LOS HOLANDESES EN LA AMÉRICA DEL NORTE. Por Carmen Pastor Sirvent.

14.01.2016 06:53

                Durante la tregua de los Doce Años con España (1609-21) las Provincias Unidas de los Países Bajos enviaron varias expediciones de navegación a la América del Norte siguiendo el ejemplo de Inglaterra, hasta entonces aliada en su lucha contra el poder español en el Norte de Europa. Los holandeses buscaron el paso del Atlántico Norte, el del Noroeste, hacia China en busca de su prosperidad comercial.

                En 1609 la Compañía de las Indias Orientales encargó al inglés Henry Hudson que comandara una expedición, dada su experiencia en el Ártico al servicio de la Compañía Inglesa de Moscovia. El 3 de septiembre de aquel año llegó a la costa de la futura ciudad de Nueva York. Allí descubrió el río que llevaría su nombre. Sus compatriotas ingleses lo hicieron prisionero al retornar a Europa.

                Se extendió la idea de la fecundidad y de la riqueza peletera del valle del Hudson en los Países Bajos. Varios traficantes de pieles y armadores promovieron la Compañía de los Nuevos Países Bajos en 1614, que encomendó a Adriaen Block que siguiera la ruta del inglés. Ascendió por el río Hudson, donde se alzó aguas arriba Fort Nassau (origen de Albany), más tarde llamado Fort Orange, destinado al lucrativo comercio con los pueblos amerindios.

                

                La fundación de la Compañía de las Indias Occidentales en 1621, que asumió el privilegio de la anterior Compañía, coincidió con la apertura de hostilidades contra España. Uno de sus objetivos fue el impulso de la exploración y la colonización holandesa en Norteamérica. En 1624 se fundó un primer establecimiento cercano a la isla de Manhattan,  Noten Eylandt o la isla de los frutos secos (la posterior Governors Island) con colonos valones y hugonotes franceses que trajeron esclavos africanos.

                Peter Minuit se convirtió en el primer gobernador de los Nuevos Países Bajos, cuyo núcleo fue la colonia asentada en la isla de Manhattan, iniciada en 1626 con la compra legal de la isla a los amerindios por veinticuatro dólares. Los trescientos holandeses se asentaron en el Sur de la misma y la bautizaron con el nombre de Nueva Amsterdam, llamada a convertirse en una gran metrópoli con el paso del tiempo.

                

                A la Compañía de las Indias Occidentales le interesaron los Nuevos Países Bajos más como centro de negocios peleteros que como punto de colonización, máxime teniendo presente la dispersión holandesa en el siglo XVII, desde las islas de la Sonda al Brasil. No obstante, necesitó de brazos para que su empresa se consolidara y rindiera los esperados beneficios. Asimismo la amenaza de las vecinas colonias inglesas incitó a ello.

                Se ofrecieron a partir de 1629 grandes extensiones de tierras a lo largo del río Hudson a todos aquellos que quisieran establecer a más de cincuenta colonos. Kiliaen van Rensselaer fue el mayor impulsor de este sistema de origen medieval, el de la Carta de Libertades y Exenciones, por el que a los grandes terratenientes colonizadores o patroons se les otorgaban grandes derechos y poderes. Los mayores adjudicatarios fueron los más acaudalados miembros de la Compañía. A la llamada respondieron colonos de origen alemán, suizo, francés, valón y piamontés, así como de religión judía, pero especialmente los ingleses asentados en la América del Norte. El más floreciente dominio fue el del propio Van Rensselaer, el de Rensselaerwijk en el área de la actual Albany.  

                La fórmula tuvo éxito y la colonización holandesa alcanzó las tierras de Connecticut y Nueva Jersey. Sin embargo, la Compañía se enojó con los negocios de patronos y colonos e impuso severas restricciones a los Nuevos Países Bajos. El descontento generalizado obligó a la Compañía a permitir la libertad del tráfico de pieles y del comercio entre la bahía de Hudson y la Florida.

                La penosa situación financiera de la Compañía indujo a rescindir tales concesiones, elevándose los impuestos indirectos. Se puso el gobierno del territorio en 1638 en manos de Willen Kieft. Era un hombre duro que desoyó las recomendaciones del Consejo de Doce Hombres, establecido bajo su ejercicio. Su desconsideración inicio el período de malas relaciones con los pueblos amerindios.  Primero intentó imponer tributos de reconocimiento de soberanía a los algonquinos para posteriormente ordenar campañas contra ellos. Entre 1643 y 1645 se desarrolló una sangrienta guerra, la de Kieft, marcada por toda clase de represalias y excesos.

