LOS CABALLEROS QUE QUERÍAN VER MUNDO. Por Víctor Manuel Galán Tendero.

12.08.2024 10:08

               

                La caballería de la Europa cristiana de fines del siglo XIV e inicios del XV se mantenía fiel a su conducta arrojada y presuntuosa en los campos de batalla. En la batalla de Nicópolis (25 de septiembre de 1396) los caballeros franceses cargaron contra los turcos de manera tan brava como arriesgada, ocasionando la derrota del ejército cruzado, también integrado por húngaros, valacos, búlgaros, venecianos, genoveses y fuerzas de Castilla y Aragón. El sultán Bayaceto I llegó a ordenar la ejecución de unos tres mil prisioneros de forma cruel, aunque a figuras más destacadas como al mariscal de Francia se les mantuvo con vida para cobrar un elevado rescate. Las noticias de la derrota cruzada llegaron a todas las cortes cristianas, haciéndose eco en la de Castilla el canciller y cronista Pero López de Ayala.

                Castilla mantenía por entonces una estrecha alianza con Francia, enfrentada a Inglaterra, y Enrique III envió a Bayaceto I dos embajadores, Payo Gómez de Sotomayor y Hernán Sánchez de Palazuelos, con la intención de liberar cautivos. Desde hacía tiempo, los caballeros servían como embajadores de los reyes, pues la política era consustancial a la guerra. Sus negociaciones no resultaron nada sencillas, y se encontraron el 20 de julio de 1402 en el campo de batalla de Ankara, donde fue derrotado Bayaceto I por el conquistador turcomongol Tamerlán. El vencedor se mostró obsequioso con los embajadores de Enrique III, ofreciéndoles tres cautivas del harén del sultán, capturadas en Nicópolis. Algunas de ellas, como Angelina de Grecia, pasaron por ser princesas húngaras.

                La irrupción de Tamerlán parecía haber dejado fuera de combate a unos turcos  que iban de victoria en victoria, alterando la situación del Mediterráneo oriental. Las galeras venecianas no pudieron ofrecer a los castellanos los deseados paños de oro y seda, tan del gusto de Enrique III, por los daños inferidos por los ejércitos de aquél.  Paralelamente, había llegado a Valencia a 29 de febrero de 1403 una delegación del emperador de Bizancio Manuel II, informando también de las novedades. Los bizantinos solicitaron la ayuda de los aragoneses, e igualmente pensaron recabarla de los castellanos.

                Volvió a plantearse una posible alianza entre los cristianos y los mongoles contra los musulmanes, como en tiempos del asedio de San Juan de Acre hacía más de cien años, y Tamerlán envió a su embajador Muhammad El-Kesh a la corte castellana. Todavía albergaba la Cristiandad la esperanza de encontrar al poderoso y mítico Preste Juan, por lo que Enrique III respondió mandando nuevos embajadores a Tamerlán: el dominico fray Alonso Páez de Santamaría (maestro de teología), el caballero Ruy González de Clavijo y a su guarda Gómez de Salazar. Emprendieron la marcha desde el Puerto de Santamaría el 22 de mayo de 1403 y el 1 de marzo de 1406 alcanzaron Sanlúcar tras realizar un larguísimo viaje, en el que visitaron Samarcanda, la capital de Tamerlán. Durante el tiempo de su ausencia, hubo preocupación en Castilla por su suerte. A finales de octubre de 1404, la galera del sevillano Juan Alfonso de Montemolín, que había trasladado a Génova al arzobispo de Sevilla para dilucidar la cuestión del Cisma, se aventuró más allá de Sicilia para recabar noticias de los embajadores.

                La celebérrima Embajada a Tamerlán, que mereció los honores de la publicación por Gonzalo Argote de Molina en la Sevilla de 1582, ha dado pie a distintas disquisiciones sobre su autoría y composición, por mucho que se hayan atribuido sus méritos a Ruy González de Clavijo. Sus descripciones de ciudades como Constantinopla o Samarcanda resultan de gran interés no sólo por sí mismas, sino también por las inclinaciones que demuestran, las de los curiosos caballeros que querían ver mundo. De la mano de las embajadas y de las campañas a lejanos lugares, tal tendencia se había extendido entre la nobleza europea. El caballero Hugo Hernoit, enviado del rey de romanos Roberto III, consiguió que el 18 de mayo de 1402 Martín I de Aragón le diera seguridades para ser recomendado a Muhammad VII, el sultán de la llamativa Granada. No sería el último en alcanzar los favores del rey aragonés, ni de lejos. Si el 20 de noviembre de 1404 presentó a varios caballeros polacos al rey de Castilla, al de Portugal y al sultán de Fez, recomendó al portugués Juan I el 9 de agosto de 1406 a los dos barones húngaros que llevaban cartas de los monarcas de Hungría y de Polonia. Los caminos, además de inseguros, eran caros por un sinfín de gabelas, y siempre convenía disponer de los salvoconductos reales.

