LAS DOS ESPAÑAS EN GUERRA (1936-39). Por Víctor Manuel Galán Tendero.
LA ESPAÑA REPUBLICANA. DE LA REVOLUCIÓN A LA DERROTA.
Los nuevos poderes revolucionarios.
El golpe de Estado que había iniciado la Guerra fue justificado por el peligro de una inminente revolución roja, pero lo cierto es que la facilitó en gran medida al desarticular la autoridad de la República en áreas muy sensibles.
Antes de comenzar la Guerra, la CNT tenía 1.577.000 militantes y la UGT 1.447.000. La actuación de sus fuerzas voluntarias y milicianas resultó de gran importancia para derrotar la insurrección en muchos puntos. En las milicias de aquellos días también tomaron parte mujeres. La España republicana contó con las más destacadas ciudades y los principales recursos industriales, donde el obrerismo tenía mayor implantación y mejor organización.
Grupos de anarquistas y de socialistas revolucionarios tomaron el poder en muchas localidades e iniciaron el Verano de la Anarquía del 36, en el que fueron ejecutadas personas contrarias, o tenidas por tales, y se destruyeron importantes obras de arte religioso, como el monasterio de Santa María de Sijena. Se calcula que a lo largo de la Guerra fueron asesinados uno de cada siete sacerdotes y uno de cada cinco frailes, dentro de una implacable persecución religiosa.
El 21 de julio de 1936 se formó el Comité Central de Milicias de Cataluña, con el que tuvo que transigir una desbordada Generalitat con Lluís Companys al frente. Ese mismo día se conformó en Valencia la gubernamental Junta Delegada de Levante, pero al día siguiente se proclamó el Comité Ejecutivo Popular. En Asturias adquirió relevancia el Comité de Guerra de Gijón y a medida que las columnas anarquistas se dirigieron hacia el frente aragonés, se puso en pie el Consejo Regional de Defensa de Aragón.
En teoría tuvieron asiento en tales comités miembros de todos los partidos del Frente Popular y de los anarquistas, pero fueron a menudo dominados por los más revolucionarios, que consideraron la guerra una oportunidad para realizar sus objetivos.
La revolución.
El 30 de julio de 1936 distintos intelectuales firmaron el manifiesto por la Alianza de Intelectuales Antifascistas para la Defensa de la Cultura, aunque algunos de los firmantes denunciaron luego presiones. Mientras, se estaba llevando a cabo en muchas comarcas españolas una verdadera transformación revolucionaria.
Se implantaron las colectivizaciones y el 75% de la industria catalana acabó en manos de sus trabajadores. El 10 de agosto se ordenó la incautación de las fincas de los propietarios huidos. Las comunas libertarias tuvieron particular importancia en la Extremadura republicana, Cataluña y Aragón y menos en Murcia y Valencia, territorios con más pequeños y medianos propietarios. Para coordinar a todos los productores se estableció en el área valenciana el Consejo Levantino Unificado de Exportación de Agrios.
En el terreno moral, se declararon indeseables no pocas tradiciones, incompatibles con el progreso humano, y el 11 de agosto se clausuraron las instituciones religiosas. La idea del amor libre, más allá de los preceptos matrimoniales al uso, ganó popularidad y muchos nombres fueron sustituidos por otros más acordes: San Antonio fue llamado Vega Libre y San Juan Vega Roja. Dentro del área republicana, solo se conservaría el culto católico en los primeros años de la Guerra en la parte autonómica del País Vasco (una porción de Guipúzcoa y Vizcaya, fundamentalmente), pues el PNV era una formación confesional que hasta el último momento pensó en secundar a los insurrectos a cambio de un estatuto, concedido por la República el 1 de octubre del 36.
La incomodidad de los republicanos no revolucionarios.
Dentro del campo republicano, los grupos mesocráticos y burgueses contemplaron la situación con contrariedad, pues sus políticas sociales eran de carácter reformista. Tanto el gobierno de Giral en Madrid y como el autonómico de Companys veían su autoridad menoscabada.
El 3 de agosto el gobierno se decretó la militarización de las milicias, a lo que se opusieron los anarquistas. A 10 de agosto se tuvo que transigir con la creación del Consejo de Economía en Barcelona y el 10 de septiembre el mismo Companys amenazó con la dimisión si proseguían los actos de violencia revolucionaria.
