La Baja Edad Media fue un periodo de dificultades, desde las epidemias de peste a los conflictos. No pocas personas intentaron encontrar solución a sus personas por diferentes medios, fueran prosaicos o de carácter más trascendental. A veces, las prescripciones de la Iglesia católica no bastaron, y se recurrió a otros elementos, como los de la alquimia.
Los alquimistas debían transformar su alma para alterar los metales y lograr la ansiada piedra filosofal, capaz de convertir el plomo en plata u oro. Los poderosos los buscaron y los temieron a la par. El noble aragonés don Artal de Alagón apresó en 1392 a dos alquimistas en Sástago por ambas razones.
Los dos disponían de libros de su ciencia, además de dos ampollas con sendos espíritus familiares, muy necesarios en las invocaciones a los poderes ocultos. En vista de ello, el apresamiento llamó la atención del rey Juan I de Aragón, también atento a la alquimia.
Invocó, por ende, su regalía. Ordenó a don Artal que entregara los presos al baile general de Aragón Eximeno de Tovia, pues no era cuestión de dejar pasar cualquier oportunidad.
Fuentes.
ARCHIVO DE LA CORONA DE ARAGÓN.
Colecciones, Manuscritos, Varia, 10.