                Nueva Amsterdam tuvo que fortificarse y en 1644 su supervivencia parecía muy comprometida, pensando muchos en abandonarla ante el clima de violencia desatado. Los supervivientes pidieron su destitución a la Compañía, que a su vez fue acusada de mala gestión ante los Estados Generales por el abogado formado en Leiden Adriaen van der Donck. El modelo de soberanía compartida de Nueva Inglaterra era un acicate para los colonos de los Nuevos Países Bajos. El odiado Kieft murió en la travesía de retorno del Atlántico y su sucesor Peter Stuyvesant se hizo cargo del gobierno en 1647.

                

                Hombre de grandes cualidades, el nuevo gobernador (que llevó el título de director general) atrajo a nuevos colonos, muchos de ellos procedentes del malogrado Brasil holandés, la Nueva Holanda. La liberalización de las normas comerciales repercutió favorablemente en la prosperidad de los colonos. Sin embargo, los Nuevos Países Bajos tuvieron que enfrentarse pronto con otros colonizadores europeos.

                Los suecos habían llegado a la América del Norte en 1638 y emplazaron en las orillas del río Delaware Fuerte Cristina, donde el gobernador Printz regía un asentamiento de trescientos colonos. Stuyvesant estableció a 10 kilómetros al Sur la posición de Fuerte Casimir para cercarlos. Printz no consiguió atraer nuevos colonizadores para vigorizar su situación y en 1653 resignó el mando. Los enfurecidos suecos que permanecieron tomaron Fuerte Casimir en 1654 y Stuyvesant reaccionó según lo previsto. Una armada holandesa de siete naves con seiscientos hombres subió por el Delaware y el 26 de septiembre de 1655 consiguieron la capitulación de Nueva Suecia.

                

                Las cosas no resultaron igual de favorables frente a los ingleses. La Inglaterra del Protectorado de Cromwell pugnó por fortalecer su posición naval, mercantil y colonial en el mundo y las Provincias Unidas se señalaron como uno de sus más peligrosos competidores a abatir. Entre 1652 y 1654 las dos potencias libraron una primera guerra. Los Nuevos Países Bajos se vieron obligados en 1654 a suscribir un tratado con la colonia inglesa de Hartford, establecida en 1635, por el que le cedía parte de Connecticut y el Este de Long Island.

                Con la restauración de la monarquía en Inglaterra las relaciones no se hicieron  tampoco cordiales. Para dar satisfacción a las reclamaciones de tierras de sus partidarios, el rey Carlos II encontró de enorme utilidad la guerra contra las Provincias Unidas. A su hermano menor Jacobo, duque de York, le concedió los Nuevos Países Bajos.

                El 29 de agosto de 1664 el duque se presentó al mando de su armada de cuatro buques frente a Nueva Amsterdam. El anciano Peter Stuyvesant la rindió el 7 de septiembre en medio del escaso espíritu de defensa de sus habitantes. El 20 del mismo mes también capituló Fort Orange y el 10 de octubre el asentamiento holandés en la cuenca del Delaware. Las exigencias de la Compañía de las Indias Occidentales y la creciente importancia de la población procedente de la América inglesa explican la carencia de bríos frente al de York.

                

                En la paz de Breda de julio de 1667 las Provincias Unidas renunciaron formalmente a  toda reclamación sobre los Nuevos Países Bajos. No obstante, en 1673 recobraron Nueva Amsterdam, que volvieron a perder al año siguiente definitivamente. Con el nombre de Nueva York, la región prosperaría bajo el gobierno inglés, ya que el comercio de pieles, la ganadería y las cosechas de lino y frutales dispensarían riqueza a una población de 30.000 personas en 1696. Su experiencia holandesa ejemplifica las contradicciones entre las compañías metropolitanas y los colonizadores del suelo americano en una atmósfera de creciente violencia con los pueblos nativos. Careció de misioneros exploradores como la Nueva Francia del padre Louis Hennepin, nacido en los Países Bajos españoles. A diferencia de la Española de tiempos de Cristóbal Colón, los Nuevos Países Bajos no lograron sobrevivir ante el embate de problemas internos y amenaza exterior.