Para neutralizar tales tendencias, los reformistas defendieron que primero debería ganarse la guerra y luego acometerse la revolución, una postura que contó con simpatías entre el ala más moderada del PSOE y con el apoyo del PCE, en un tiempo de acercamiento de Stalin a las democracias occidentales. La militancia comunista llegó a aumentar durante la Guerra a las 300.000 personas, bastantes de ellas profesionales impresionados con la imagen de disciplina y modernidad de la formación.
El Gobierno de la Victoria.
La situación militar era tan sumamente preocupante que el 4 de septiembre de 1936 Largo Caballero, llamado el Lenin español, formó su primer gobierno, el de la Victoria se decía. Entraron posteriormente en el gobierno miembros de la CNT, como Federica Montseny en la cartera de Sanidad.
También participó la CNT en el nuevo gobierno de la Generalitat, presidido por Josep Tarradellas. Se suprimió el Comité Central de Milicias de Cataluña y el 17 de noviembre del 36 el revolucionario POUM trotskista, opuesto a los estalinistas, fue expulsado de aquél.
La muerte de Durruti en el frente de Madrid el 20 de noviembre fue un duro golpe para el anarquismo y al día siguiente se formó el ejército de Cataluña.
El gobierno en Valencia.
Ante la posibilidad que los insurrectos tomaran Madrid, el gobierno republicano decidió desde septiembre del 36 el traslado de las reservas de oro del Banco de España a Francia y a la URSS, para que no cayeran en manos de aquéllos. A lo largo de la Guerra se calcula que se depositaron en Moscú unas 510 toneladas de oro. Fue el famoso Oro de Moscú, que en parte sirvió para pagar a Stalin sus envíos de armamento. El traslado fue objeto de una vivísima polémica, siendo acusados de desfalco sus responsables. La propaganda franquista lo utilizó hasta la saciedad.
El 6 de noviembre del 36 el gobierno de la República se trasladó a Valencia. Muchas obras del Museo del Prado llegaron a alojarse en las torres de Serranos. La marcha de Madrid fue muy mal vista por más de uno, que criticaron la placidez del Levante feliz en el que se había instalado el gobierno.
Los revolucionarios son derrotados dentro del campo republicano.
La marcha de la guerra, adversa a los republicanos en líneas generales, acentuó las divisiones entre revolucionarios y gradualistas. El 2 de marzo de 1937 se desarmaron las patrullas populares, consideradas autores de desmanes y asesinatos.
El ambiente fue caldeándose, pero los principales enfrentamientos se dieron en Cataluña, donde se libró una breve guerra civil dentro de la Guerra Civil. El 26 de marzo dimitieron los anarquistas del gobierno catalán, mientras se intensificaban los problemas con el POUM.
Los choques entre anarquistas y comunistas se intensificaron el 25 de abril y el 3 de mayo se libraron intensos combates en Barcelona (els Fets de Maig), alrededor del emblemático edificio de la Telefónica, en manos anarquistas. La causa ácrata y de sus aliados socialistas revolucionarios fue derrotada. El comunista Partit Socialista Unificat de Catalunya culpó al POUM, cuyo dirigente Andreu Nin fue asesinado en junio del 37, acusado falsamente de ser un agente fascista. Se ha visto en todo ello una verdadera purga estalinista de los trotskistas españoles.
El 16 de mayo cayó el gobierno de Largo Caballero, que fue sustituido por el del socialista gradualista Juan Negrín.
El controvertido gobierno de Negrín.
Juan Negrín, que fuera ministro de Hacienda bajo Largo Caballero, ha sido intensamente criticado desde distintas posiciones y solo muy recientemente su memoria está siendo rehabilitada.
Bajo su gobierno se detuvo el proceso revolucionario, con la colaboración de los comunistas. En agosto de 1937 disolvió el Consejo Regional de Defensa de Aragón. Se persiguieron los paseos o ejecuciones sin garantías legales y se autorizó la libertad religiosa.
El 30 de noviembre de 1937 el gobierno trasladó su sede de Valencia a Barcelona, asegurando el control de Cataluña. Allí, Azaña mostró su disgusto con el catalanismo.
Negrín fue acusado de favorecer a la URSS, con más traslados de oro a Moscú, y de ser un títere de los ambiciosos comunistas, acusados de querer implantar su dictadura. Tales aseveraciones han sido muy matizadas por la historiografía.
