LAS RAÍCES DE LA GUERRA CIVIL SIRIA. Por Antonio Parra García.

31.03.2015 06:52

                

                Desde el 2011 Siria se encuentra en un lamentable estado de guerra civil que no parece anunciar su fin. Su territorio se encuentra desgarrado entre los distintos contendientes, proyectando su siniestro poder el Estado Islámico a horcajadas de Irak y Siria.

                El descenso a los infiernos del poder sirio es más que evidente. El antiguo amigo de la Unión Soviética capaz de disputarle los altos del Golán a Israel, de entrometerse a conciencia en el Líbano y de anudar coaliciones con otros Estados en nombre del panarabismo ha saltado en pedazos.

                Hace diez años, mucho antes de la primavera árabe, su sistema político mostraba a las claras su decrepitud y sus más que notorias limitaciones su acción exterior.

                El partido Baas había dejado en la estacada desde hacía mucho sus sueños de renovación social y de regeneración nacional del socialismo árabe, reducido a un régimen clientelar y corrupto que imponía silencio con violencia a demasiados grupos políticos. El despertar integrista, visible en otros países islámicos, y el deseo democratizador de algunos encontraron una dura respuesta en Bachar el-Assad, el hijo del anterior dirigente sirio que parecía proseguir una dinastía moderna. El fundamentalismo no se canalizó por una vía electoral como en la vecina Turquía.

                                    

                Junto a la represión policial se trató de impulsar una política de apertura financiera dentro de unos pretenciosos planes quinquenales que parecían sacados de la ultratumba. La política del palo y de la zanahoria no funcionó de ninguna de las maneras en una Siria cada vez más descontenta, con elevados tasas de desempleo y un bajo índice de urbanización dentro del Oriente Próximo.

                La acción exterior, con guerras cortas y victoriosas, quizá hubieran comprado un poco de paz interior, pero desde el 2003 Siria se enfrentó con un Irak afectado por la invasión estadounidense y de sus aliados y por el caos más horripilante, constituyendo una tierra de promisión para demasiados grupos terroristas dispuestos a probar suerte.

                Washington, sobrepasado por la insurgencia iraquí, culpó a Siria de promoverla bajo cuerda para extender su influencia en la región y se dedicó a quebrantar uno de los baluartes de su poder, el Líbano, imponiéndole pesadas sanciones a través de las Naciones Unidas. Tras veintinueve años de presencia, los soldados sirios abandonaron las tierras libanesas en el 2005, acompañándoles más de 300.000 civiles en un momento delicado para la economía de Siria.

            

                Mantener una fuerza de tierra de 200.000 hombres frente a los 175.000 de Israel ya era de por sí pesado, máxime cuando sus recursos petrolíferos mostraban su visible agotamiento. La conjunción de descrédito político, retroceso exterior y empobrecimiento sentaron las bases de la futura guerra civil.

                La ruptura de los precarios equilibrios políticos de los Estados del Oriente Próximo muestra sus dramáticas consecuencias. Toda intervención exterior se muestra llena de riesgos, capaz de desatar males mayores. Estados Unidos no actuó con mayor decisión a comienzos de la guerra civil siria por temor a desatar la cólera de Rusia y de otros agentes políticos. Por ello se ha permitido a Arabia Saudí enfrascarse en la guerra civil yemenita. Los desafíos del pasado nos quieren amargar el futuro.

                Imagen de www.mundiario.com