LAS MASÍAS, UNAS EXPLOTACIONES AGRARIAS A FINES DEL ANTIGUO RÉGIMEN.
En la geografía ibérica encontramos unas unidades de explotación muy características, como las masías, de las que la comarca dels Ports de Morella, en el Norte del antiguo reino de Valencia, ofrecen un cumplido ejemplo.
La masía era una explotación con casa familiar, edificaciones aledañas, tierras, dehesa y bosque. Se trataba de una unidad de explotación verdaderamente compleja. Los datos ofrecidos por el historiador del siglo XIX José Segura Barreda muestran una gran estabilidad en su número: unas 228 masías en 1420, 241 en 1629 y 240 en 1786.
Tales unidades agrarias eran propiedad de señores, a veces absentistas. El barón de Alcocer, don Miguel de Castellví, residía a comienzos del siglo XIX en la ciudad de Valencia, y encargaba a su apoderado el abogado de Morella Carlos Royo San Juan la gestión de su masía de Les Pereres.
En consonancia, las preciadas masías eran objeto de vinculación, como la practicada sobre la masía de Les Solones (en la partida morellana del río de Les Corces) por el abogado en ambos Derechos don Pedro Beneito el 31 de octubre de 1741.
La explotación de las masías corrió a manos de familias de enfiteutas, dirigidas a veces por una figura patriarcal. Les Pereres fue cultivada a principios del XIX por el matrimonio formado por el labrador Isidoro Querol y su esposa Josefa Amela. El enfiteuta de Les Corces Francisco Querol legó la explotación a su hija Paula, que se casó con el labrador Jaime Martí.
Según los usos enfitéuticos, los cultivadores debían de pagar un canon cada 15 de agosto, el significado día de la Asunción. No se satisfacía a fines del XVIII y comienzos del XIX en dinero, sino en cereal (concretamente en el llamado trigo del bueno), a pesar que el citado José Segura sostuvo el escaso cuidado a modo del buen labrador de las tierras de pan llevar por la imposibilidad de laborar tan extensos terrenos. El crecimiento de la población ofreció grandes oportunidades de negocio a los señores, especialmente a los residentes en las principales ciudades.
Las exigencias de tales cánones dieron pie a distintas situaciones. El matrimonio labrador de Les Pereres debía de satisfacer veinticinco cahíces anuales, equivalentes a la respetable suma de 16.650 litros, lo que nos da idea de la importancia de la producción morellana de cereal. Sin embargo, tuvo dificultades entre 1801 y 1803. Acumularon una deuda de treinta y siete cahíces, que se comprometieron a satisfacer en 1804 con rapidez, sin pleitos y corriendo con los dispendios de cobro. Además, la esposa renunció expresamente a la Ley LXI de Toro (aplicada desde la Nueva Planta en el reino de Valencia), que le daba el derecho a no obligarse por su marido. Las dificultades de fines del Antiguo Régimen pasaban factura a los productores.
¿Nos encontramos con una comunidad labradora globalmente en crisis? Las condiciones más leoninas impuestas en 1803 por los nuevos señores de Les Corces, los Cardona, dejan ver unos labradores que han desbrozado nuevos terrazgos y que han podido redimir obligaciones censales por el aumento de su producción. Su canon inicial consistía en doce cahíces y seis barchillas perpetuas y otros cinco cahíces y seis barchillas redimibles. Desde 1797, al menos, los cultivadores habían aprovechado la posibilidad de redención para mermar la cuantía del censo, y seis años más tarde se les impuso un aumento de dos cahíces más perpetuos. Tampoco podían cortar libremente la raíz del árbol doncel, pues los señores trataban de reservarse tanto la madera como la última decisión sobre el uso del suelo. La Armada real requería por entonces grandes cantidades de madera, antes del desastre de Trafalgar.
El precio de redención de los cahíces a quitar también subió por razones de mercado y de conveniencia señorial. Si en 1741 se fijó en 93 libras y 10 sueldos de plata valenciana (equivalentes a 1.395 reales castellanos aproximadamente), en 1803 alcanzó las 205 libras y 14 sueldos. En aquel momento histórico, los precios del cereal alcanzaron máximos en varios puntos de España, aunque semejantes valores de redención superaron con creces los del mercado. A los señores de las masías les convenía más disponer de cereal que de una renta monetaria susceptible de desvalorización. A finales del Antiguo Régimen, las masías de Morella acreditaban su elevado valor económico.
Fuentes.
Archivo Histórico Provincial de Tarragona, Notarías de Benicarló y del Rosell (1797-1814), Caja 2, nº 3189.
Víctor Manuel Galán Tendero.