Sus iniciativas en abril de 1938 de un Gobierno de Unión Nacional y de sus Trece Puntos para negociar la paz con Franco fracasaron. Los acuerdos de Múnich alejaron temporalmente el estallido de una nueva guerra mundial y Negrín se decantó abiertamente por la resistencia para evitar represalias y ganar alguna oportunidad para revertir el resultado de la Guerra.
Tal decisión, junto a la persecución de los derrotistas, le granjeó una gran animadversión, en medio de los intensos bombardeos de la aviación enemiga y de la creciente falta de alimentos en el campo republicano, donde floreció el mercado negro. El golpe de Casado del 4 al 12 de marzo de 1939 fue posible en aquellas circunstancias.
El destino de la República y de los republicanos en el exilio.
El gobierno de la República en el exilio fijó su sede en Ciudad de México. En territorio mexicano encontraron hospitalidad y comprensión muchos exiliados españoles. El gobierno mexicano nunca reconoció como legítimo al de Franco. Azaña murió en 1940 y en 1956 un denostado Negrín. A Francia marcharon hasta 450.000 republicanos en los primeros momentos del final de la Guerra, donde muchos fueron internados en campos de refugiados y tratados como sospechosos políticos. No pocos terminarían prisioneros en el África francesa, por sus posiciones políticas. Con todo, los republicanos españoles en Francia engrosarían la Resistencia contra los nazis en la II Guerra Mundial.
LA ESPAÑA FRANQUISTA. LA FORJA DE LA DICTADURA.
La declaración del levantamiento.
Los militares insurrectos contaron con un importante apoyo civil, que llegó a ser popular en regiones como Navarra, donde el carlismo tenía una fuerte presencia, y en Castilla la Vieja, con un grupo importante de medianos propietarios que se sintieron perjudicados por las políticas republicanas. Aquéllos llamaron al movimiento el Glorioso Alzamiento, el del 18 de Julio.
Muy al principio de la Guerra, los insurrectos no se declararon antirrepublicanos y el 21 de julio del 36 Queipo de Llano así lo manifestó. Lo cierto es que dentro del campo rebelde había una gran variedad de opciones políticas, desde una monarquía de corte conservador a un régimen fascista, pasando por una dictadura militar contraria al reformismo republicano.
Los sublevados procedían a detener y a juzgar sumarísimamente a sus contrarios, incluidos a los militares que permanecieron fieles a su juramento a la República. En varias localidades fueron auxiliados por las escuadras del amanecer falangistas en las acciones represivas, que costaron la vida a unas 150.000 personas a lo largo de la Guerra. El colectivo de los maestros fue especialmente castigado.
La Junta de Defensa.
El golpe de Estado se convirtió rápidamente en una guerra civil y en fecha tan temprana como el 23 de julio del 36 se formó en Burgos la Junta de Defensa Nacional, compuesta por varios generales, con la misión de dirigir las operaciones militares y de controlar la retaguardia en consonancia. El 3 de agosto el general Franco tomó asiento en la misma.
A principios de aquel mes, Juan de Borbón (el tercer hijo varón de Alfonso XIII y futuro padre de Juan Carlos I) fue descubierto en las fuerzas de Navarra como voluntario y expulsado por el general Mola. Volvería a intentar más tarde unirse a las filas de los combatientes, pero su oferta fue declinada con el pretexto del valor de su figura.
La Junta decretó el 23 de agosto la anulación de la reforma agraria. Controló el trigo y la harina, aprovechándose de su dominio de las grandes zonas cerealistas de la Península. Los partidos y las organizaciones del Frente Popular se declararon ilegales.
La ascensión de Franco al mando supremo.
La muerte de Sanjurjo dejó a los insurrectos sin una cabeza visible y las circunstancias bélicas alentaron la necesidad de un mando supremo militar. Franco se impuso a Cabanellas (republicano y masón), Queipo de Llano e incluso a Mola, El Director.
Hombre de ideas conservadoras, gozaba de buena fama entre ciertos círculos empresariales (como el de Juan March) por su contundente actuación contra la Revolución de Asturias. Su jefatura del ejército de África y sus contactos con la Alemania nazi le resultaron de singular valor a la hora de alcanzar el mando superior. A su favor maniobró un grupo de militares entre los que se encontraba Yagüe.
