LOS ITÁLICOS OSTROGODOS. Por Gian Franco Bertoldi.
A finales del atribulado siglo V, los romanos de Oriente creyeron oportuno deshacerse de fuerzas germanas canalizándolas hacia una hipotética recuperación de Occidente. Recurrieron a uno de sus rehenes, Teodorico, para desplazar a Italia el poder de los ostrogodos.
La operación tuvo éxito y el nuevo rey de Italia acató la autoridad imperial, que de manera harto teórica parecía recuperar un territorio medular. Las fuerzas ostrogodas fueron recompensadas por el sistema de la hospitalidad o de cesión de una tercera parte de la riqueza inmueble a aquéllas. A veces se concretó en el pago de una tercera parte de los impuestos a unos ostrogodos a veces ausentes en una determinada zona. Los ostrogodos manifestaron su preferencia por el Norte italiano y su capital se emplazó en Rávena. La conquista de Sirmio en el 504 no alteró aparentemente el entendimiento con Constantinopla.
Teodorico fue un tipo práctico y nada ingenuo. En el 493 contrajo matrimonio con una hermana del rey franco Clodoveo, victorioso frente a los visigodos, cuya suerte también le interesó con vivacidad. Algunos historiadores han opinado que intentó crear una especie de liga de poderes germanos en Occidente capaz de contrarrestar, llegado el caso, cualquier ataque de los romanos orientales.
Alterar el carácter romano nada más y nada menos que de Italia no entraba en el horizonte mental de Teodorico, al igual que en el de muchos dirigentes de origen germano, que aspiraron a brillar en el orden de la Roma tardía. No tuvo empacho en preservar la estructura administrativa y política precedente, con un prefecto del pretorio para Italia al frente y otro prefecto para Roma. Incluso el veterano Senado deliberó bajo Teodorico.
Como en otros Estados germano-romanos, las diferencias religiosas entre cristianos católicos y cristianos arrianos atizaron las diferencias entre los recién llegados y los anteriores pobladores del país. Los ostrogodos siguieron la segunda tendencia, y las medidas anticatólicas de una autoridad que también pretendía ser religiosa resultaron contraproducentes. En la recta final de su reinado, Teodorico ordenó en el 524 la ejecución de su colaborador Boecio y el encarcelamiento del Papa. A su muerte en el 526, el reino que había creado aparecía frágil ante un ataque promovido por Constantinopla con la ayuda de otros auxiliares germanos. Lo cierto es que los fugaces ostrogodos no pudieron moldear finalmente una Italia unida de raigambre romana. A este respecto, los circunstancialmente derrotados visigodos serían más afortunados y, con todos los matices, a la larga decisivos.