LOS CULTOS HEROÍCOS DE LOS IBEROS. Por Víctor Manuel Galán Tendero.
En la terraza, en la que se oficiaría el culto, se emplazó un notable conjunto de esculturas en el que un guerrero, del que no se conserva su cabeza, oculta bajo su toga un arma, a punto de dar un golpe mortal a un lobo de fauces enormes y orejas encogidas, lo que se ha interpretado como anuncio del cercano triunfo del héroe, que sería tomado como punto de arranque de un linaje hegemónico en la zona. La fantasía a veces ha ocultado una realidad más prosaica.
Desde la Edad del Bronce tenemos constancia de la profunda devoción que muchos pueblos del mundo mediterráneo y del Oriente Próximo tuvieron por unos hombres excepcionales que según la tradición vivieron en un mundo frecuentado por divinidades, criaturas fantásticas y monstruos terribles. Eran los héroes.
Los historiadores actuales los interpretan en clave de evolución social, la de la emergencia de una aristocracia guerrera con connotaciones religiosas que se va diferenciando del resto de la población tanto por su riqueza material (manifestada en sus ajuares) como por su estilo de vida, no siempre fácil de precisar a través de las fuentes arqueológicas.
La Epopeya de Gilgamesh es un notable ejemplo de ello y los investigadores del mundo ibero, a la espera de descifrar su idioma, lo han tomado como punto de comparación en la interpretación de las imágenes e iconografía plasmada en algunas de sus piezas cerámicas más celebradas.
Las bichas de los iberos, como la de Balazote, plasman con claridad el universo fantástico en el que se situaron las andanzas de los héroes.
El santuario jienense de El Pajarillo, estudiado en los años noventa por Molinos, resulta de enorme interés. En el siglo IV antes de Jesucristo se erigió allí una construcción con terraza, a la que se accedía a través de unos escalones flanqueados por dos animales protectores.
En la terraza, en la que se oficiaría el culto, se emplazó un notable conjunto de esculturas en el que un guerrero, del que no se conserva su cabeza, oculta bajo su toga un arma, a punto de dar un golpe mortal a un lobo de fauces enormes y orejas encogidas, lo que se ha interpretado como anuncio del cercano triunfo del héroe, que sería tomado como punto de arranque de un linaje hegemónico en la zona. La fantasía a veces ha ocultado una realidad más prosaica.