LOS INICIOS DEL PODER ALMOHADE. Por Víctor Manuel Galán Tendero.

04.09.2023 12:22

               

                En el siglo XI, Los guerreros almorávides se toparon en su marcha hacia el norte desde el sur sahariano con la oposición de las tribus zanatas y de las gentes del Sus, área enclavada en el Atlas. Ibn al-Athir, que vivió entre los siglos XII y XIII, sostuvo que una de las razones más importantes para fundar Marrakech en el 1062 fue el deseo almorávide de contener a los masmuda de las cercanas montañas. Zanatas y masmudas, poblaciones sedentarias de los montes, se vieron sometidos al dominio de gentes todavía nómadas del desierto, como los almorávides. A disgusto bajo su mando, aprovecharon cualquier ocasión para alzarse en armas. 

                Quien la proporcionó fue un hombre del alto Atlas, el masmuda Ibn Tumart, el iniciador de la rebelión contra unos almorávides tachados de impíos. Venerado por sus seguidores, la biografía que ha llegado a nosotros tiene no poco de legendario, elaborándose treinta años después de su muerte en 1130.

                Algunos investigadores han considerado femenino el nombre de Tumart, lo que indicaría que procedía de una comunidad donde la herencia se transmitía a través del hermano de la madre, de islamización relativamente reciente.

                Estudiosos como Dominique Urvoy han apuntado que en Al-Ándalus estudió con Abu Abd Allah ibn Hamdin, Al-Mazari y Al-Turtusi, críticos con el pensamiento de Al-Ghazali, que intentó compatibilizar la ciencia religiosa con la filosofía y el misticismo sufí. Su obra no fue bien vista por los almorávides ni por los alfaquíes, quizá porque al enfatizar los aspectos individuales del sufismo ponía en duda su autoridad pública. A Ibn Tumart, no obstante, se le ha convertido a veces en un seguidor de Al-Ghazali, aunque discrepó de él en varios puntos. Se ha sostenido que a raíz de su peregrinación a La Meca lo conoció en tierras orientales.

                A su regreso al Occidente musulmán, Ibn Tumart emprendió una vida ascética y errante. Vivió sinsabores en ciudades como Bugía, de donde fue expulsado. Encontró entonces refugio entre los Banu Sulaym del Atlas. Según Ibn al-Athir, trabó en este momento amistad con el notable local Abd al-Mumin. Le confió que en los últimos tiempos el Islam encontraría su protector en un descendiente de Qays: el mismo Abd al-Mumin. Tales ideas sobre el final de los tiempos, paralelas al milenarismo de la Europa cristiana, habían sido usualmente bien acogidas entre los shiíes y ahora se difundían en medios sunníes.

                Así pues, Ibn Tumart predicó en Marrakech contra lo que consideraba vicios de los almorávides, como que sus mujeres no fueran veladas. Las costumbres derivadas de los nómadas del desierto no eran del agrado de los más rigoristas. En vista de ello, Ibn Tumart fue conducido a presencia del emir y sometido a un debate con los fuqaha, los entendidos en la fe islámica. Al parecer salió airoso del lance por una discrepancia entre los alfaquíes presentes y sólo fue desterrado.

                Su pensamiento pronto sobrepasó la crítica moral del régimen almorávide. Frente a la literalidad y el antropomorfismo malikíes, Ibn Tumart defendió una interpretación alegórica del Corán, que valoraba lo más oculto y ensalzaba la unicidad absoluta de Allah, el tawhid. De aquí derivaría el nombre del movimiento de los unitarios o muwahhidun, los almohades.

                Encontró refugio entre los harga del Sus, donde fue proclamado Mahdi o el guía que restauraría la pureza del Islam antes del fin del mundo. Ibn Tumart alegó ser descendiente de Alí a través de Hassan para legitimar su pretensión. Después, puso su mirada en la población de Tinmel. Sus disidentes fueron acallados por la espada y su contingente de guerreros cristianos al servicio de los almorávides expulsado. La ciudad se convirtió en el centro espiritual de los nacientes almohades, que fortificaron el recinto urbano con una nueva muralla y un castillo enriscado. En Al-Ándalus, más tarde, impulsaron la fortificación de numerosos puntos.

                Tras un fallido intento de conquistar Marrakech, la capital almorávide, Abd al-Mumin sustituyó al frente del movimiento al fallecido Ibn Tumart. La sucesión no sería sencilla, al no realizarse de forma familiar de padre a hijo, sino carismática, algo que más tarde tendría una gran importancia en el desmembramiento del régimen almohade. Tomada Fez, entraron allí en el 1147. Sus conquistas se orientaron hacia el Magreb central e Ifriqiya, dejando a un lado las áreas desérticas, aunque las caravanas a través del Sáhara continuaron afluyendo.

                Paralelamente, en Al-Ándalus estallaron también movimientos de rebeldía contra unos almorávides en horas bajas, que combinaron el descontento social con la crítica religiosa. El misticismo de Ibn al-Arif (1088-1141) influyó en Ibn Barrayan de Sevilla y en Ibn Qasi. Mientras el primero fue ejecutado por el poder, Ibn Qasi creó en Silves una rábida (establecimiento religioso donde se practicaba el yihad) contra los almorávides. En el 1144 se hizo con el domino de Mértola y declaró su independencia de los almorávides en el Algarve. Sus seguidores de Almería llegaron a proclamarlo Mahdi en el 1146.

                Sin embargo, Ibn Qasi llamó en su ayuda a los almohades, cuyos primeros contingentes cruzaron el estrecho de Gibraltar aquel mismo año. Irrumpieron en un Al-Ándalus donde había prendido el descontento religioso y político contra los almorávides. Por mucho que las fuerzas hispano-cristianas ya realizaran importantes incursiones y conquistas, los andalusíes no se lo pusieron fácil a los almohades. Sintomáticamente, el geógrafo Al-Idrisi escribió a mediados del siglo XII que el Estrecho fue construido por orden de Alejandro el Grande para contener las invasiones de las gentes del Sus a la Península.

                Un movimiento religioso logra captar las simpatías de gentes descontentas con el poder, algo muy habitual en la Historia. Si seguimos a Ibn Jaldún, daba comienzo un nuevo imperio a impulsos de guerreros vinculados entre sí por los lazos de la asabiyyah o solidaridad tribal, capaces de arrebatar el poder a otros ya ablandados por el goce de las mieles del éxito tras varias generaciones. Discrepancia religiosa y descontento social se dieron la mano para cambiar la situación política.

                Para saber más.

                Ambrosio Huici Miranda, Historia política del Imperio Almohade, 2 vols., Granada, 2000.

                Dominique Urvoy, Averroes. Las ambiciones de un intelectual musulmán, Madrid, 1998.