LAS SANGRANTES LEVAS. Por Víctor Manuel Galán Tendero.

20.11.2022 12:26

               

                La guerra movió los engranajes de las monarquías absolutas de la Edad Moderna, que no tuvieron empacho en sacrificar caudales y personas en sus empeños. El desgaste resultó a todas luces evidente a mediados del siglo XVII, cuando las protestas estallaron en distintos países de Europa.

                Dentro de la Monarquía hispánica, el cansancio pasó una dolorosa factura. Los castellanos se sintieron agraviados al soportar el peso de la guerra, y los naturales de la Corona de Aragón y de Portugal ofendidos por tener que asumir decisiones tomadas por otros. En este ambiente enrarecido, que eclosionaría en 1640, los Austrias tuvieron problemas para conformar sus ejércitos, cada vez más caros y con menos gente.

                Era costumbre que un capitán particular adelantara su hacienda para hacer la leva de soldados de su compañía, que posteriormente podía ser reformada. Sin embargo, tal mecanismo dispensó cada vez menos contingentes, y la administración incrementó las levas de soldados, junto a la exigencia de carruajes y hospedajes. Además de los pecheros, los hidalgos también llegaron a ser requeridos a cumplir con tales cargas militares.

                Las levas no solo afectaron a Castilla, y en 1632 se cuantificó la dotación de los treinta soldados de Aragón de los presidios en 1.974 ducados. Asimismo, en las Cortes de Castilla de 1634 se aprobó un contingente de 12.000 hombres para complementar los 18.000 de los presidios, guarniciones peninsulares y Norte de África.

                Para más de un gran señor, las levas era otro inconveniente más, que complicaba la situación de sus dominios y hacía peligrar sus ingresos. Por ello, el duque de Osuna las conmutó por el pago de veinte soldados por otros seis años en 1639.

                Los problemas no fueron menores, y el arzobispo de Granada se dirigió al duque de Arcos sobre la gente de la leva que mandó el rey por la Junta de Coroneles, pues para el 29 de enero de 1639 debía de entregar sin dilación 100 hombres. Se insistió en que los socorros de los soldados correrían a cargo del duque.

                En 1641, con la guerra en la Península, la situación se agravó todavía más: concejos como el de Rute se endeudaron para costear la milicia, las levas y los soldados de presidio. El rechazo aumentó, y se hizo patente en fugas y deserciones que extremaron la debilidad de un cuerpo enfermo.

                Para saber más.

                I. A. A. Thompson, Guerra y decadencia: gobierno y administración en la España de los Austrias, 1560-1620, Barcelona, 1981.