LAS CRUZADAS DANESAS CONTRA LOS PUEBLOS WENDOS DEL BÁLTICO. Por Remedios Sala Galcerán.
La pérdida de Edesa en 1144 indujo a proclamar una segunda cruzada al Papa Eugenio III, cuyos beneficios espirituales y materiales también comprenderían a los caballeros germanos que combatieran a los guerreros wendos, los todavía paganos de la orilla meridional del Báltico.
Los daneses vieron el cielo abierto, pues desde hacía cien años encajaban duras depredaciones de los wendos, hasta tal extremo que bloqueaban los accesos de sus ríos con barreras de estacas de madera.
La cruzada no empezó con buen pie para los daneses, en comparación con los alemanes que pudieron apuntarse algún que otro éxito. Sin embargo, el rey Valdemar de Dinamarca (más tarde conocido como el Grande) logró en 1157 un resonante triunfo con su incursión contra la isla de Rügen, que condujo con la maestría de los antiguos comandantes vikingos.
Aliado con el duque de Sajonia Enrique el León, emprendió distintas campañas anfibias. Sus alargadas naves irrumpían por la desembocadura de los ríos y desembarcaban fuerzas de caballería pesada. Cada nave podía transportar hasta cuatro corceles de tales características. Los grandes núcleos de población wenda se encontraban bastante bien fortificados como para ser tomados al asalto, pero los daneses supieron devastar sus tierras aledañas para privarles de suministros. Tampoco descuidó Valdemar la protección de su retaguardia, y ordenó proteger con buenas defensas los puntos más expuestos de sus dominios.
El monarca de Dinamarca tuvo la colaboración del fundador de la actual capital de la nación, Copenhague, el guerrero obispo Absalón (entonces titular de la sede de Roskilde), que se aplicó con denuedo a la destrucción de las imágenes religiosas wendas. Entre 1160 y 1164 también contó con la alianza de Enrique el León, especialmente valioso por su asistencia militar desde tierra. Sin embargo, las disputas por el botín llevaron a la disolución de aquélla y a la rivalidad entre ambos conquistadores.
Por fortuna para los daneses, su fuerza se había consolidado tras aquella ruptura. En 1168 Valdemar tomó el santuario de la divinidad suprema Svetovit (El que observa el mundo, representado por una cabeza con cuatro caras y un cuerno de la abundancia, de la fertilidad), en el acantilado de Arkona en Rügen. Semejante golpe obligó a las gentes de la isla a aceptar el bautismo y a someterse a la voluntad danesa. Sus naves se sumaron a la de sus conquistadores, y en el 1170 alcanzaron la isla de Wolin, próxima a la desembocadura del Oder, donde vencieron una flota liutiziana. Otra armada wenda fue derrotada ante la isla de Falster en 1172. Semejantes victorias permitieron a los daneses imponer su hegemonía desde Rügen a la desembocadura del Vístula. Los wendos se convirtieron en sus tributarios, temerosos de ser nuevamente golpeados, pero los daneses no se establecieron en sus tierras como conquistadores.
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