El 28 de septiembre de 1936 la Junta le entregó el mando supremo de los tres ejércitos, con el título de generalísimo y jefe de gobierno. El levantamiento del cerco del alcázar de Toledo fue utilizado para prestigiar su flamante autoridad, la del Caudillo siguiendo la estela del Duce o del Führer.
El posicionamiento oficial de la Iglesia.
Las relaciones entre la Iglesia y la República habían sido habitualmente conflictivas y la persecución religiosa al comenzar la Guerra todavía las enconó más.
El 30 de septiembre del 36 el obispo de Salamanca Pla y Deniel proclamó Cruzada a la insurrección contra la República y el 1 de julio del 37 se hizo pública la Carta colectiva del episcopado español a los obispos del mundo entero, redactada por el cardenal Gomá a instancias de Franco, de apoyo y justificación de la guerra como una obra patriótica contra el comunismo. Eclosionaba así el nacional-catolicismo, tan determinante durante la Postguerra.
El logro del partido único.
Franco no se inclinó por ninguna de las formaciones políticas conservadoras anteriores, como la poderosa CEDA, pero reconoció la necesidad de contar con un partido a su medida, al modo de la Unión Patriótica de Miguel Primo de Rivera. Fusionó para ello un partido tradicionalista y otro fascista con bastantes puntos de fricción.
El fusilamiento en Alicante de José Antonio Primo de Rivera el 20 de noviembre de 1936 benefició sus planes, pues aquél se había mostrado desconfiado con suscribir ciertos pactos políticos. Su sucesor al frente de Falange, el obrerista Manuel Hedilla, fue destituido el 16 de abril de 1937 por la presión de Franco.
Los carlistas también se mostraron díscolos al principio. En diciembre de 1936 sus milicias debieron someterse a la disciplina militar, con la oposición de Manuel Fal Conde, que tuvo que marcharse de España si no quería ser fusilado.
El 6 de diciembre del 36 se celebró el I Congreso de la Sección Femenina de la Falange, dirigida por Pilar Primo de Rivera, hermana del fusilado José Antonio, el Ausente a partir de entonces. El 19 de abril del 37 se decretó la unificación de la Falange (la camisa azul) con la Comunión Tradicionalista (la boina roja), con no escaso descontento de más de un camisa vieja.
El nuevo partido único tomó el símbolo falangista del yugo y las flechas, adoptado a su vez del Tanto monta de los Reyes Católicos (ahora mitificados hasta la exageración), y el himno también falangista del Cara al sol, compuesto en 1935. Su estética era la propia de la de los movimientos fascistas coetáneos, militarista e intensamente nacionalista.
Los primeros gobiernos de Franco.
El 31 de enero de 1938 Franco formó su primer gobierno, en el que tuvo asiento su cuñado Serrano Súñer en Gobernación como auténtico hombre fuerte a su sombra. En el mismo tuvieron participación militares, monárquicos, carlistas y falangistas, las tendencias que acabarían dando lugar a importantes familias del régimen franquista.
El 9 de marzo del 38 se promulgó el Fuero del Trabajo, inspirado en la italiana Carta del Lavoro. Se convertiría en una de las Leyes Fundamentales del franquismo, regulándose la jornada laboral y del descanso, la creación de la Magistratura de Trabajo y los sindicatos verticales que englobaban a patronos y obreros, bajo la dirección del nuevo Estado.
Durante la Guerra se había formado un régimen dictatorial, el franquismo, que englobaba elementos monárquicos y católicos tradicionales y de orden fascista. A la altura de 1939 no se sabía hacia qué tendencia acabaría orientándose tal régimen militar y nadie sospechaba que duraría hasta 1975, a la muerte del mismo Franco.
Para saber más.
Burnett Bolloten, La Guerra Civil Española. Revolución y Contrarrevolución, Madrid, 1989.
Franz Borkenau, El reñidero español, Barcelona, 2010.
Aurora Bosch, Ugetistas y libertarios. Guerra Civil y Revolución en el País Valenciano, Valencia, 1983.
Julián Casanova, De la calle al frente. El anarcosindicalismo en España (1931-1936), Madrid, 1997.
Ronald Fraser, Recuérdalo tú y recuérdalo a los otros. Historia oral de la Guerra Civil española, Barcelona, 2001.
Stanley G. Payne, Falange: historia del fascismo español, Madrid, 1985.