LAS LIMITACIONES DEL IMPERIO ESPAÑOL EN ASIA: COMERCIAR CON SIAM. Por Víctor Manuel Galán Tendero.
A comienzos del siglo XVIII, las grandes potencias europeas batallaron entre sí por el dominio de la corona de los reinos de España, tanto como decir por la hegemonía mundial. La España borbónica logró retener sus dominios de más allá de Europa y en las Filipinas se siguieron con gran interés las novedades acaecidas en los grandes Estados asiáticos, como el reino de Siam, que había emprendido una serie de reformas con la ayuda de los franceses.
El 4 de junio de 1718, llegó a Cavite una embarcación procedente de allí, con cartas de su monarca para las autoridades españolas. Se les solicitó que no se le cobrara el derecho de almojarifazgo, a lo que condescendió finalmente el gobernador interino, el arzobispo Francisco de la Cuesta.
La nave en cuestión era un patache español, el San Francisco Javier, y su capitán era Bartolomé de Olivera. Contaba con seis cañones de hierro para hacer las salvas de rigor en los puertos. Su tripulación se componía de treinta y nueve personas, incluyendo a sus oficiales.
Su carga era ciertamente interesante: cien picos de plomo por valor de 600 pesos, dos mil piezas de cambaias ordinarias de dos varas y media (fabricadas en Siam) por valor de 500 pesos, doce escupidores de cobre dorado con hechura de tazas, ochenta y ocho escupidores pequeños de la misma hechura y metal, quince caleros de cobre pequeños, cuatro picos de nácar prieto para teñir la ropa, trece piezas de chitas de Surate ordinarias, siete carafayes grandes, un pico de visiún como incienso para sahumerio, cincuenta cates de incienso, además del arroz y el vino de arroz para la tripulación. El valor completo de todo se fijó en 1.180 pesos y 4 tomines, debiendo posteriormente pagar el 8% del almojarifazgo (unos 84 pesos, 3 tomines y 6 gramos).
En todo este asunto, se hizo referencia a unas capitulaciones suscritas en 1718 y se reconoció la utilidad de tal comercio por la nobleza de sus géneros y provecho a la Real Hacienda. Siam podía suministrar a los reales almacenes, a buen precio, plomo, calain, cobre y otros elementos valiosos. Para facilitar los tratos, se entregó una carta del primer ministro de Siam y otras del vicario apostólico de aquel reino, fray José de la Cruz.
El arzobispo-gobernador pidió autorización para seguir adelante, contribuyendo con ello a la evangelización de Siam y de otras tierras aledañas. Sin embargo, pronto topó con dificultades por el lado español. De la Cuesta había asumido la gobernación de Filipinas tras el asesinato de Fernando Manuel de Bustamante y Bustillo, con el que había polemizado muy agriamente por el derecho de asilo eclesiástico. Aquél había accedido a la responsabilidad tras una alteración movida por el clero.
Desde el Consejo de Indias, el fiscal le recordó que las cartas debían ir testimoniadas y las capitulaciones adjuntadas para que aquél diera la aprobación. Por otra parte, en los documentos de la Nueva España no se encontraron las capitulaciones de 1718. Se recordó que en carta del 31 de julio de 1718 se significó al gobernador la observancia de la cédula general del 10 de agosto de 1714 sobre la prohibición de comercio ilícito con extranjeros. También se reiteró la cédula del 4 de diciembre de 1630 y la del 23 de septiembre de 1690, que permitía el comercio de Filipinas con los reinos de Camboya, Cochinchina, Siam, China, Japón y últimamente con Macao y Cantón.
Así pues, se debía observar el pago del 8% del almojarifazgo y de licencias de sangleyes en honor al comercio con la Nueva España y la Real Hacienda. El 20 de noviembre de 1722 se expidió una cédula al nuevo gobernador de Filipinas sobre el particular y el 30 de junio de 1725 se insistió en no exceptuar al comercio con Siam del pago del almojarifazgo. El despacho del Consejo de Indias del 13 de febrero de 1727 al gobernador reiteró en que no se introdujera novedad.
El tema coleó durante más tiempo. A 4 de junio de 1748 se emprendieron diligencias sobre el barco siamés y el 13 de marzo de 1752 se hizo hincapié en que no se aplicara tal indulto a las embarcaciones que arribaran a Filipinas. Se desaprobó, al final con claridad la decisión tomada por el arzobispo-gobernador, fallecido en 1724. Debía reintegrarse la cantidad perdonada después de mucho papeleo.
Con semejantes mimbres, se pensó impulsar en 1757 una compañía comercial que se encargara del navío de Siam, en términos muy similares a los del Galeón de Manila con Acapulco. Más allá del enfrentamiento político en las mismas Filipinas, tales tratos nos evidencian las rigideces del sistema mercantil español en Asia-Pacífico.
La iniciativa siamesa había estado promovida por los grupos afines al arzobispo en Filipinas, pero chocó con la burocracia imperial y los grandes beneficiarios del comercio interpacífico. Por mucho que se invocara que el comercio de Siam serviría para mejorar las relaciones con el esquivo Japón y se tanteara la posibilidad de establecer un punto de dominio español en el territorio, las pretensiones de la periferia imperial no prosperaron ante los intereses creados de su centro.
Fuentes.
ARCHIVO GENERAL DE INDIAS, Filipinas, 940, N.1.