LAS TRADICIONES PREISLÁMICAS EN LA LORCA MUSULMANA. Por Verónica López Subirats.

28.11.2017 16:16

                

                Emplazada en la vega del Guadalentín, en la ruta entre Murcia y Granada, la Lorca musulmana tuvo un destacado protagonismo regional en el siglo IX de la Era cristiana, según se desprende de la lectura de Al-Yaqubi. El geógrafo del siglo XI Al-Udhri, de origen almeriense, nos refiere una serie de detalles portentosos o maravillosos, muy del gusto de su tiempo, a propósito de Lorca:

                “Con frecuencia esta vega se ve afectada por plagas de langostas que dejan huellas de su paso. La gente de Lorca refiere que en la iglesia principal había una langosta de oro que servía de talismán contra la plaga, y que no conocieron dicha plaga mientras aquel talismán estuvo allí, hasta que lo robaron, y aquel mismo año apareció la langosta, y así hasta ahora.”

                Asimismo, de Al-Udhri tomó en el siglo XIII el autor oriental Al-Qazwini lo siguiente:

                “No existía tampoco allí la sarna del ganado vacuno hasta que aparecieron, al excavar para hacer unos cimientos, dos toros de bronce, colocados uno frente a otro mirándose. La enfermedad hizo su aparición aquel mismo año, después de que los sacaran de aquel emplazamiento.

                “Entre las cosas singulares y maravillosas de allí hay un olivo que se encuentra en una iglesia de un paraje montañoso, que todos los años en una época determinada florece, cuaja el fruto, ennegrece y madura, todo en un solo día. Tan famoso llegó a ser que –según cuenta Al-Udhri- sus dueños, que eran cristianos, lo cortaron por la única razón de que les causaba molestias la mucha gente que aquello atraía y que allí se agolpaba. Estuvo cortado un tiempo, luego después retoñó, y así permanece.

                “Dice también: Me informó Ibrahim ibn Ahmad at-Turtushi que había oído al rey de los cristianos decir: Quiero enviar al califa de Al-Andalus un regalo, pues una de las cosas que deseo grandemente pedirle es lo siguiente: Habiéndoseme asegurado que en el pórtico del recinto sagrado de una iglesia hay un olivo que, cuando llega la noche de Navidad, echa hojas, cuaja el fruto y, con la luz del nuevo día, termina de madurar, hago saber a su Majestad que el mártir que hay en ella enterrado ocupa una posición excelsa ante Dios. Así pues, le ruego que vea el medio de convencer a la gente de aquella iglesia para que consientan en concederme los huesos de dicho mártir, ya que, si yo obtuviese tal don, sería para mí algo mucho mejor que cualquier otro bien.”

                Tales portentos se ponen en relación con población cristiana bajo la autoridad musulmana, los denominados mozárabes, que a su modo rinden culto a sus mártires. Los estudios sobre el ritmo de la conversión al Islam en Al-Andalus han puesto de manifiesto que a finales del siglo IX se había verificado un decidido impulso al respecto. Las comunidades cristianas de origen hispano-visigodo cada vez serían más minoritarias, y en puntos como Lorca (citada en el famoso tratado de Teodomiro) es muy probable que se mantuviera por más tiempo. No obstante, si damos por válidas tales noticias, podemos comprobar que más allá de la conquista musulmana de la Península se practicaron ritos que procedían de la antigua civilización del Mediterráneo.

                Precisamente, en el año 2009 se descubrió en el centro de Lorca un santuario de época ibera, con un altar en forma de piel de toro extendida, de gusto orientalizante, término que hace referencia a la difusión por los fenicios de elementos culturales del Próximo Oriente y Egipto desde la península balcánica a la ibérica, en especial entre los siglos VIII y VII antes de Jesucristo. Los navegantes y comerciantes fenicios trajeron al círculo de Tartessos elementos como amuletos egipcianizantes, como los relacionados con los ortópteros.

                Los antiguos egipcios distinguieron con precisión entre el saltamontes protector de la naturaleza, cuya forma adoptaba el difunto que deseaba alcanzar el cielo, y la langosta, tanto en su variante de Ra jubiloso como de fuerza destructiva al modo de la octava plaga bíblica. La langosta de oro, como vimos, se encuentra en la Lorca descrita por Al-Udhri, al igual que otros elementos harto significativos.

                El olivo se asociaba en el antiguo Egipto al dios Jeribakef, el que estaba debajo del mismo. Del árbol de la moringa los egipcios extraían el aceite para embalsamar, el que manaba del ojo de Horus. En la ciudad de Menfis se asoció Jeribakef con la deidad constructora y sanadora de Ptah, el que creó a los dioses, estableció las distintas regiones o nomos y determinó en qué ciudad se rendía culto a cada dios. Allí, en Menfis, vivía el toro Apis como la manifestación de Ptah, con funciones protectoras.

                Todas estas ideas religiosas fueron susceptibles de variaciones y alteraciones a lo largo del tiempo y del territorio, aunque no deja de ser curioso que se asocien a una localidad de la antigüedad de Lorca, pues desde hace 5.500 años tenemos noticias del poblamiento del valle del Guadalentín. Tales creencias quizá se mantuvieran con vigor en tiempos del imperio romano y no serían seriamente invalidadas por propios y extraños hasta una época muy posterior. A su modo, son un ejemplo de la riqueza de la cultura del Mare Nostrum por encima de sus divisiones.