LAS COSTUMBRES CHINAS DEL SIGLO XIV Y LA CIRCULACIÓN DE DINERO.
“Los chinos son paganos, adoran ídolos y queman sus muertos al modo de los hindúes. El rey de China es un tártaro descendiente de Gengis kan. En todas las ciudades chinas hay una morería destinada a los musulmanes para que en ella vivan separados, con mezquitas en las que celebrar los viernes, etc., siendo los creyentes muy honrados y respetados. Los chinos infieles comen las carnes de cerdos y perros vendiéndolas en sus mercados. Son gentes acomodadas y de buena vida, pero no se esmeran en la comida ni el vestido. Así, puedes ver a un gran comerciante, cuyas riquezas son incontables, con una aljuba basta de algodón. Sin embargo, los chinos se interesan por los jarrones de oro y plata. Todos llevan una cachaba ferrada para apoyarse al andar y le llaman el tercer pie. La seda allí es muy abundante porque los gusanos son muy dados a las frutas y de ellas comen sin precisar muchas atenciones. Por eso hay tanta seda que hasta la visten los pobres y los desgraciados. De no ser por los mercaderes no se le daría ningún valor. Un ropaje de algodón se trueca por muchos de seda. Es costumbre que todo comerciante funda en lingotes el oro y la plata que tenga. Cada uno de un quintal, más o menos. Después los ponen sobre el dintel de la puerta de su casa y quien posee cinco lingotes se pone en el dedo un anillo; el que tiene diez, dos, y quien dispone de quince es llamado sati, lo que viene a significar lo mismo que en Egipto Karimi (rico). Al lingote denominan barkala.
“Entre los chinos no hay curso de monedas de oro y plata. Todas las que llegan al país se funden en lingotes, como decíamos. Compran y venden con trozos de papel, grandes como una mano y marcados con el sello del rey. Veinticinco de estos billetes reciben el nombre de balist, lo que quiere decir dinar entre nosotros. Si estas piezas de papel se estropean en poder de alguien, las lleva a una casa de la moneda como nuestra ceca y recibe otras nuevas a cambio de las usadas, sin pagar nada porque los funcionarios encargados tienen asignaciones por cuenta del sultán. El regidor de esta casa de la moneda es uno de los principales dignatarios. Si alguien va al mercado con monedas de oro o plata pretendiendo comprar algo, no se las cogen ni le hacen el menor caso hasta que las cambia por balist y así compra cuanto quiere.”
Ibn Battuta, A través del Islam. Edición de Serafín Fanjul y Federico Arbós, Madrid, 2005, pp. 754-755.
Selección de Víctor Manuel Galán Tendero.