LAS MARIANAS EN ARMAS CONTRA LOS ESPAÑOLES. Por Víctor Manuel Galán Tendero.
En el siglo XVII el imperio español se enfrentó a sus enemigos a lo largo del planeta. Los holandeses lo desafiaron hasta 1649 al menos, sin pararse en respetar la tregua de los Doce Años (1609-21). En el Pacífico y Asia los españoles combatieron porfiadamente con los holandeses. Se llegó a plantear en la corte de Madrid el abandono de las Filipinas, que al final no se llevó a cabo. La amenaza de los piratas chinos y japoneses y la separación de los portugueses de la Monarquía hispánica añadieron más problemas.
Pese a todo, los españoles no se recluyeron en el archipiélago filipino y buscaron ampliar sus dominios en el Pacífico, contando con las posesiones americanas. En 1667 reclamaron el conjunto de islas que sería llamado las Marianas en honor de la regente y reina madre doña Mariana de Austria, que gobernaba en nombre de su hijo Carlos II.
En la expansión por las Marianas, las naves y los hombres de la Nueva España auxiliaron eficazmente a los de las Filipinas, dada la conexión entre ambos dominios hispanos gracias al Galeón de Manila. Guam resultó ser una de sus escalas más cotizadas.
Al igual que en otros territorios de la frontera hispana, como en la América del Norte, los españoles no confiaron en el envío simple de tropas profesionales, sino en la iniciativa de las órdenes religiosas ansiosas de evangelizar, lo que también significaba incorporar a la cultura católica y española a los naturales de aquellas tierras.
Los escogidos para llevar a cabo tal tarea en las Marianas fueron los jesuitas, especialmente activos en el Extremo Oriente desde los tiempos de San Francisco Javier. En el imperio chino sus actividades habían dado mucho que hablar y de discutir en Europa.
Los jesuitas hicieron uso del sistema de reducciones ya ensayado en la amplia zona del Paraguay, objeto de codicia de los traficantes de esclavos portugueses de Sao Paulo. Por aquél los naturales se reducían a una vida sedentaria favorable a la catequesis y a la conversión en buenos católicos, transformando su condición de enemigos bárbaros en súbditos pacíficos de su majestad católica. Los pueblos de las reducciones se mantendrían con sus propios cultivos y estarían bajo la protección de la corona, que de paso podía ahorrarse la insolencia de conquistadores pretenciosos de honores e influencia local, además de creadores de conflictos lejanos.
Enfrente tuvieron los jesuitas y los soldados hispano-filipinos a los chamorros, las poblaciones de origen austronesio procedentes del Sudeste asiático que poblaron las Marianas desde el 2000 antes de Jesucristo, unos pueblos duchos en la navegación y en la pesca, jerarquizados socialmente y divididos en jefaturas. De su carácter belicoso ya dio buena cuenta Magallanes, que cayó ante ellos por una serie de malentendidos en las islas Ladrones.
La dominación española se hizo sentir en la isla de Seipán o Saipán, junto a las tres islas septentrionales cercanas, y en la de Guguan o Guaján. Precisamente en San Juan de Guaján, donde la evangelización había progresado.
La insurrección comenzó en 1683, cobró fuerza precisamente en San Juan y perduró hasta 1686. En San Juan se levantaron en armas los chamorros el 23 de julio de 1684. Muchos niños habían sido bautizados y los naturales lo tomaron a mal, además de por la instauración de una autoridad ajena. El gobernador don Damián de Esplana resultó herido. Tanto religiosos como soldados terminaron atacados. El conflicto presentaba similitudes con el de los moriscos de las Alpujarras de 1568 a 1571, en el que muchos moriscos dieron comienzo a las hostilidades atacando templos y sacerdotes católicos.
El 23 de noviembre llegaron los refuerzos desde Seipán a San Juan en ocho pequeñas naves, con quince hombres cada una por término medio. En la operación de desembarco se perdieron tres de las embarcaciones, pero lograron su objetivo.
Los indios chamorros huyeron a las áreas altas y abandonaron sus sementeras, lo que a la larga mermaría su capacidad de resistencia ante los españoles. Tras varias conversaciones de capitulación, sólo se redujeron unos doscientos labradores a las condiciones ofrecidas. El resto prosiguió la lucha.
En los combates destacaron algunos jesuitas, como José de Quiroga y Losada, incluso más que algunos soldados hispano-filipinos. Fueron los llamados soldados de Gedeón estudiados por Alexandre Coello de la Rosa. Su martirio y sacrificio los convirtieron en héroes fundadores de un verdadero Estado misionero. Con el paso del tiempo los chamorros tomaron elementos de la cultura española, presentes en su folclore hasta hace poco. A ello ayudaron los matrimonios de los soldados hispano-filipinos con las mujeres autóctonas en islas como la de Guam.
En el 1686 la Gran Guerra de las Marianas tocó a su fin, aunque la pacificación distó de estar completada. Los galeones de la Nueva España, como en Agaña, prestaron su concurso logístico en algunas operaciones militares y las comprometidas tropas de las Filipinas también realizaron un importante esfuerzo. En sus estudios sobre el imperialismo decimonónico, David K. Fieldhouse ha venido empleando el término sub-imperialismo para referirse a una expansión no deseada en principio por la metrópoli, pero querida por sus colonos en otra parte del mundo. Según estos planteamientos, la primera se vería envuelta en una aventura que nacería de la vitalidad voraz de sus colonias. En la Oceanía del siglo XIX se produjo este tipo de movimientos con cierta frecuencia, si bien uno de los primeros ejemplos de sub-imperialismo sería el de las Marianas, en un momento en el que la España peninsular de Carlos II se encontraba gravemente amenazada por la Francia de Luis XIV.