LOS MONGOLES INVADEN EUROPA ORIENTAL. Por Mijail Vernadsky.
Eurasia experimentó una fuerte convulsión en la primera mitad del siglo XIII. Los pueblos mongoles, unidos por Gengis Kan, se lanzaron a la conquista desde China a Europa. Magníficos jinetes y disciplinados guerreros, impusieron despiadadamente la ley del terror cuando así les convino. Su terrible comportamiento, digno de los diablos, mereció que en Europa se les conociera como tártaros que habían irrumpido con violencia desde el Infierno o la Tartaria.
A la muerte de Gengis Kan en el 1227 la responsabilidad de los distanciados dominios mongoles se dividió entre los miembros de su familia bajo la suprema dirección de su tercer hijo Ogodei. A uno de los nietos de aquél, Batu, le correspondió el territorio cercano a Europa finalmente.
Entre 1237 y 1240 los mongoles bajo su dirección emprendieron la dominación de los principados rusos. No consiguieron subyugar la poderosa Novgorod, pero sí Kiev desde sus bases del Cáucaso cercanas a Georgia.
Pronto se concibió avanzar más hacia el Oeste y los mongoles llegaron a movilizar, según ciertos autores, una notable fuerza de 50.000 tártaros, 20.000 de sus súbditos y un número indeterminado de especialistas chinos y persas en las artes de la guerra. Batu, bien secundado por el hábil comandante Subotai, los organizó en siete divisiones de unos 10.000 soldados cada una.
El primer objetivo de semejante avalancha fue el reino de Hungría, cuyo monarca Bela IV rehusó someterse a la autoridad del Gran Kan. Entonces Batu dividió sus tropas formando una tenaza. Mientras la cuarta parte de sus fuerzas se desplegó por las estepas meridionales rusas para alcanzar a los húngaros, él con el resto atacó Valaquia y penetró por la cuenca del Danubio hasta alcanzar Pest.
El monarca de Hungría convocó a sus nobles al combate y acogió a los guerreros cumanos para que le auxiliaran contra los mongoles, ya que conocían el modo de luchar de las estepas. Acusados maliciosamente de favorecer la irrupción mongola, los envidiosos nobles húngaros promovieron su matanza, lo que debilitó fatalmente la resistencia del reino.
El yerno de Bela IV, el gobernador de Cracovia, se opuso decididamente a los invasores, pero cometió la imprudencia de aventurarse demasiado lejos de su fortaleza y cayó en la trampa de los mongoles, que fingieron una huida hasta agotar y rodear a sus tropas para aniquilarlas. Una añagaza que volverían a repetir con éxito otras veces.
Tras este triunfo los mongoles avanzaron hasta Breslau, hacia donde se dirigió Enrique de Silesia al frente de tropas de señores del Sacro Imperio y de los Caballeros Teutónicos. El rey de Bohemia tenía que sumarse a su hueste, pero Enrique no aguardó y presentó batalla en Liegnitz. El 9 de abril de 1241 su impetuosa caballería fue cercada por las tenazas de los mongoles, ocultas tras verdaderas cortinas de humo, y destrozada por el contragolpe enemigo.
Paralelamente Buda cayó a causa de las maniobras envolventes mongolas. Una vez derrotado el ejército de Transilvania, Batu venció no sin dificultades el 11 de abril de 1241 en Mohi. Los invasores atacaron los dominios húngaros y su familia real buscó asistencia en Austria. Sin embargo, la muerte de Ogodei en 1242 determinó la retirada de Batu y sus fuerzas para participar en la elección del nuevo kan.
Con frecuencia se ha sostenido que semejante azar salvó a Europa de la dominación mongola, pues Batu envió cartas a sus reyes intimándoles a la obediencia. Sin negar las capacidades de los mongoles, hemos de reconocer que sus victorias se lograron en terreno abierto, fruto en parte de la precipitación de sus oponentes. No sabemos que hubiera sucedido si se las hubieran tenido que ver con las redes de castillos y ciudades fortificadas de Europa Central, custodiadas por prudentes defensores. En Mohi ya acusaron importantes pérdidas numéricas. Consciente de estas lecciones, el rey Bela IV se preparó para una segunda invasión, que finalmente no tuvo lugar, construyendo numerosas fortalezas. Lo cierto es que los mongoles demostraron en aquel año de 1241 su temple guerrero a conciencia.