LOS CABALLEROS DE CÓRDOBA.
Los castellanos medievales, del Norte del Duero a las Canarias.
El 29 de junio de 1236, festividad de San Pedro y San Pablo, Fernando III de Castilla y de León entró triunfante en la antigua capital del califato, Córdoba. Tras no pocas dudas, había aceptado la salida de los musulmanes con sus objetos de valor, algo que no había gustado a muchos de su ejército, más dispuestos al saqueo y al cautiverio. De hecho, la iniciativa conquistadora no había partido de la corte, sino de las gentes de la frontera cristiana, entonces atentas a los enfrentamientos en el seno del imperio almohade. Desde Andújar, según la Estoria de España que ordenara componer Alfonso X, cabalgaron contra el territorio Córdoba caballeros hidalgos, adalides, y almogávares a caballo y a pie. Unos musulmanes que apresaron les informaron del confiado estado defensivo de la gran ciudad, y hombres como Pedro Ruiz Tafur o Martín Ruiz Argote no se lo pensaron dos veces. Escalaron las torres del arrabal de la Ajarquía, el primero de ellos Alvar Colodro, e irrumpieron en el mismo, pero las gentes de la medina les plantaron cara y se encontraron en una posición apurada. Desde las torres que controlaban resistieron y enviaron mensajeros a pedir ayuda.
Entonces el rey se encontraba en Benavente. Tampoco se entretuvo y partió hacia Córdoba acompañado de una fuerza poco numerosa. Pasó por Ciudad Rodrigo y Alcántara, vadeó el Guadiana por la barca de Medellín, y alcanzó los castillos de Magacela y Bienquerencia, donde el alcaide musulmán le prometió obediencia si ganaba Córdoba. Las lluvias del invierno hacían poco aconsejable la acción. Puso su campamento junto al puente de la ciudad, entre la misma y Écija. Aquí había acudido el caudillo andalusí Ibn Hud al frente de una nutrida fuerza en la que formaban 200 caballeros cristianos, entre ellos don Lorenzo Suárez, desterrado por Fernando III a tierras musulmanas.
Las cartas parecían contrarias a Fernando III. La indecisión de Ibn Hud de plantear batalla, dudoso de las fuerzas enemigas, y la reconciliación de don Lorenzo con el rey, que le aconsejó una añagaza, lo salvaron de una probable derrota. La llegada de más fuerzas desde León y Castilla aseguró el asedio de Córdoba. Los sitiados se rindieron e Ibn Hud se comprometió a pagar durante seis años de tregua cerca de 12.000 maravedíes anuales, parte de los cuales fueron destinados al gobernante musulmán de Jaén aliado de Fernando III. Lo cierto es que Ibn Hud no concluyó de abonarlos: murió asesinado en Almería en 1238 cuando se aprestaba a socorrer Valencia ante Jaime I.
Una vez convertida la gran mezquita en templo cristiano, en una ceremonia en la que el obispo de Osma fue acompañado por el de Cuenca y el de Baeza, Fernando III marchó a Burgos y dejó al frente de Córdoba a Tello Alfonso con fuerzas como las procedentes de Segovia. Los primeros momentos fueron difíciles, pero en 1241 el rey le concedió Fuero, que más tarde se extendería por otras localidades, como Alicante en 1252.
Se aplicaron fórmulas que venían de antiguo, terminadas de perfilar en el reino de Toledo, durante tanto tiempo expuesto a los vaivenes militares. La nueva ciudad realenga, cabeza de un nuevo reino de la Corona de Castilla, fue dotada de un concejo en el que los caballeros adquirieron un gran protagonismo. Sus heredamientos se consideraron libres y sus cultivadores solo deberían satisfacer la décima parte de lo cosechado. Se les aseguraba contra embargos y deberes de vigilancia como la anubda. Su servicio militar se reducía a un solo fonsado o expedición anual, con la advertencia de pagar diez sueldos en caso de inasistencia.
Gozaban de libertad de movimientos y podían ir a sus tierras de pasados los puertos hasta el primero de mayo, cuando el peligro de las expediciones enemigas se recrudecía, pero deberían dejar alguien encargado de las tareas militares, disponiendo un caballo. En aquellas circunstancias los peones podían ascender a caballeros con mayor fluidez. Para dar estabilidad al grupo y a la nueva comunidad, la esposa podía suceder a su marido en la honra u honor regio, y los hijos en los caballos y armas entregados por el rey.
