LOS INVIERNOS Y LA LOGÍSTICA IMPERIAL ESPAÑOLA EN ITALIA. Por Gianfranco Bertoldi.
El crudo invierno también alcanza a la templada Italia, que según ciertos tópicos mal informados parece vivir una eterna primavera. En este comienzo del 2017 el frío de origen siberiano se ha hecho con el dominio de muchos puntos de su alargada geografía, pero las imágenes de hoy evocan las de otros siglos, cuando los inviernos dictaban una ley más tiránica si cabe.
En el último tercio del siglo XVI los estudiosos del clima coinciden en que Europa experimentó unas condiciones generalmente más frías que las presentes, las de la llamada Pequeña Edad de Hielo, que se prolongaron con matices hasta comienzos del XIX. Para los particulares fue una considerable adversidad, dado su impacto sobre las cosechas y sobre las condiciones de habitabilidad y comunicación de muchas localidades, y también para los grandes imperios.
A mediados del siglo XVI los españoles se habían impuesto a los franceses en el dominio de la variopinta geografía política italiana. Con los turcos otomanos mantuvieron una porfiada lucha, a veces con la asistencia del Papado y de Venecia, aunque también con los fríos invernales que ponían a prueba su logística imperial.
La isla de Cerdeña, hoy parte de la república italiana, fue considerada a veces parte de los dominios insulares de España al modo de las Baleares. Ubicada en una posición estratégica en el Mediterráneo Occidental, sus presidios o puntos fuertes la protegían de agresiones y eran custodiados por infantería de origen italiano.
Durante los inviernos era un problema abastecer a tales soldados de la munición, bizcocho, vino, queso y carne salada necesaria. Por si fuera poco, el montante de sus pagas ascendía a unos 18.000 escudos difíciles de conseguir, por lo que estas tropas yacían en un mísero estado en la isla. Durante la estación invernal las urgencias eran muy difíciles de solucionar y los comisarios de los suministros que pretendieron embargar naves para su transporte no siempre las consiguieron. También las galeras de Génova presentaron reparos a la hora de hacerse a la mar durante la estación.
Visto el panorama, el virrey de Cerdeña don Juan Coloma propuso en 1573 a Felipe II armar a los naturales de la isla con 2.000 arcabuces, morriones, picas y coseletes para retirar semejantes fuerzas de infantería, más una carga que otra cosa.
El estado del mar invernal también fue un problema para las dotaciones navales de la Monarquía española y en 1585 la renombrada escuadra de las galeras de Nápoles padeció naufragios y la muerte de varios de sus tripulantes.
Conseguir un puerto de refugio no siempre resultó sencillo, pues la llegada de una escuadra y sus marineros ocasionaba tantos beneficios como perjuicios a una ciudad litoral no siempre bien dispuesta. Algunas, como Génova, se mostraron muy capaces de albergar los cuarteles de invierno de armadas como la española o la imperial. Consciente del valor de debilitar a sus enemigos en el frío invierno, Luis XIV presionó a los genoveses para que no consintieran tal acogida, pues al fin y al cabo aprovechar las ventajas de la estación es algo que los fuertes siempre han procurado.