LOS GERMANOS, A ESCENA. Por Víctor Manuel Galán Tendero.
Hubo un tiempo, no muy lejano para algunos de nosotros, en los que el nombre de germanos evocaba la barbarie más terrible, la destructora del poder romano. Pueblos de indómitos guerreros descargaban su furia sin piedad sobre una civilización brillante hasta asesinarla.
A día de hoy, no somos tan dramáticos. El estudio histórico ha puesto las cosas en su sitio, y ya se reconoce que sin los problemas del Imperio romano los germanos no hubieran conseguido muchos triunfos. En el fondo, Germanía y Roma estaban muy vinculadas desde los comienzos de nuestra era. Aunque las legiones no lograran conquistarlos, los germanos se dejaron seducir por los encantos de la civilización romana. En el siglo II, Germania formaba parte de la más extensa red de comercio del mundo, desde las orillas del Atlántico a las del Pacífico occidental, del Sur del Sáhara a los hielos septentrionales de Europa. Las aristocracias de los pueblos germanos quisieron disfrutar de sus riquezas, y se aprestaron a conducir a sus gentes al combate para conseguirlo. Un movimiento muy parecido se daría siglos después, el de los vikingos, esta vez contra los decaídos carolingios y otros reinos que se reclamaban herederos de Roma.
Sin embargo, las conquistas germanas no fueron meras campañas aristocráticas, sino verdaderos movimientos de pueblos, con situaciones que evocan las de las crisis humanitarias de nuestro siglo XXI, con oleadas de refugiados. Muchas familias buscaron en tierras romanas heredades y comida, una seguridad que no tenían en sus puntos de origen. Cabe preguntarse si el ascenso de las aristocracias guerreras no fomentaría una mayor desigualdad social, que se quiso canalizar por medio de la violencia contra Roma u otros.
No era la primera vez que los romanos se enfrentaban a pueblos guerreros lacerados por los problemas sociales, y los habían ido venciendo e integrando en su sistema político-militar. La República y el Principado lograron subyugarlos y hacerse obedecer por tales gentes, pero el Dominado lo consiguió muy parcialmente. La Roma del Oriente pudo sobrevivir a los temporales del siglo V, pero la del Occidente quedó a la merced de los nuevos poderes germanos, que se presentaban como continuadores de los romanos, pero mandando sobre el mundo romano. Los auxiliares se habían convertido en señores.
Aun así, la deposición del último emperador en Roma no aniquiló todos los poderes romanos en Occidente. Siagrio plantó cara a los francos, y en Hispania la fuerza de los grandes terratenientes no era para ser tomada a la ligera. En el fondo, la llamada reconquista de Justiniano no se explicaría sin esta supervivencia romana. Vistas así las cosas, el asentamiento germano (las invasiones germanas de nuestros antiguos libros) sería una de los últimos ejemplos de romanización.