LOS ETÍOPES ANTE LOS EMBAJADORES DEL REY DE PERSIA.
“Después de esto, Cambises proyectó tres expediciones: contra los cartagineses, contra los ammonios y contra los etíopes de larga vida, que moran en Libia, junto al mar del Sur. Tomó acuerdo y decidió enviar contra los cartagineses su armada, contra los ammonios parte escogida de su tropa, y contra los etíopes, primeramente unos exploradores que, so pretexto de llevar regalos a su rey, viesen si existía de veras la mesa del Sol que se decía existir entre los etíopes, y observasen asimismo todo lo demás.
“Dícese que la mesa del Sol es así: hay en el arrabal un prado lleno de carne cocida de toda suerte de cuadrúpedos; de noche, los ciudadanos que tienen un cargo público se esmeran en colocar allí la carne, y de día viene a comer el que quiere; los del país pretenden que la tierra misma produce cada vez los manjares. Dícese que tal es la llamada mesa del Sol.
“Cambises, no bien decidió enviar exploradores, hizo venir a la ciudad de Elefantina aquellos ictiófagos que sabían la lengua etiópica (…)
“Luego que los ictiófagos llegaron a Elefantina a presencia de Cambises, los envió éste a Etiopía, encargándoles lo que debían decir, y confiándoles regalos: una ropa de púrpura, un collar de oro trenzado, unos brazaletes, un vaso de alabastro lleno de ungüento, y un tonel de vino fenicio. Los etíopes a quienes les enviaba Cambises son, según cuentan, los más altos y hermosos de todos los hombres. Dícese que entre otras leyes por las que se apartan de los demás hombres, observan en especial esta que mira a la realeza: consideran digno de reinar a aquel de los ciudadanos que juzgan ser más alto y tener fuerza conforme a su talla.
“Cuando los ictiófagos llegaron a este pueblo, al presentar los regalos al rey, dijeron así: “Cambises, rey de los persas, deseoso de ser tu amigo y huésped, nos envió con orden de entablar relación contigo, y te da estos regalos que son aquellos cuyo uso más le complace”. El etíope, advirtiendo que venían como espías, les dijo: “Ni el rey de los persas os envió con regalos porque tenga en mucho ser mi huésped, ni vosotros decís la verdad ya que pues venís como espías de mi reino, ni es aquel varón justo; que si lo fuera, no desearía más país que el suyo, ni reduciría a servidumbre a hombres que en nada lo han ofendido. Ahora, pues, entregadle este arco y decidle estas palabras: El rey de los etíopes aconseja al rey de los persas que cuando los persas tiendan arcos de este tamaño con tanta facilidad como yo, marche entonces con tropas superiores en número contra los etíopes de larga vida; hasta ese momento, dé gracias a los dioses porque no inspira a los hijos de los etíopes el deseo de agregar otra tierra a la propia.”
“Así dijo, y aflojando el arco lo entregó a los enviados. Tomó después la ropa de púrpura y preguntó qué era y cómo estaba hecha; y cuando los ictiófagos le dijeron la verdad acerca de la púrpura y su tinte, él les replicó que eran hombres engañosos y engañosas sus ropas. Segunda vez preguntó por las joyas de oro, el collar trenzado y los brazaletes; y como los ictiófagos le explicaron cómo adornarse con ellos, se echó a reír el rey, y pensando que eran grillos, dijo que entre los suyos había grillos más fuertes que éstos. Tercera vez preguntó por el ungüento; y luego que le hablaron de su confección y empleo, dijo la misma palabra que había dicho sobre la ropa púrpura. Pero cuando llegó al vino, y se enteró de su confección, regocijado con la bebida, preguntó de qué se alimentaba el rey y cuál era el más largo tiempo que vivía un persa. Ellos respondieron que el rey se alimentaba de pan, explicándole qué cosa era el trigo; y que el término más largo de la vida de un hombre era ochenta años. A lo cual repuso el etíope que no se extrañaba de que hombres alimentados de estiércol vivieran pocos años y que ni aun podrían vivir tan corto tiempo si no se repusieran con su bebida (e indicaba a los ictiófagos el vino); en ello les hacían ventaja los persas.
“Los ictiófagos preguntaron a su vez al rey sobre la duración y régimen de vida de los etíopes; y él les respondió que los más de ellos llegaban a los ciento veinte años, y algunos aun pasaban de este término; la carne cocida era su alimento y la leche su bebida. Y como los exploradores se maravillaban del número de años, los condujo –según cuentan- a una fuente tal que quienes se bañaban en ella salían más relucientes, como si fuese de aceite, y que exhalaba aroma como de violetas. Decían los exploradores que el agua de esta fuente era tan sutil que nada podía sobrenadar en ella, ni madera, ni nada de lo que es más liviano que la madera, sino que todo se iba al fondo. Y si en verdad tienen esa agua y es cual dicen, quizá por ella, usándola siempre, gocen de larga vida. Dejaron la fuente, y los llevó a la cárcel donde todos los prisioneros estaban atados con grillos de oro, pues entre los etíopes el bronce es lo más raro y apreciado. Después de contemplar la cárcel, contemplaron asimismo la llamada mesa del Sol.
“Tras ella contemplaron por último sus sepulturas, hechas de cristal, según se dice, y en la siguiente forma: después de desecar el cadáver, ya como los egipcios, ya de otro modo, le dan una mano de yeso y lo adornan todo con pintura, imitando en lo posible su aspecto; y luego lo rodean de una columna hueca de cristal, pues se saca de sus minas de cristal abundante y fácil de labrar. Encerrado dentro de la columna, se transparenta el cadáver, sin echar mal olor y sin ningún otro inconveniente, con apariencia en todo semejante a la del muerto. Por un año los deudos más cercanos tienen en su casa la columna, ofreciéndole las primicias de todo, y haciéndole sacrificios; luego la sacan y colocan esas columnas alrededor de la ciudad.
“Después de contemplarlo todo, los exploradores se volvieron.”
Heródoto, Los nueve libros de la historia. Traducción de María Rosa Lida de Malkiel, Vol, 1, Barcelona, 1987, pp. 210- 213.
Selección de Víctor Manuel Galán Tendero.