                El gusto por las novedades se avino bien con el de aventuras, tan provechosas para todo caballero ambicioso con deseos de sobresalir. Los normandos Juan de Béthencourt y Gadifier de la Salle partieron el 1 de mayo de 1402 de La Rochelle para conquistar Canarias. El 22 de enero de 1403 recabaron la protección del Papa Benedicto XIII, llegando a rendir interesada pleitesía a Enrique III. La obra Le Canarien, redactada mucho después a mayor gloria de Béthencourt, carece de las extensas observaciones antropológicas de la Embajada a Tamerlán, pero no deja de contar con referencias sesgadas a los guanches canarios y a los musulmanes norteafricanos.

                En la Castilla de los albores del siglo XV muchos pensaron ganar fortuna por los caminos del mar, a veces como piratas o de forma más respetable como corsarios reales. La línea entre una y otra condición era tenue. Don Iñigo López de Mendoza, señor de una galera y de una galeota, fue acusado en 1402 de atacar sin miramientos a los navegantes aragoneses. Las reclamaciones de Martín I y de los círculos de negocios castellanos movieron a Enrique III a emprender una campaña contra los corsarios en 1403, una verdadera operación de prestigio que fue encomendada al caballero Pero Niño.

                Según su Crónica, El Victorial (escrita por su alférez Gutierre Díez de Games), se aparejó secretamente una escuadra de galeras en Sevilla, con una buena dotación de ballesteros. A la misma se sumó la nao real, cuyo patrón era Pedro Sánchez de Laredo. Aunque don Pero comandaba la fuerza naval, con la compañía de su primo Fernando y de treinta hombres de armas más, el mando técnico se confió a dos expertos: el genovés micer Nicolaso Bonel y el cómitre de galeras de Sevilla Juan Bueno. La escuadra también se proveyó de truenos o piezas de artillería.

                De mayo de 1403 a octubre de 1404, se emprendieron distintas acciones. Cartagena les sirvió frecuentemente de base. No se atacó a los musulmanes de Granada, pero sí a los norteafricanos desde Túnez a Mazalquivir. Aunque se combatió en aguas de Marsella al corsario Juan de Castrillo (capitán de la galera del caballero castellano afincado en Nápoles Juan González de Moranza), no se tuvo empacho en tomar una galeota aragonesa fletada por comerciantes magrebíes, con una valiosa carga de esclavos blancos y negros, cera, grana, capas moras y otras mercancías de valor. En una Cerdeña en rebelión contra el rey de Aragón se luchó contra las naos de corsarios que abastecían la plaza del Alguer, de obediencia aragonesa, por cuentas pendientes con los comerciantes de Sevilla.

                Pero Niño y los suyos se comportaron más de una vez como piratas, pero en El Victorial se adornan sus acciones con actitudes caballerescas, propias de la osadía de los cruzados franceses que terminaron despedazados tras Nicópolis. Al desembarcar en tierra norteafricana para hacer aguada, los hombres de armas buscaron batalla campal, desoyendo los consejos de los cómitres temerosos de caer en una celada. Tal ética guerrera también sería observada años más tarde por los caballeros portugueses que atacaron Marruecos. Se combatió en Marsella contra las galeras corsarias al servicio del Papa Benedicto XIII para ganar honra por Castilla. Al emir de Túnez se le hizo saber con orgullo que procedían del reino de los Alfonsos, los victoriosos monarcas que habían recuperado Hispania de los islamitas. Posteriormente, Pero Niño se volvería a hacer a la mar para luchar contra los ingleses, enemigos de franceses y castellanos, incursionando con éxito en puntos de las islas Británicas.

                Ahora bien, Gutierre Díez de Games no tuvo inconveniente en adornar la Crónica de los hechos de su héroe con algunas descripciones de lugares, como Túnez, satisfaciendo el tributo a la creciente curiosidad de los caballeros andariegos. No es casual que la figura del viajero y conquistador Alejandro el Grande le resultara tan atractiva como a Alfonso el Magnánimo en los días de sus campañas de Nápoles. A su modo, estos autores crearon la escuela de los posteriores conquistadores cronistas de Indias, tipos curiosos igualmente imbuidos de ideas caballerescas.

                Fuentes.

                ARCHIVO GENERAL DE SIMANCAS.

                EST, LEG, 1, 1, 2, 153.

                Crónica de don Pero Niño, conde de Buelna, por Gutierre Díez de Games su alférez, Madrid, 1782.

                Documentos de Enrique III. Fondo Mercedes Gaibrois de Ballesteros. En línea.

                Embajada a Tamerlán, Madrid, 1984.

                Histoire de la conquête des Canaires par le sieur de Béthencourt. En línea en el sitio de Philippe Remacle.