LA VERDADERA ARMADA INVENCIBLE (1370-80). Por Víctor Manuel Galán Tendero.
En 1588 la Gran Armada de Felipe II fue derrotada en el Atlántico e Inglaterra pudo presumir de dominio de los mares. Su orgullo se desbordó después de Trafalgar de forma exagerada, y los españoles fueron tachados hasta hace unas cuantas décadas de estúpidos hidalgos incapaces de enfrentarse a un pueblo marinero y moderno.
En los tiempos de la Invencible los ingleses encajaron también fuertes derrotas, pues la guerra fue larga y compleja. Dos siglos atrás la suerte no fue muy favorable a Inglaterra en aguas atlánticas, cuando los castellanos atacaron su litoral con gran determinación.
En las postrimerías del siglo XIII Castilla ya se extendía de mar a mar. Sus navegantes se habían distinguido en la conquista de Sevilla, y su alianza era buscada por los reyes de Francia e Inglaterra, enfrentados en una guerra que verdaderamente duró más de cien años.
Aquella prometedora Castilla tenía su talón de Aquiles: las guerras fratricidas, que también desgarraban a su familia real. El justiciero Pedro I luchó a muerte hasta el final con su hermanastro Enrique de Trastámara. El decidido apoyo inglés no evitó su muerte en Montiel (1369).
Convertido en Enrique II, el nuevo rey de Castilla decidió ajustar cuentas con ingleses y portugueses, y se alió con Francia, deseosa de recuperar territorios perdidos. El canal de la Mancha surcado por todo género de embarcaciones comerciales se convirtió en reñido frente de combate. Si Inglaterra perdía su superioridad naval en el canal, se cortaría su comunicación con sus posesiones continentales, que se perderían con mayor facilidad. Su territorio insular sería atacado directamente, y los castellanos podrían viajar desde el golfo de Vizcaya hasta más allá de los Países Bajos con enorme libertad, redundando en beneficio de su comercio.
Las diferentes localidades litorales de Castilla acudían al llamamiento de su rey en campaña aportando naves, hombres de armas y marineros. Las naos cantábricas no relegaron a las galeras en las operaciones atlánticas de 1370-80. Sus remos les brindaban una notable capacidad de maniobra, muy apta para atacar y huir. Asimismo su poco calado les permitía adentrarse en ciertas ensenadas y ríos. Era la nave de ataque rápido idónea, perfeccionada por la plurisecular experiencia mediterránea.
La plaza de La Rochelle resultaba clave en el dispositivo inglés, y en 1372 fue tomada con éxito por una fuerza combinada de castellanos y franceses, aportando los primeros veintitrés naves de guerra. El Atlántico inglés quedó fatalmente expuesto.
En 1374 los castellanos incursionaron con éxito en la isla de Wigth, y al año siguiente quemaron en la bahía de Borgneuf hasta treinta embarcaciones inglesas.
La mayor incursión se llevaría a cabo con gran éxito en 1377. Bajo Jean de Vienne, Fernán Sánchez de Tovar alcanzó triunfos que hubieran envidiado Felipe II, Luis XIV, Carlos III o Napoleón. Tomó Rye, quemó Lewes, taló la castigada Wigth, incendió Plymouth y Hastings, e hizo sufrir intensamente a Portsmouth y Darmouth.
No sería la última vez que los castellanos demostraran su fuerza naval ante los ingleses e Inglaterra. En 1380 Winchelsea acusaría su golpe. Remontaron el Támesis con una pericia digna del holandés De Ruyter, asolaron Gravesend.
Los patrióticos ingleses de tiempos de Shakespeare, que tanto se quisieron mirar en el espejo de Enrique V, tenían buenos motivos para tener miedo de la furia española, máxime cuando el sucesor de Enrique II de Trastámara era capaz de movilizar un notable poder oceánico.