LOS BARONES ESPAÑOLES ANTE LA CRISIS DEL ANTIGUO RÉGIMEN EN CERDEÑA.
En el siglo XVIII, Cerdeña ya había sido desvinculada de la Monarquía española para entrar en la piamontesa, pero su legado hispánico no había sido desarraigado. Todavía varios nobles españoles poseían dominios feudales en la isla, por los que percibían rentas nada menospreciables. En 1767 el conde de Oliva los había visto confirmados por el rey de Cerdeña. Los campesinos pagaban derechos como el del yugo (el de la quinta parte de lo cultivado), el del ganado u otros de reconocimiento señorial.
El pensamiento ilustrado llegó a considerar el feudalismo la razón fundamental de la pobreza de la isla, sometida a lo largo de la Historia a distintos señores extranjeros. La revolución francesa acentuó tal tendencia y en 1794 estalló una revuelta en Cerdeña contra las autoridades del Antiguo Régimen. Los rebeldes triunfaron y el gobierno fue confiado a la Audiencia. Sin embargo, los más radicales cargaron contra los más moderados al año siguiente, en una nueva fase revolucionaria. Desde el continente, la monarquía sarda mandó en 1796 como representante al abogado Angioy, que terminó pasándose a las filas radicales. La paz con Francia permitió al rey de Cerdeña rehacerse e imponer su autoridad en la isla. Angioy marchó al exilio.
Los nobles españoles conservaron sus feudos, aunque en los años siguientes sus derechos fueron aminorados e incluso anulados. La no renovación de los límites territoriales de los feudos ocasionó no pocos pleitos en un tiempo de administración lenta de la justicia. La proliferación de los cercamientos y las entradas de piaras en los montes reservados añadieron nuevos motivos de discrepancia. Las cortes de Turín y Madrid mantuvieron unas relaciones correctas, aunque la segunda fuera aliada de la Francia del Directorio y del Consulado.
A principios de marzo de 1802, poco antes de firmarse la paz de Amiens, arribó a la isla una nave española desde Cádiz con una tripulación francesa de mil hombres. Aunque adujeron que una tempestad los había obligado a refugiarse en Cerdeña, exigieron unos ocho mil duros, que deberían pagar los comerciantes y los apoderados o representantes de los barones de España.
La situación de la isla distó de mejorar en la primavera de aquel año. Angioy emprendió un nuevo intento revolucionario, que fue derrotado por los dependientes del condado de Oliva. De todos modos, salteadores en unión con algunos corsos, dirigidos por revolucionarios, pusieron en peligro el cobro de caudales y su traslado.
A finales de agosto, los intentos de rebelión todavía inquietaban la vida sarda. La apertura de los Estamentos, los Estados Generales de la isla, ocasionó nuevos quebraderos de cabeza, dada la división entre moderados y radicales, ya apuntada. La autoridad del rey Víctor Manuel I se encontraba en graves apuros, pues muchos pensaban que se ocultaban inquietantes noticias, como las de las amenazas del primer cónsul francés Napoleón Bonaparte.
Con las manos libres en el continente, se creyó que aquél acometería a la monarquía sarda. Víctor Manuel I podría refugiarse con su corte en Cerdeña (algo que al final sucedió), pero los apoderados de los barones españoles temieron que persiguiera con denuedo a los partidarios de los franceses.
Claro que de no darse tal paso, Francia acometería la conquista de la isla para dominar el Mediterráneo. Tampoco los barones españoles podían esperar nada bueno de tal opción. En todo caso, figuras como el conde de Oliva debían enviar a sus comisionados a los Estamentos. La misma España, con los feudos todavía vigentes en Cerdeña, debía ayudar secretamente con dinero a los enemigos insulares de su aliada Francia. El peligro de guerra civil era claro, dentro de la crisis del Antiguo Régimen de una Cerdeña que con el tiempo tampoco vería con indiferencia el liberalismo español de 1812.
Fuentes.
Archivo Histórico de la Nobleza. Osuna, CT. 195, D. 165, 168-169, 171 y 173.
Víctor Manuel Galán Tendero.