La perduración durante la Baja Edad Media de la frontera con la Granada nazarí hizo necesario el mantenimiento de una fuerza caballeresca, que recibió en ocasiones acostamientos o retribuciones reales para acudir a las campañas en mejores condiciones. Para reforzarla y economizar las arcas reales a la par, Alfonso XI obligó en las Cortes de Alcalá de 1348 a todos aquellos que tuvieran un determinado nivel de fortuna o cuantía a mantener montura de guerra, una medida originada en la Extremadura leonesa de tiempos de Alfonso IX. En Córdoba, al igual que en Jaén, se estableció en 4.000 maravedíes, muy distantes de los 15.000 de Requena y Logroño o los de 16.000 de Soria. En estas condiciones, los caballeros de cuantía o de premia cordobeses alcanzaron el número de setecientos a mediados del siglo XV, cuando Gutierre de Sotomayor denunció ante el rey los daños que aquéllos le infringieron en la tierra de Belalcázar. En 1469, en una Castilla agitada por las disensiones, Enrique IV aprobó la confederación de los caballeros de Córdoba para recuperar sus términos territoriales, algo que se confirmó en 1478 por doña Isabel y don Fernando.
Entre los caballeros de premia habían sensibles diferencias de fortuna y de protagonismo público, pues no todos eran hidalgos y unos pocos llegaron a ser regidores. Algunos aprovecharon el poder para ampliar su fortuna patrimonial. Las tensiones obligaron a la monarquía a intervenir, en vísperas de la guerra de Granada. En 1478 los cuantiosos pudieron escoger dos fieles y dos alcaldes, y al año siguiente vieron reconocida la exención de servicios, así como el privilegio de justicia ante los reyes. En la pragmática de 1492 (válida para toda Andalucía y Murcia) se estableció la premia en 50.000 maravedíes, y en 1493 se registraron menos de trescientos caballeros en Córdoba. A poco más de doscientos dieciséis ascendería su cifra a comienzos del siglo XVI.
La caballería de cuantía parecía declinar, en un tiempo de importantes cambios, pero la cercanía de la Granada morisca aconsejó su preservación. La guerra de las Alpujarras (1568-71) provocó pérdidas sensibles de caballos en localidades como Córdoba, lo que unido a la variación de las haciendas de los vecinos llevó en 1565 a Felipe II a ordenar al corregidor la revisión de los que figuraban como cuantiosos, que deberían de mantener montura, armas y pasar el alarde cada seis meses. La incorporación de Portugal a la Monarquía hispana no desató en la Península una guerra cruenta, pero la movilización de las fuerzas castellanas evidenció serios problemas a la hora de desplegar los caballeros de premia. En 1611, en horas difíciles para la Corona de Castilla, Córdoba solicitó al rey la derogación de la caballería de cuantía, en la práctica un impuesto sobre las fortunas que solo ocasionaba inconvenientes, pues no pocos caballeros eran varones maduros de escasas condiciones combativas. Debían mantener corcel propio, armas y a veces concertar un sustituto. La vergüenza de quedar en mal lugar en los alardes, según el municipio cordobés, indujo a personas acaudaladas a cambiar su residencia a localidades señoriales, con menoscabo de la hacienda real y del fiscalmente sobrecargado vecindario.
Los cuantiosos fueron extinguidos a cambio del mantenimiento de la caballería de España acordada en el servicio de los millones. Sin embargo, la ruptura de hostilidades con Francia en 1635 replanteó tal decisión, a pesar que los soldados de gracia y cuantía pretendieran gozar del fuero militar para disgusto de los grandes aristócratas andaluces, que se consideraron menoscabados en su jurisdicción. Lo cierto era que el primigenio impulso caballeresco que había conquistado Córdoba, abierto a las ambiciosas gentes de la frontera, se había convertido en una pesada carga de una sociedad cada vez más agobiada por las cargas fiscales y las guerras de la Monarquía. La evolución de la Corona de Castilla queda bien reflejada en los años de Historia de los caballeros cordobeses.
Víctor Manuel Galán Tendero.