LAS GUERRERAS CRUZADAS.
La Edad Media, según algunas versiones, fue un tiempo de masculinidad intensa. Sus intrépidos caballeros protagonizarían sangrientas luchas por el amor de una doncella, que a su debido momento sabrían agradecer tanta demostración de bravura. Como a menudo sucede, la realidad resultó ser más compleja, y hoy en día ya se reconoce con normalidad que las mujeres también ejercitaron las armas en tan mitificada época. El autor musulmán Ibn al-Athir (1160-1233) refirió como algunas combatieron en los ejércitos cruzados, por razones que iban mucho más allá de la carencia de varones en número suficiente. Al igual que sus padres, hermanos, maridos e hijos, habían asimilado los valores guerreros y religiosos coetáneos. A este respecto, la futura Juana de Arco no sería una novedad. El reino de Jerusalén no sólo tuvo herederas de sus feudos, sino también reinas como Melisenda I (1131-53). Así nos las describe el citado historiador en el campo de batalla:
“Entre los francos había sin duda mujeres que cabalgaban en la batalla con corazas y yelmos, vestidas como los hombres; estas damas cabalgaban en lo más crudo de la batalla y guerreaban como hombres valientes. Aunque también había mujeres compasivas que sostenían que todo eso era un acto de piedad, creyendo que irían al Paraíso después de todo y viviendo de esa forma su existencia. Alabados sean quienes las guiaron hacia semejante y errónea idea que está fuera de los caminos de la sabiduría. En el día de la batalla más de una mujer cabalgaba con ellos como un caballero y mostraba resistencia masculina por despecho a su debilidad femenina; vestidas con solo una sencilla cota de malla no eran reconocidas como mujeres hasta que eran despojadas de sus vestiduras. Aunque algunas de ellas fueron descubiertas antes y capturadas vivas y vendidas como esclavas”.
Fuente.
The Chronicle of Ibn al-Athir for the Crusading Period from al-Kamil fi´l-Ta´rikh. Edición de D. S. Richards, Farnham, 2000.
Selección y adaptación de Víctor Manuel Galán Tendero.