LOS EJÉRCITOS DE LOS TIEMPOS DE LA GUERRA DE CRIMEA. Por Gabriel Peris Fernández.
Las guerras napoleónicas dejaron muchas lecciones a los ejércitos occidentales, además de un poderoso mito. La figura de Napoleón se convirtió en el referente de un sinfín de militares que pretendieron alcanzar su fortuna. Con los avances de la industrialización y de la tecnología aplicada a la guerra comenzaron a plantearse delicadas cuestiones, que la alabada experiencia napoleónica no pudo tener presente. La guerra de movimientos rápidos, con ejércitos que vivían del terreno, fue cediendo protagonismo ante la de posiciones con fuerzas que requerían importantes servicios.
La guerra de Crimea fue un verdadero choque mundial, en el que Francia y Gran Bretaña salieron en defensa del imperio turco contra Rusia. Austria y Piamonte tomaron parte en el conflicto a su modo. España se benefició comercialmente de la llamada guerra de Sebastopol, con similitudes con lo que acontecería durante la I Guerra Mundial, y envió observadores militares tan prominentes como Juan Prim. No dejó de temer movimientos de los Estados Unidos contra sus posesiones caribeñas aprovechando el compromiso franco-británico. La batalla de Balaklava del 25 de octubre de 1854, tan ensalzada por los británicos, demostró con rotundidad que la caballería era una fuerza de maniobra necesitada de la asistencia de otras armas para garantizar las ganancias tácticas, pues había perdido mucho poder frente al nuevo armamento.
Años más tarde, Napoleón III secundó a Piamonte contra Austria en sus empresas italianas, y la sangrienta batalla de Solferino (24 de junio de 1859) volvió a lanzar severas advertencias a los militares sobre el futuro. Tras el bombardeo contra la torre y el castillo de Solferino, se lanzó un costoso ataque que se saldó con la muerte de 22.500 austriacos, 17.000 franceses y 5.000 piamonteses. Conscientes que sus tropas se dirigían contra el fortificado cuadrilátero de Mantua, Pescara, Verona y Legnano, los franceses hicieron un importante acopio de efectivos: unos 100.000 soldados, que unidos a los 50.000 piamonteses se enfrentarían a los 120.000 austriacos. Antes del ultimátum de Austria, ya se enviaron por mar a Génova regimientos franceses. Por tren se trasladaron a diario 8.000 soldados y 500 caballos. Los austriacos desplegaron 480 cañones frente a los 400 de los aliados, pero los primeros solo tenían un alcance de 2.377 metros. Los franceses de retrocarga, fundidos en bronce, con ánima rallada del estilo de los de Crimea alcanzaban hasta 3.200 metros. La crueldad de los combates disuadió a Napoleón III a proseguir, algo que frecuentemente ha sido interpretado como una traición a la causa nacionalista italiana, aunque lo cierto es que se habían avanzado algunos de los rasgos de la futura guerra de posiciones.
En una época muy dada a ensalzar las glorias militares patrias, con héroes caballerescos que luchaban hasta la muerte, el sufrido soldado de infantería debía ser un tipo honorable y valiente, disciplinado sin perder su natural agresividad, y más resistente que técnico. Sus habilidades brillaban más en unidades como las de los zuavos que emprendieron la conquista francesa de Argelia o los voluntarios del quinto de Nueva York en la guerra de Secesión norteamericana. Se desenvolvían bien en escaramuzas, con fuerzas de apoyo y reserva en la retaguardia como sistema táctico. Se reprochó al mando español durante la guerra con Marruecos que sus unidades de este género no se coordinaran debidamente con la armada en sus movimientos.
Más allá de la épica de la fiel infantería, los soldados rasos padecieron con brutalidad el azote de uno de los mayores flagelos del siglo XIX, el cólera. Se ha calculado que de los 18.000 piamonteses que tomaron parte en la guerra de Crimea, 2.000 cayeron por su culpa. Los servicios sanitarios británicos adolecieron de incompetencia y de burocratismo durante aquel conflicto. De hecho, el Reino Unido buscó entonces soldados en Portugal, España y Piamonte al contar con un ejército de reclutamiento voluntario. Los padecimientos en el campo de batalla llevaron en 1864 a la creación de la Cruz Roja.
El aumento de efectivos militares en la década de 1850 complicó más esta clase de problemas. Se estima que a la altura de 1860 Rusia contaba con una fuerza militar de 862.000 hombres, Francia de 608.000, Gran Bretaña de 347.000, Austria de 306.000, Prusia de 201.000, España de 90.000 y Estados Unidos, a punto de entrar en su guerra civil, de 26.000 de momento. Estos ejércitos, pese a la exaltación nacionalista, podían llegar a ser muy variopintos, como era el caso del austriaco, compuesto en 1865 por alemanes en un 26%, bohemios en un 19%, italianos en un 10%, rutenos en otro 10%, polacos en un 7´6%, magiares en un 6´6%, croatas en un 5´6%, eslovenos en un 4%, rumanos en otro 4%, serbios en un 3´8% y de otras procedencias en un 1%.
De forma pareja, el volumen de gasto militar aumentó entre 1852 y 1855: Rusia del 15´6 al 39´8%, Francia del 17´2 al 43´8, Gran Bretaña del 10´1 al 36´5, Piamonte del 1´4 al 2´2. Las innovaciones en el mando, planes de movilización, aprovisionamiento de municiones para armas como los flamantes fusiles de retrocarga, servicios sanitarios y medios de comunicación como el telégrafo lo determinaron. Era la nueva realidad que muchos que pensaron en emular a Napoleón se encontrarían finalmente en 1914. La Rusia zarista volvería a encajar terribles golpes, ya definitivos, por sus carencias logísticas y de organización militar.