LOS HIJOS DE LA LIBERTAD Y EL PODER POPULAR EN LA REVOLUCIÓN NORTEAMERICANA. Por Víctor Manuel Galán Tendero.
La guerra de independencia norteamericana ha sido considerada una revolución en Estados Unidos, el punto de arranque de su sistema político democrático. En Europa, muchos historiadores se han mostrado más prudentes a la hora de darle tal consideración, pues el enfrentamiento contra la autoridad británica sería conducido por un elitista grupo de terratenientes, hombres de negocios y abogados, beneficiándose del resultado en consecuencia.
Sin embargo, la participación popular fue necesaria para derrotar al poder británico, que tuvo sus valedores en la América del Norte. Cuando se quiso imponer la Ley del Timbre y un alojamiento de una fuerza de 10.000 soldados en las Trece Colonias, se produjo una importante contestación. En 1765 se forjaron paralelamente las primeras agrupaciones de los Hijos de la Libertad en Boston y en Nueva York, populosas urbes comerciales. Aquéllos formaron agrupaciones autónomas, que se comunicaron eficazmente entre sí, hasta tal punto que fueron la primera organización independiente entre territorios de la América del Norte británica, casi una prefiguración de los Estados Unidos.
Entre sus precedentes nos encontramos el Boston Caucus Club y Los nueve leales de Boston. Estos últimos se formaron en agosto de 1765 para protestar contra la Ley del Timbre. Su secretario fue John Avery, que formó la agrupación junto al destilador Henry Bass (nacido en 1739 y primo de Samuel Adams), el también destilador y comerciante de alcohol Thomas Chase, el brasero Stephen Cleverly, el igualmente braseo John Smith, el pintor Thomas Crafts (nacido en 1740 y miembro de la Logia de San Andrés desde 1762), el impresor de la Gaceta de Boston Benjamin Edes (nacido en 1732), el capitán de barco Joseph Field y el joyero George Trott.
Eran hombres de mediana edad, de discreta posición social, alrededor de la influyente Gaceta de Boston, que se publicaba desde 1719. Fueron capaces de desplegar una intensa actividad. Distribuyeron panfletos y carteles, colgaron efigies de funcionarios reales, y proclamaron el Árbol de la Libertad al olmo de la bostoniana plaza de Hanover, que contaba entonces con ciento veinte años. En el intenso verano de 1765 Los nueve leales se integraron en los Hijos de la Libertad, en los que Samuel Adams adquirió gran notoriedad como agitador político. La agrupación de Nueva York se reuniría bajo su Palo de la Libertad.
Contaron los Hijos de la Libertad con el favor de taberneros y trabajadores de los muelles. En Boston alcanzó notoriedad la taberna del Dragón Verde como centro de reunión.
Tomaron como día de su nacimiento el 14 de agosto de 1765, posteriormente rememorado. Samuel Adams escribió en la Gaceta de Boston en términos elocuentes que aquel día siempre sería recordado en América, cuando los celosos Hijos de la Libertad se decidieron a salvarla de su destrucción, protestando contra la aborrecida Ley del Timbre. Sería el parlamentario irlandés Isaac Barré, veterano en las campañas de la América del Norte, quien los defendería como hijos de la libertad ante el ministro Townshend, consagrando su nombre. La agitación en Norteamérica coincidió con la protesta de los que trataban de reformar el parlamentarismo en las islas Británicas, incluyendo a grupos sociales no aristocráticos. En consonancia, los radicales ingleses e irlandeses gozaron de amplio prestigio y seguimiento en la América del Norte.
Supieron captar las simpatías de muchos, y la agrupación de Dorchester, al Sur de Boston, sumó unos 248 miembros, como los hermanos Adams, el 14 de agosto de 1769. Se reunieron en la taberna de Lemuel Robinson, que llegó a ser coronel del ejército continental.
En el ideario de los Hijos de la Libertad encontramos eslóganes como “No hay impuestos sin representación” o “Libertad, propiedad y sin sellos.” Sin embargo, tuvieron la prudencia de declararse leales a Jorge III por el momento, evitándose una serie de graves problemas.
Quizá lo más característico de los Hijos de la Libertad fue su decidido activismo. Con destreza, orquestaron verdaderas demostraciones del poder de las gentes anónimas, cuya fuerza radicaba en la masa. En 1765, la cólera popular se dirigió en Boston contra el funcionario Andrew Oliver, cuya casa fue atacada y saqueada. Se destrozaron sus objetos personales más queridos, a conciencia. El 17 de agosto tuvo que renunciar a su empleo desde la ventana de una casa de la plaza de Hanover, ante una multitud que saludó alborozada su decisión. Oliver murió amargado el 3 de marzo de 1774.
