza de San Jorge. Con astucia, pretendió ganarse el favor de los eclesiásticos latinos y griegos dándoles los derechos de los de Aragón y Cataluña, la posibilidad de adquirir bienes del patrimonio ducal, y de  enfranquecer a sus vasallos fiscalmente. A cambio, se esperaba que obedecieran los mandatos militares del lugarteniente. Ante la falta de brazos, se concedieron exenciones a los griegos y albaneses que quisieran poblar los ducados. Los esfuerzos de Aragón por afirmarse no tuvieron éxito, y entre 1388 y 1390 las fuerzas de los florentinos Acciaiuoli terminaron conquistando Atenas y Neopatria.

                Los venecianos disputaron igualmente con otros barones latinos y con los genoveses. Se enfrentaron también a la carencia de mano de obra, y en el siglo XV disputó la albanesa con los duques de Atenas para sus dominios en Mesenia y Eubea. El abandono de tierras llegó a ser tan grave en Creta que se trajeron por la fuerza a griegos insulares y armenios. No se tuvo empacho en introducir esclavos de distintos puntos del Mediterráneo oriental.

                En esta isla establecieron el reino de Candía, dividido en seis territorios o sexteria. Su gobierno, encabezado por un duque, se confió a nobles venecianos, y la justicia fue administrada por aristócratas venecianos y cretenses. Los nuevos señores tuvieron preferencia por establecerse en las ciudades, de clara vocación comercial, y unos ochocientos kilómetros cuadrados alrededor de Candía fueron de titularidad municipal. En Corón y Modón alcanzaron casi todo el territorio, y gran parte de la planicie en Negroponto. Se otorgaron tierras a los nobles de Venecia a cambio de prestaciones militares, pero los feudatarios no gozaron de la parte del león de la mano de obra. Trataron éstos a sus campesinos como verdaderos objetos, que podían alquilarse o venderse a placer. Los arcontes griegos se sintieron animados a agravar la situación de sus cultivadores. La condición de los campesinos de las comunas o municipalidades parecía mejor sobre el papel: podían circular libremente por la isla, pero sin confundirse con otros y sin posibilidad de abandonarla. No es nada extraño que proliferaran las fugas, el bandidismo y las revueltas en la Creta rural del atribulado siglo XIV.

                Aunque muchos feudatarios venecianos se arruinaron, como sus homólogos de otros Estados occidentales, el imperio de Venecia tuvo al final éxito económico. Los castillos establecidos en las planicies agrícolas de Creta sirvieron para regular con determinación el uso del agua, la viticultura y la arboricultura. El cultivo de la caña de azúcar desde 1428 y posteriormente del algodón redujo la superficie dedicada a los cereales, lo que se compensó comerciando con Tracia y la Rusia meridional. De Alejandría y Siria, controladas por los sultanes mamelucos, se importaron especias, sedas y más azúcar. En los tratos con el reino de Chipre, finalmente dominado por los venecianos, sobresalió la familia Contarini. La flota de la Serenísima resultó determinante, como se demostró durante el embargo genovés de Chipre de 1373-4, constituyendo una de sus principales bazas.

                Sus rivales genoveses no llegaron a tener en el Mediterráneo oriental unos dominios tan extensos como ellos, pero la suerte de Bizancio no les resultó en absoluto indiferente. Se aliaron con el emperador Miguel VIII contra Venecia y sus coaligados latinos, aunque en la batalla naval de Settepozzi de 1263 acabaron vencidos. Ante tal resultado, aquél rompió su alianza con Génova para concertar un nuevo tratado con Venecia, si bien los genoveses habían logrado la libertad de comerciar en todas las tierras obedientes a Bizancio y un barrio propio en el mercantil Cuerno de Oro, el de Gálata.

