LOS INQUIETOS CABALLEROS OCCITANOS. Por Víctor Manuel Galán Tendero.
La Occitania de la Plena Edad Media fue una tierra tan compleja como disputada por distintos poderes: una auténtica tierra de castillos con nobles enfrentados. Las pequeñas torres de madera, los castels, florecieron desde el siglo XI, el de la gran revolución feudal. Los condes y sus vizcondes tendieron a confiarlas al inquieto grupo de los pequeños caballeros, afanosos de honores y de riquezas.
Sin embargo, en contraste con los linajes condales, las familias caballerescas fueron reacias a abrazar el principio de la primogenitura. Por ello, el patrimonio de cada castel se fue repartiendo entre varias personas al compás de cada herencia. Al final, cada uno llegó a ser poseído por un verdadero grupo de caballeros, con proporciones variables. El castel, no obstante, permaneció indiviso por el sistema de pariage, en el que uno o dos señores podían gozar del predomino, como fue el caso de Fanjeaux.
Las fuentes de beneficios de los caballeros llegaron a ser magras. Los campesinos del castel no cultivaban ninguna reserva, sino una serie de parcelas por las que pagaban una serie de sumas fijas anuales, los censos, además de otros derechos señoriales cada vez menos cuantiosos.
Muchos caballeros no disfrutaban, en consecuencia, de rentas sustanciosas, y más de uno disputó con la Iglesia por los diezmos y la tutela de los templos. En tierras de Tolosa, los caballeros llegaron a apropiarse de las tres cuartas partes de los diezmos. En este mundo de caballeros tan ambiciosos como carentes de grandes riquezas, floreció el arte de los trovadores y el catarismo.
Para saber más.
Paul Labal, Los cátaros: herejía y crisis social, Barcelona, 1995.