LOS ALMOGÁVARES Y SU MITO. Por Víctor Manuel Galán Tendero.
Los almogávares combatieron con gran energía en numerosas campañas de las gentes de la Corona de Aragón de la Baja Edad Media. Estas tropas ligeras merecieron los honores cronísticos de Ramón Muntaner, y su prestigio pasó a la Historia.
Aunque otras palabras vinieron a designar a aquellas tropas, el término almogávar se conservó por más tiempo en el Sur de la Península, desde la gobernación valenciana de Orihuela al reino de Granada, tierras de luchas fronterizas. Diego Hurtado de Mendoza se hizo eco de tal nombre en su Guerra de Granada.
Por tanto, los almogávares no desparecieron, sino que fueron llamados más tarde sirvientes y miqueletes después. Esta última denominación es debida a Miquelot Prats, servidor militar de César Borgia, según Zurita y el padre Mariana.
La reivindicación de las gestas catalanas en Italia de Cristòfor Despuig (1557) volvió a granjearles el favor de los eruditos. En su Expedición de los catalanes y aragoneses contra turcos y griegos (1620), Francisco de Moncada sostuvo que en sus orígenes eran un antiguo pueblo bárbaro, capaz de vencer a los romanos y de contener posteriormente a los musulmanes.
Durante la guerra de los Segadores se reforzó la identificación letrada entre almogávares y miqueletes, como se desprende de la Historia de los movimientos, separación y guerra de Cataluña (1645) de Francisco Manuel de Melo. En la Cataluña del XVII se pusieron en pie compañías de miqueletes, verdaderas milicias que combatieron tanto del lado francés como del español.
A finales del Antiguo Régimen, las gestas de los almogávares formaron parte del imaginario patriótico catalán, buen ejemplo del valor de las gentes del Principado y de sus servicios a sus príncipes. Capmany no dejó de recordarlos.
Más allá de los libros, unidades de miqueletes hicieron armas contra la Francia revolucionaria en 1794. Voluntarios catalanes tomaron parte en la guerra de las Naranjas contra Portugal. Durante la lucha contra Napoleón, se pusieron en pie hasta cuarenta cuerpos de miqueletes, verdaderos tercios de guerrilleros. Según Cabanes, muchos jóvenes se sintieron atraídos por servir en estas unidades por su carácter más libre, bien avenido con los aires de montaña catalanes. Comenzaba a hacerse patente la identificación entre la montaña y la libertad en Europa, emergiendo con fuerza durante el romanticismo la figura de Guillermo Tell.
La conformación de la milicia nacional durante la revolución liberal también resultó determinante en el futuro aprecio de los almogávares. Las intervenciones en el exterior también ayudaron. En la guerra de Marruecos de 1859-60, ganaría fama el tercio de voluntarios catalanes, a las órdenes directas de Victoriano Sugranyes. Voluntario contra los carlistas y revolucionario en 1854, llegó a ser diputado. Cayó en la batalla de Tetuán, y su amigo Anselm Clavé también se haría eco de los almogávares.
El general Prim obtuvo buenos réditos políticos de sus acciones en aquella guerra junto a los voluntarios catalanes. En su arenga del 4 de febrero de 1860 los llamó a reverdecer las glorias de sus antepasados en honor de su tierra natal de Cataluña.
Dentro del círculo de Prim, el literato Víctor Balaguer compararía a los almogávares con las tropas de los zuavos (como las de los franceses en Argelia o las de los voluntarios del quinto regimiento de Nueva York) y de los bersaglieri, los cazadores del reino de Cerdeña. En 1860 expresó tal sentir en sus Jornadas de Gloria o los españoles en África.
El antiguo almogávar (el nuevo voluntario) se convirtió en el prototipo del valeroso soldado de infantería, sacrificado y temperamental. Su mito sería muy bien acogido por el catalanismo, pero también el primer franquismo le rindió tributo. A día de hoy, la historiografía deslinda lo imaginado de la realidad, haciendo hincapié en sus orígenes sociales, en sus formas de organización y de comportamiento, y en sus paralelismos con otras huestes similares de la Europa medieval.
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