LARRA: MORIR POR AMOR, MORIR DE ESPAÑA. Por Pedro Montoya García.
LOS MEJORES PASAJES DE NUESTRA HISTORIA LITERARIA.
Larra: morir por amor, morir de España.
Cuentan que el cañón de la pistola apuntaba a la sien, en realidad, apretaba contra aquello que más le dolía a Mariano José: el corazón. Sin embargo sería un crimen reducir su recuerdo a una locura amorosa, a una obsesión fatal hacia una mujer casada porque su legado fue mucho más allá de la “crónica rosa”.
Ardiente patriota, dolido por la visión de una España que no deja otro remedio más que contemplarla con tristeza, no da otra opción más que escribirla con amargura. En sus artículos de crítica política denuncia los defectos tan nuestros: la burocracia y la tendencia nacional oficinesca; el descuido y suciedad de nuestros lugares; la prácticamente nula afición a la lectura, estudio, ciencia…; la talla ridícula de nuestros políticos.
Se le ha criticado un exceso de celo en las descripciones, en especial para su artículo más famoso Vuelva usted mañana, tal si lo relatado exageraba la realidad hasta poder considerarla injusta; incluso literatos doctos han redactado críticas puntiagudas sobre los defectos de su prosa… Quizás… en cualquier caso aquellos defectos criticaba Larra, amén de estar magistralmente descritos, podrían trasladarse en una proporción importante a nuestra España actual.
Con la misma intensidad, ante esa visión triste ensalza —con la educación como sierra ante la gangrena— otra animada y patriótica:
“Cumpla cada español con sus deberes de buen patricio, y en vez de aumentar nuestra inacción con la expresión de desaliento, ¡cosas de España!, contribuya cada cual a las mejoras posibles”.
Lo mismo que más tarde arengaría John F Kennedy en su famoso discurso inaugural: “No te preguntes qué puede hacer tu país por ti, pregúntate qué puedes hacer tú por tu país.” Larra ya lo expresó antes: sin duda, eran los ciudadanos quienes debían aportar su granito de arena y esa actitud era la clave del progreso del país.
Sin embargo, todo esfuerzo es inútil. Nadie nos lo ha explicado mejor que Antonio Machado: "Larra se mató porque no pudo encontrar la España que buscaba, y cuando hubo perdido toda esperanza de encontrarla". La desazón romántica propia de su época se apodera de él:
“Una nube sombría lo envolvió todo. Era la noche. El frío de la noche helaba mis venas. Quiero salir violentamente del horrible cementerio. Quise refugiarme en mi propio corazón, lleno no ha mucho de vida, de ilusiones, de deseos.
¡Santo cielo! También otro cementerio. Mi corazón no es más que otro sepulcro. ¿Qué dice? Leamos. ¿Quién ha muerto en él? ¡Espantoso letrero! ¡Aquí yace la esperanza!
¡Silencio, silencio! “
A pesar de cometer suicidio, recibió cristiana sepultura en un camposanto… algo impensable en aquella España cavernícola ante semejante pecado, y durante la sepultura otro José, un tal José Zorrilla entonaba un poema y defendía a capa y espada al autor fallecido, la generación del 98 nacería homenajeando a Fígaro (uno de los seudónimos usado por Larra)… una esperanza se enterró en la tumba, pero sobre ella resurgían nuevas victorias, nuevas esperanzas.