LOS CABALLEROS DE LA ESTEPA. Por Víctor Manuel Galán Tendero.
Cuando los hombres se enseñaron a montar a caballo transformaron profundamente la manera de guerrear. Los jinetes podían lanzarse a unos setenta kilómetros a la hora contra formaciones desplegadas en un terreno difícil, acometiendo el corcel con sus dientes y cascos. La guerra ganó en agresividad y en maniobrabilidad.
Los escitas eran unos nómadas de la estepa euroasiática que en el siglo VII antes de Jesucristo desplazaron a los cimerios en el Norte del Mar Negro. Incursionaron con éxito contra el declinante imperio asirio y se convirtieron en un poder territorial a considerar.
Los aristócratas escitas iban a lomos de caballos de casi un metro y medio de altura desprovisto de armadura, reservada al jinete formando escamas. Yelmos de bronce o hierro de acusada influencia griega protegían sus cabezas.
Su arma más terrible era un arco compuesto de unos cien centímetros con un cuerpo doblemente curvo y extremos también curvos. Tenía una gran potencia, siendo capaz de atravesar sus flechas de punta de bronce y tres filos el cuerpo humano según acreditan algunas de sus sepulturas. A veces bañaban sus flechas en veneno. Una funda protegía al arco de la humedad y las aljabas llegaban a contener hasta setenta y cinco flechas.
Los caballeros escitas también emplearon una espada recta, un hacha de guerra, lanzas con puntas en forma de hojas, lanzas de tres metros y venablos. En la espalda iban provistos de escudos de madera forrados de cuero para no embarazar sus manos en las cargas de caballería.
Los escitas atacaban disparando lluvias de flechas, siguiéndose a continuación retiradas simuladas para infringir un contragolpe aniquilador a sus enemigos. Llegados al enfrentamiento directo los caballeros más pesadamente armados frenaban al enemigo hasta su aniquilación.
En un momento de debilidad podían escapar con celeridad a la estepa.
Los escitas fueron capaces de abatir a las fuerzas persas de Darío I a fines del siglo VI antes de Jesucristo y a las macedonias ciento cincuenta años más tarde. Las formaciones de infantería cerradas y los rebuznos de los burros de la impedimenta salvaron a los persas de la aniquilación completa.
Los caballeros escitas sólo fueron vencidos por otros jinetes de la estepa en el siglo III antes de Jesucristo, los sármatas cruelmente domadores de bravos corceles. A un imperio del caballo sucedía en la estepa septentrional del Ponto otro.