LAS HUESTES DEL EMIR DE GRANADA. Por Víctor Manuel Galán Tendero.
Las tropas del emirato de Granada desempeñaron un duro cometido entre 1238 y 1492, el de defender el reducido territorio andalusí de la potencia militar de Castilla, a veces coaligada con la de Aragón y Portugal. Lejos de permanecer expectante a la defensiva, lanzaron importantes incursiones a lo largo de la frontera en muchas ocasiones. En los combates fronterizos los zegríes sobresalieron.
La rapidez era esencial en este tipo de operaciones, en las que la motivación política y religiosa se unía a la de la consecución de botín y prisioneros. Las tropas montadas, pese a todo, no excedieron ni de lejos los efectivos de infantería. A finales del siglo XV por cada jinete se alinearon unos dieciséis soldados de infantería.
Los combatientes montados iban más pesadamente armados que los norteafricanos, con un robusto casco, pero menos que sus oponentes castellanos. Célebre se hizo su pequeño escudo de cuero, la adarga. Dotados de pequeñas lanzas y de ballestas, eran capaces de maniobrar para envolver a sus adversarios por los flancos y de retirarse en situaciones comprometidas.
La población del emirato suministró importantes contingentes de infantería, que se han cifrado en 50.000 dada la densidad alcanzada en algunas de sus comarcas. Diestros en el manejo de la ballesta, los habitantes de las Alpujarras alcanzaron justa fama.
Aunque el núcleo de las huestes granadinas era andalusí, las aportaciones de las fuerzas norteafricanas, los caballeros cenetes, tuvieron singular relevancia entre los siglos XIII y XIV. Llegaron a influir en la política interior del emirato. En la guardia del emir figuraron también mamelucos o guerreros de origen esclavo y procedencia oriental, egipcia en particular, que prosiguieron una tendencia andalusí anterior.
Esta heterogeneidad no fue fácil de controlar. Con independencia de las obligaciones militares de los naturales, las tropas profesionales estuvieron retribuidas por el mismo Estado a través del diwan al-jaysh u oficina encargada de tal cometido. Los granadinos prosiguieron los usos de los almohades. Para imponer disciplina y orden, las tropas andalusíes se sometieron a la autoridad de un valí de confianza del emir y las norteafricanas a las de un jeque, que no siempre observó la misma conducta hacia aquél. El sultán de Fez a veces intentó influir en la vida granadina a través de él.
De todos modos, unos y otros se enfrentaron a la muerte acompañados de religiosos, a veces de tendencia sufí, en el campo de batalla. En sus ropas llevaban cosido un trozo de cuero con su nombre, elemento de identificación si cayeran en el combate. En la refinada Granada la espada tuvo tanta importancia como la pluma.
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