LOS FUNDAMENTOS DEL IMPERIO CHINO.
A ojos occidentales, la civilización china ha aparecido históricamente estable, como si su dinamismo fuera menor que la suya. Tal visión, ciertamente parcial, no tiene en cuenta que el cambio histórico también ha afectado a China y que la consecución de su orden imperial no fue tarea fácil.
El territorio abarcado por la misma ha ido variando a lo largo de los siglos y no ha permanecido inmune a la división en varios Estados, más o menos poderosos. La dinastía Sui, iniciada por el consumado militar Yang Jian (581-604), logró reunir los distintos poderes chinos tras no pocas luchas. Su hijo Yang, que lo asesinaría, proseguiría su obra, pero en el 618 perdió el poder y una nueva dinastía, la Tang, ocuparía su lugar por varios siglos. Su legado perduró a despecho de todo.
En consonancia con la unificación política, se adoptaron monedas, pesos y medidas comunes para facilitar los intercambios y el cobro de los impuestos, fundamento en última instancia de la nueva autoridad imperial. Aprovechándose de las guerras, se confiscaron a los aristócratas vencidos sus tierras y muchas de las mismas se repartieron entre campesinos obedientes, con la obligación de satisfacer tributos en cereales y telas, sin olvidar la imposición de veinte días de trabajo al año. La difusión del budismo y la relativa humanización de ciertas leyes no vedaron la severa penalización de los que rehuyeran tal deber laboral.
Con semejantes mecanismos, se emprendieron importantes obras, algunas consideradas el fruto de la megalomanía del emperador Yang. Se reconstruyó parte de la Gran Muralla para la defensa del Norte de los pueblos nómadas y se tendieron importantes puentes, pero la obra quizá más significativa fue el Gran Canal que enlazó las cuencas fluviales septentrionales y meridionales, unos 2.000 kilómetros de longitud que movilizaron el trabajo de unos 3.000.000 de seres humanos según varios cálculos. A sus lados, se tendió una calzada con árboles y pabellones. A la larga, fomentaría enormemente el intercambio de productos alimenticios, pero entonces fue visto como un capricho de Yang para viajar en un barco ceremonial tirado por un numeroso acompañamiento.
En consonancia con otros poderes de su época, los emperadores de la dinastía Sui fundaron ciudades con retícula en forma de cuadrícula, ejemplo de modelo ordenado. Así se engrandeció la capital Changan, la moderna Xian, que pasó por ser la mayor urbe del mundo de su tiempo, donde se practicaron distintos cultos religiosos y se dieron cita muchos mercaderes. Más tarde, la capitalidad se trasladó a Luoyang.
La magnificencia del nuevo imperio chino era más aparente que real, ya que el descontento caló entre muchas personas, aristócratas y campesinos. Las derrotas de los ejércitos imperiales en Corea fueron el detonante de una cadena de rebeliones que condujeron al final de los Sui y el establecimiento de los Tang, que no renunciaron a sus logros administrativos y organizativos, una verdadera ventaja cuando en la Europa Occidental se iba deshaciendo el veterano orden fiscal y administrativo del Bajo Imperio romano.
Bibliografía.
Bingham, Woodbrige, The Founding of the T´ang, Nueva York, 1941.
Wright, Arthur F., The Sui Dynasty, Londres, 1978.
Víctor Manuel Galán Tendero.