LOS ESQUIVOS ORÁCULOS HELÉNICOS. Por José Hernández Zúñiga.
Las personas siempre, desde la noche de los tiempos, se han interrogado sobre el mañana, sobre un destino tan borroso a primera vista como inevitable. De esta inquietud tan humana surgió uno de los elementos más interesantes, y quizá característicos, de la civilización griega, el de los oráculos.
Al Norte del Epiro, a escasa distancia del litoral jonio, se erguía el santuario de Zeus Dodoneo, del que ya nos habla Homero. Sus sacerdotes tenían prohibido lavarse los pies y daban razón del mañana de los que les consultaban a través del ruido de las hojas agitadas por el viento de un roble antiguo junto al templo.
En muchos puntos de la Hélade se emplazaron puntos sagrados de adivinación, que eran visitados por los griegos en distintos periplos.
El más famoso fue el de Delfos, cuyo oráculo adquirió una más que notable nombradía. Allí acudieron pobres y ricos que enviaban en su nombre a sus servidores. La pitonisa era la sacerdotisa encargada de recibir las respuestas de Apolo.
Entraba la pitonisa en el ombligo de la tierra, el antro sagrado, y mascaba hojas de laurel verde hasta entrar en trance para recibir las respuestas. A continuación emitía una serie de sonidos que eran descifrados convenientemente por los sacerdotes.
Al oráculo de Delfos no sólo acudieron simples particulares, sino también encumbrados políticos en busca de orientación a problemas complejos. Los sacerdotes de Delfos se convirtieron en un elemento muy importante de la política helénica, especialmente en períodos de gran turbación como las guerras contra los persas.
El oráculo de Delfos recomendó bajar la cabeza ante la llegada de las fuerzas persas del rey de reyes Jerjes I, una recomendación que muchos griegos no siguieron. Un poco más tarde recomendaría un muro de madera contra el invasor, la flota que vencería en Salamanina.
La consulta del oráculo no siempre deparaba respuestas sencillas ni aceptables, algo que sabe muy bien todo aquel que trata de otear el futuro.