LOS MUDÉJARES DEL VALLE MEDIO DEL EBRO.

29.07.2018 10:36

                En el 1118 las fuerzas de Alfonso I el Batallador entraron en una de las mayores ciudades de la Península, Zaragoza, llamada a convertirse en la capital del reino de Aragón. Tudela y Tarazona cayeron en el 1119.

                Los aragoneses se encontraron con la realidad humana del valle medio del Ebro, fértil área donde la vida ciudadana y la cultura musulmana habían echado raíces. Ya no se trataba de arrancar un tributo a sus emires, sino de gobernar por sí mismos el territorio y sus gentes.

                La crisis social padecida al final del periodo de las taifas no solo trató de ser aprovechada por los almorávides, que se presentaron como rigoristas defensores de la ley coránica, capaces de poner freno a los excesos fiscales, sino también por los monarcas cristianos. Alfonso VI, una vez ganada Toledo, tentó a los musulmanes zaragozanos con un trato tributario equitativo a cambio de su fidelidad.

                Las discordias internas en León y Castilla, en las que tomó partido de forma destacada Alfonso I, ayudaron a que el poder aragonés pudiera hacerse con el control del valle medio del Ebro, aunque las ideas cercanas a la Cruzada de los conquistadores no condujeron a ninguna matanza como la de Barbastro en 1164. Era necesario conservar cultivadores y contribuyentes, así como un mínimo orden público de cara a los procesos productivos.

                Las autoridades jurídicas musulmanas, encabezadas por sus respectivos cadíes, asegurarían el respeto a la ley coránica y servirían de garantía ante las seducciones almorávides, en teoría, pues los islamitas no podrían estar bajo la supervisión directa cristiana. A su modo, el rey de Aragón se comportaría como un verdadero sultán o autoridad política reconocida por el pensamiento islámico medieval de los siglos XI y XII.

                Semejante disposiciones no pretendieron en el fondo conformar un Islam aragonés, sino facilitar el tránsito a unas comunidades urbanas cristianas con mayor realismo y flexibilidad que el manifestado en Barbastro. Los musulmanes permanecerían dentro de sus antiguas medinas, conservando mientras tanto su mezquita principal, por un año desde la capitulación, pasado el cual deberían de marchar a su exterior periférico. Todo el que lo deseara podía vender sus bienes, sin especificar mayores condiciones, o marchar a tierras musulmanas.

                Si al final decidían permanecer, no deberían de pagar azofra o cargas de trabajo asociadas con la diabólica fiscalidad de las taifas. Más tarde, en otros territorios, se reconvirtió en un pago en dinero anual por hogar. Sus ganados gozarían de garantías de seguridad, y podrían contratar aparceros o exaricos, respondiendo fiscalmente por los mismos. Sintomáticamente, se les liberaba del apellido o convocatoria en campaña, pues en el fondo no estaba nada claro que fueran a luchar con denuedo contra sus correligionarios. El mudejarismo fue más un compromiso forzado que una muestra de la tolerancia de la Hispania de las Tres Culturas.

                Fuentes.

                MUÑOZ Y ROMERO, T., Colección de fueros municipales y cartas pueblas, Madrid, 1847, pp. 415-417.

                Víctor Manuel Galán Tendero.