LOS BORJA DE CARNE Y HUESO.
Los Borja son uno de esos linajes históricos que incitan a las fantasías de demasiadas personas todavía en la actualidad. Motivos y personalidades no faltan: el Papa Alejandro copulador, el hijo tiránico César y Lucrecia la hija envenenadora, entre otras criaturas.
Muchos se han rasgado las vestiduras con ellos y otros muchos los han admirado, convirtiéndolos en el prototipo de la familia mafiosa que triunfa arrolladoramente en el cine y la televisión. Los Borja serían los Soprano del Renacimiento.
Las manías nacionalistas también han irrumpido en los juicios sobre ellos. Los odiados catalanes amantes de la lidia taurina por los italianos de fines del siglo XV se han convertido en los emprendedores y vitalistas valencianos de algunos autores piadosos de hoy en día, admirando su capacidad de emplear a sus paisanos para desdoro de más de un político actual en el Madrid de las Autonomías…
¿Quiénes fueron los Borja? A esta pregunta responde con claridad un gran libro, no siempre considerado por todos los lectores de historia: Alfons de Borja y la Ciudad de Valencia (1419-1458) de un gran investigador en los archivos, Agustín Rubio Vela, publicado en Valencia en el 2000.
Su oportuno estudio introductorio guía la lectura de sus 165 documentos, en los que se desgrana la relación entre el futuro Papa Alejandro VI y las autoridades municipales de Valencia entre 1419 y 1458, mostrando su carácter astuto y dominante.
Con gran interés los munícipes valencianos, miembros del patriciado urbano de la ciudad, promovieron la carrera administrativa de Alfonso de Borja ante el rey, con la vista puesta en colocar a una hechura en la Corte que les dispensara todo género de beneficios. Invocaron su valencianía para ponerlo al frente de la Seo de la ciudad.
Alfonso se dejó querer, pero no dominar. Tan pronto como asumió el poder no se mostró complaciente en satisfacer las demandas de colocación en el capítulo catedralicio o en otras dignidades eclesiásticas de los patricios valencianos ni en atender ante todo las necesidades de su sede. Para él Valencia no fue un referente sentimental. A lo sumo un instrumento más en su escalada al poder.
Afirmado su poder ante sus viejos patrocinadores, el señor obispo reanudó la relación clientelar con ellos, aunque dictando él las condiciones. En el llamado siglo de oro valenciano los linajes y sus más conspicuos representantes pensaron en términos propios, como en otras épocas y otros lugares menos prestigiados, alimentando su egoísmo el futuro estallido de les Germanies. Al fin y al cabo esta obra también nos habla sobre una Valencia que encabezaba un reino con no escasos problemas y no menores posibilidades, un tema que Agustín Rubio Vela también ha estudiado con maestría en sus celebrados Epistolaris, cuya tercera entrega esperamos muchos con gran interés.
Víctor Manuel Galán Tendero.