                Ante la hegemonía veneciana en el sur del Egeo, los genoveses afirmaron desde su estratégica posición de Gálata el control sobre las vitales comunicaciones entre el mar Negro y el Mediterráneo. En su nuevo conflicto con Venecia, de 1294 a 1302, volvieron a tener de su parte a los bizantinos. Llegaron a poner un pie en Creta al principio, pero no lograron al final la victoria. Los derrotados y aleccionados genoveses sacaron sus conclusiones de ello, y alzaron una muralla en Gálata. Paralelamente, el antiguo almirante del rey de Francia y señor de las minas de alumbre de Focea, el genovés Benedetto Zaccaria, conquistó en 1304 la isla de Quíos a los corsarios musulmanes y las casi despobladas islas Samos y Cos. La primera se perdió durante un tiempo, pero Génova la recuperó en 1346, erigiéndose en una de las principales bases de la compañía mercantil de los Giustiniani hasta mediados del siglo XVI.

                Otro hombre de acción genovés fue Vignolo de Vignoli. Después de conseguir del emperador Andrónico II el arriendo de las islas del Dodecaneso de Cos y Leros, propuso en Chipre al gran maestre del Hospital Foulques de Villaret una ambiciosa empresa de conquista. El 27 de mayo de 1306 el genovés acordó la cesión a los hospitalarios de sus derechos sobre las dos mencionadas islas, a cambio de la posesión de Lardos, de una propiedad de su gusto en Rodas y del título de vicario y justicia de las islas cercanas. Él y la orden nombrarían a los recaudadores y se repartirían los frutos de las recaudaciones, yendo a parar al genovés su tercera parte. La expedición partió de la chipriota Limassol el 23 de junio, pero Vignolo de Vignoli cayó en un reconocimiento de la costa rodia. Los hospitalarios se enfrentaron a la decidida resistencia bizantina, contando en lo sucesivo con la ayuda naval genovesa. En noviembre se hicieron, según algunas versiones por traición, con el castillo de Philermo. A 15 de agosto de 1310 rindieron la ciudad de Rodas, una vez que los refuerzos mandados por los bizantinos terminaron por culpa de los temporales en Chipre. La orden del Hospital trasladó sus cuarteles generales a Rodas,  convertida en un baluarte occidental hasta la conquista turca de 1522.

                La guerra civil que asoló el desarbolado imperio Bizantino, especialmente dura entre 1341 y 1347, desveló la importancia de los activos de Génova en el Mediterráneo oriental. Optó por la captación de la mayor parte de los ingresos aduaneros obtenidos en el Bósforo y los Dardanelos, alcanzando el 87% del total. Mientras los bizantinos apenas ingresaban al año unos 30.000 hiperpirones aúreos (los besantes de los comerciantes italianos), se embolsaban 200.000 los genoveses. El disputado emperador Juan VI Cantacuceno se empeñó en echarles un pulso. Rebajó a conciencia los derechos comerciales de la Constantinopla bajo su obediencia directa para competir con los cobrados en Gálata, con la intención de desviar en su beneficio el flujo mercantil. También exigió a los grandes propietarios la cantidad de 50.000 hiperpirones para poner en el mar una flota, que los genoveses aniquilaron en la primavera de 1349.

                Un punto de gran importancia para Génova fue Caffa, en la bahía crimeana de Feodosia, una posición que consiguieron en 1266 por un acuerdo con los mongoles de la Horda de Oro. La venta por los genoveses de esclavos turcos para las fuerzas mamelucas del sultán de Babilonia encolerizó a sus enemigos mongoles, que conquistaron Caffa en 1308 tras un año de sitio. Los genoveses la recuperaron en 1312, y en 1346 aguantaron el nuevo asedio mongol, en el que los atacantes les lanzaron cuerpos de guerreros muertos por la peste negra, que tantos estragos haría en los siguientes años en Europa. En sus aguas, apresaron en 1350 varios barcos venecianos, lo que encendió nuevamente la guerra entre ambas repúblicas italianas.

