LAS AMENAZADAS FILIPINAS. Por Víctor Manuel Galán Tendero.
A mediados del siglo XVIII, el poder español en el Pacífico se veía amenazado tanto por sus rivales como por sus propias debilidades. La conexión entre la Nueva España y las Filipinas, la del llamado galeón de Manila, era fundamental para su preservación, pero los problemas menudeaban.
El almirante británico Anson había amenazado seriamente la ruta española en 1743, capturando el buque Nuestra Señora de Covadonga, que le había reportado un botín de 1.313.843 reales de a ocho. A pesar del sobresalto, las naves españoles prosiguieron arribando a las Filipinas, aunque naufragios como el de Nuestra Señora del Pilar en 1750 resultaron dramáticos. En 1751, llegaron a Acapulco procedentes del archipiélago las naves Santísima Trinidad y Nuestra Señora del Buen Fin, pero la situación de los españoles de allí era dramática.
Tanto su gobernador como el arzobispo de Manila alarmaron de la pésima situación del erario real, pues se habían empeñado 2.310 pesos de sus cajas. Además, las asignaciones o situados de la Nueva España (vitales para su defensa) no llegaban precisamente con prontitud, y ya se debían hasta seis anualidades.
Las autoridades españolas no dejaron de lamentar el deplorable estado de las Filipinas y la infelicidad de sus gentes, aunque todavía en términos poco ilustrados y más propios de la Contrarreforma. Los sangleyes o chinos ateístas, que allí negociaban o se asentaban, eran vistos como gentes amenazadoras de aquella extensión de la dilatada Cristiandad de los reyes de España. Según esta manera de pensar, su gloria se vería mermada con el abandono del archipiélago. También se verían privados de su escudo frente a los ataques enemigos a las Indias Occidentales.
Se diría que los gobiernos de Fernando VI de Borbón mantenían los puntos de vista de los de Felipe IV de Austria cien años después. En vista de ello, no dejaron de proponerse soluciones al uso, como las de evangelizar o expulsar a los sangleyes. Se llamó a las gentes del Comercio y del estado eclesiástico, con mayores fortunas, a arrimar el hombro y a correr con parte de los gastos. Se prometieron gracias y concesiones sin concretar, junto a algún permiso de saca de plata, pero solo se pagaron dos situados de los cinco y dos tercios reconocidos finalmente.
En 1752 triunfaron los expedientes, los parches, y no resulta nada extraño que en 1762 los británicos conquistaran Manila.
Fuentes.
ARCHIVO GENERAL DE INDIAS.
Filipinas, 121, N. 17.
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