Igualmente padeció su enojo su cuñado Thomas Hutchinson, vicegobernador y presidente del Tribunal Supremo de Massachusetts, cuyo domicilio también fue atacado. Así intimidaron a los encargados de aplicar la Ley del Timbre, haciéndola inviable en la práctica. Por ello, los lealistas o realistas los acusaron en 1771 de provocar el desorden y causar la calamidad pública. Embrearon y emplumaron a varios de sus oponentes. Se les tachó de incendiarios y de inocular veneno en la mente de las gentes. En esencia, practicaron la propaganda del acto, en el que se perdía el miedo a la autoridad establecida. Supieron sacar partido propagandístico de acontecimientos como la matanza de jóvenes en Boston del 12 de marzo de 1770, magnificada por la Gaceta de Boston como una demostración salvaje de los irascibles soldados británicos.
Tomaron símbolos del radicalismo europeo coetáneo, como el gorro frigio o sombrero de Columbia, que también adoptarían los revolucionarios franceses. En sus acciones, emplearon elementos de la cultura popular de las islas Británicas, con elementos comunes con otros países de Europa. Alquitranar y brear, que ya fuera ordenado por Corazón de León durante la Tercera Cruzada, era propio de la Inglaterra de fines del XVII, aplicándose a los alguaciles impopulares, que eran atados a los árboles de mayo, los altos palos que celebraban la eclosión primaveral, expuestos a la infamia pública. En 1766, padeció tal castigo el capitán William Smith en la virginiana Norfolk por denunciar a los contrabandistas, y en 1767 un funcionario de aduanas en Salem.
También infamaron la efigie de una persona para advertir seriamente al interesado, un verdadero Judas. La del atormentado Andrew Oliver tenía sus iniciales en su brazo derecho y en el izquierdo la inscripción “Qué mayor alegría vio Nueva Inglaterra que un Stampman colgado de un árbol”. En su pecho, otra en la que afirmaba que había traicionado a su país por dinero. El que derribara tal efigie, una verdadera declaración de principios, sería considerado por los patriotas enemigo del país. La separación sentimental con Gran Bretaña era clara. Posteriormente, la efigie de un condenado ante el tribunal popular patriótico era depositada en un féretro en una procesión fúnebre y decapitada.
Los Hijos de la Libertad tuvieron éxito, y se extendieron a Virginia y las Carolinas. En 1767 adoptaron la bandera de las barras revoltosas, cinco rojas y cuatro blancas. En la ciudad de Charleston, lealista durante la Guerra, apreciamos su componente popular. En 1766 compusieron su agrupación un comerciante, seis carpinteros, tres pintores, dos herreros, dos carroceros, dos talabarteros, un carretero, un tallista, un carnicero, un sastre, un maestro de escuela, un empleado y dos secretarios.
La contribución de los Hijos de la Libertad a la independencia norteamericana fue notable, pues fueron el embrión del futuro cuerpo nacional estadounidense. Su acción más recordada sería la del 16 de diciembre de 1773, la del Boston Tea Party, cuando sus participantes se conocieron poco antes en la sede de la Gaceta de Boston vestidos como amerindios mohawk, como los representantes de la América originaria.
En su andadura, no estuvieron solos, pues los cuáqueros bostonianos fomentaron desde 1767 el movimiento Homespun o de andar por casa, en el que las mujeres se negaban a comprar productos de los británicos y elaboraban los suyos propios, los de América. El boicot al comercio británico tuvo éxito también gracias a esta iniciativa verdaderamente popular. Muchas mujeres practicaron la maternidad republicana o inculcar a sus hijos los valores de la América en ciernes.
La guerra, finalmente, se inició un 19 de abril de 1775, cuando los milicianos de las aldeas cercanas confluyeron hacia Concord. En el ejército continental sirvió durante diecisiete meses Deborah Samson, que se licenció con honores. En tal ejército se alistaron desde 1777 solteros con escasa fortuna, a cambio de una paga de veintinueve dólares al mes, nominalmente. En Pensilvania, uno de cada cuatro soldados era un recién llegado a la América del Norte. Se acentuó el reclutamiento de afroamericanos desde 1778, llegando a ser unos 5.000 de una fuerza de unos 100.000 soldados, que en batalla pudieron concentrar un máximo de 13.000.
Los grupos medios prefirieron servir en las milicias, que con sus propios recursos se enfrentaban a un peligro cercano y concreto. Podían alistarse a las mismas los varones de dieciséis a sesenta años. Sus efectivos se han estimado en unos 200.000. Aunque su papel fue cuestionado durante la guerra, llegándoseles a acusar de cobardía e incompetencia, recientemente su memoria ha sido rehabilitada, pues no dejaron de formar parte de aquel impulso popular que hizo posible el nacimiento de los Estados Unidos, cuyo ariete habían sido los Hijos de la Libertad.
Para saber más.
Timothy H. Breen, American Insurgents, American Patriots. The Revolution of the People, Nueva York, 2010.
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