                Se combatió alrededor del Bósforo, y contra Génova hicieron causa común Venecia, Bizancio y Aragón, enemiga por el dominio de Córcega y Cerdeña. No en vano, los genoveses se habían convertido desde tiempos de Alfonso X el Sabio en aliados de los castellanos. La guerra se prolongó hasta 1355, sin éxito para Génova, que en las décadas venideras trataría de afirmarse en otros puntos del Mediterráneo oriental. Aprovechándose de las discordias que dividían el reino de Chipre, ocuparon la ciudad de Famagusta en 1373. Las querellas de la corte bizantina también se utilizaron para intentar dominar la isla de Ténedos, cercana a la boca de los Dardanelos. Se disputaron tan estratégico punto con sus eternos rivales venecianos entre 1376 y 1381. Por la paz de Turín del 8 de abril de ese último año, ni unos ni otros la poseerían, sus fortificaciones deberían ser destruidas, sus gentes enviadas a Creta y a Naxos, y su dominio entregado al duque de Saboya como garantía de neutralidad. El gobernador veneciano, Zanachi Mudazzo, puso palos en la rueda, negándose a entregarla hasta 1384. Ténedos, finalmente, escapó a los genoveses, y los venecianos la perdieron ante los turcos otomanos en 1455.

                Génova quiso rentabilizar algunas de sus posesiones más valiosas confiándolas a la casa o banco de San Jorge, fundado en 1407. Regido por cuatro cónsules, concentró no pocos de los capitales de la aristocracia genovesa, como los de la familia judía de los Ghisolfi. Precisamente, Simeón Ghisolfi se convirtió en 1419 en gobernante de la península de Tamán, la llave entre el mar Negro y el de Azov, por su matrimonio con la princesa del lugar. Si en 1447 el banco se hizo cargo de Famagusta, en 1453 se haría con el control de Caffa y su área de influencia, que abarcaba la península de Tamán. Sin embargo, la casa de San Jorge sólo pudo retener aquellos territorios por unos años: los turcos otomanos desalojaron a los genoveses de Caffa en 1475, y en 1489 de Famagusta los venecianos, nuevos señores de Chipre. La caída de Constantinopla en 1453 arrastró la de su emporio de Gálata, mientras los intereses de Génova se fortalecían en el Mediterráneo occidental y en el Atlántico, cada vez más abierto a las navegaciones europeas. La experiencia del banco de San Jorge, con todo, avanzó las posteriores de las compañías de las Indias de las Provincias Unidas, Inglaterra y Francia.

                Los occidentales no sólo probaron fortuna en el disputado espacio bizantino como guerreros o mercaderes, sino también como avezados mineros. Competidores y discípulos de Bizancio, los serbios llegaron a crear un importante reino en los Balcanes. La guerra civil entre los bizantinos les abrió las puertas de su expansión por Albania y Macedonia entre 1341 y 1347. Aunque los reyes y los nobles serbios se apoderaron de los bienes de la aristocracia bizantina, preservando el sistema de pronoia, la principal fuente de riqueza del reino fue la minería. Alentada desde el siglo XIII por los mismos monarcas, atrajo a trabajadores de origen germánico, como los sajones que contaban con sus propias leyes y códigos mineros. Su experiencia, por ende, fue muy distinta a la de los trabajadores forzados de las minas del imperio español en Indias.

                Alrededor de los centros mineros del oro y de la plata aparecieron nuevos asentamientos, en los que florecieron las colonias de origen variopinto, como genoveses, venecianos, raguseos y otros. El comercio prosperó, y el reino de Serbia pudo disfrutar en el siglo XIV de una moneda estable. Sin embargo, los otomanos, que infringieron en 1389 a los serbios una importante derrota en Kosovo, detuvieron su triunfante marcha hacia la hegemonía balcánica. No en balde,  aquéllos también fomentarían la minería. Cruzadas como la de 1396 terminaron en desastre, y los otomanos terminaron barriendo a sus oponentes en el Mediterráneo oriental. Sin embargo, la experiencia occidental allí durante la Baja Edad Media avanzó algunos rasgos de la conquista y la colonización europea de la Edad Moderna. El fracaso fue, en consecuencia, muy relativo.

    Para saber más.

    Perry Anderson, Transiciones de la Antigüedad al feudalismo, Madrid, 1990.

    Michel Kaplan, Bernadette Martin y Alain Ducelier, El Cercano Oriente medieval, Madrid, 1988.

    Georg Ostrogorsky, Historia del Estado Bizantino, Madrid, 1984.

    Antonio Rubió, Los navarros en Grecia y el ducado catalán de Atenas en la época de su invasión, Barcelona, 1886.