LOS LOBOS EN LA CIVILIZACIÓN IBERA. Por Remedios Sala Galcerán.
El pariente del perro doméstico, el lobo, es una criatura territorial que ha coexistido con la especie humana de la mejor manera que ha podido. En la península Ibérica, su variedad autóctona tuvo en el pasado una gran difusión, y la encontramos asociada con la cultura de los pueblos iberos. Los vestigios arqueológicos demuestran que en numerosos casos fueron ganaderos, con importantes rebaños de ovejas y cabras que debían preservar del ataque de los lobos.
En las escenas cinegéticas representadas en objetos cerámicos se observa la caza del jabalí, del zorro, del ciervo o de la cabra montesa. El lobo alcanzó entre los iberos una relevancia mayor, más allá del animal peligroso a abatir por los avezados cazadores.
Del siglo V antes de Jesucristo se conserva el antiguo testimonio arqueológico de la cabeza de lobo de Porcuna. En el yacimiento de El Pajarillo, en la jienense Huelma, también tenemos evidencias de la figura del lobo, datadas en el siglo IV antes de nuestra Era, una centuria de gran importancia para la cultura ibera.
De este período dataría también la urna funeraria, con forma de lobo, conocida como la caja de Villagordo (también del área jienense), así como el pectoral con cabeza de lobo de la Alcudia de Elche.
En la necrópolis de Pozo Moro, en la albacetense Chinchilla de Montearagón, también se ha encontrado estatuaria del lobo, animal que se enterraba en las viviendas del poblado ibero del Turó de les Toixoneres, en la tarraconense Calafell.
Una cabeza de lobo, devorando la de una persona, aparece rodeada de serpientes en la pátera ibera de Perotito (en la jienense Santisteban del Puerto), fechada del siglo II al I antes de Jesucristo. Bajo la dominación romana, los iberos preservaron sus creencias durante largo tiempo.
La interpretación del fenómeno de la reverencia al lobo, más allá de estas evidencias arqueológicas, ya es más complicada. Algunos autores como Almagro Gorbea han postulado que el lobo se asociaría con los ritos de iniciación de los jóvenes guerreros, que simbolizarían su muerte como niños. Resucitarían tras haber aprendido convenientemente los secretos de su complejo mundo. Otros historiadores han vinculado al lobo con la formación de la conciencia de los linajes dirigentes de una comunidad de perfiles territoriales todavía por aclarar. Sea de una manera o de otra, lo cierto es que el lobo fue bastante familiar a los iberos, gentes muy capaces de canalizar y metabolizar sus miedos más terribles.