LA VENTANA MEDITERRÁNEA DE CASTILLA DE ALICANTE-CARTAGENA.
Los castellanos medievales, del Norte del Duero a las Canarias.
Castilla nació en tierras del interior hispano y a medida que fue creciendo se convirtió en una potencia naval cada vez más importante. Las imágenes usuales de los castellanos de la Edad Media se complacen en presentarlos como tipos de llanura, avezados a los largos viajes en pos de sus ganados, capaces de trocar el cayado por la espada y prestos al combate. Ello, evidentemente, no es falso, pero sí muy incompleto, pues entre las gentes de la Corona de Castilla también hubieron consumados marineros. A lo largo del siglo XII las villas de su litoral cantábrico se fortalecieron y participaron con vigor en las campañas reales de la siguiente centuria.
Suscrito en 1243 el acuerdo de Alcaraz entre el infante don Alfonso de Castilla y el gobernante musulmán de Murcia, varias localidades lo rechazaron y no se resignaron a someterse a la nueva situación política. Tal fue el caso de Alicante y Cartagena.
Las naves cántabras, comandadas por Ruy García de Santander, se desplazaron hacia las aguas mediterráneas a fin de reforzar las acciones de las tropas en tierra firme. En 1245 Cartagena sería sitiada con la ayuda de la flota. Al rendirse, su población islámica sería obligada a marchar, y en 1246 recibiría el fuero de Córdoba, además de privilegios para incentivar el corso. Más tarde, también se conquistaría Alicante y los musulmanes que permanecieron serían reducidos a cultivadores de los propietarios cristianos. En 1252 se le concedería igualmente el fuero cordobés, con las franquicias de Cartagena a favor del corso y de exención de ancoraje.
Tanto Fernando III como Alfonso X se mostraron especialmente interesados en potenciar sus dominios mediterráneos. Frente a las pretensiones de otras sedes, se restauró en 1250 la silla episcopal de Cartagena, lo que la convertía en una importante receptora de diezmos a priori. Los señores de navíos, marineros y ballesteros de Alicante recibieron las franquezas de los hidalgos de Toledo en 1257. En 1258 el reino de Murcia se encomendó a un adelantado mayor, Juan García de Villamayor, cuyo hermano Alonso fue el almirante mayor de la mar. De hecho, durante aquel tiempo los castellanos intentaron tomar tierra en el Norte de África, según las indicaciones del papa Inocencio IV de 1245 a 1251. Llegaron hasta el castillo de Tagunt, que algunos autores han ubicado cerca de Tetuán, y tomaron Salé, en las proximidades de Rabat. La afluencia de refuerzos musulmanes determinó su abandono. En 1269 culminaría la unificación benimerín de una buena parte del Magreb, y Castilla tendría que combatir contra un rival más peligroso que el decadente imperio almohade de décadas pasadas.
La insurrección de las comunidades mudéjares del territorio murciano (1264-66) puso en serio peligro el dominio castellano. Jaime I intervino, con no poca oposición en el reino de Aragón, a favor de su yerno don Alfonso. Le preocupaba seriamente la posible desestabilización de sus conquistas valencianas. En el Llibre dels feits se presenta como el caballeroso rey que ayuda a otro, demostrando su valía. Utilizó Alicante como base de operaciones y de aprovisionamiento de sus fuerzas, y logró la rendición de Murcia combinando la presión militar con las negociaciones. A su marcha, dejó pobladores procedentes de sus dominios, pero no obtuvo realmente nuevos territorios.
Alfonso X prosiguió en el empeño de alentar la repoblación murciana, que algunos han considerado una muestra de afecto por un territorio vinculado a sus andanzas juveniles. En 1271 determinó que los templarios y hospitalarios de sus dominios debían embarcarse por Alicante y Cartagena para ir a Ultramar, cuyos Estados cruzadas se encontraban a la sazón en apurada situación.
En este ambiente de Cruzada, se creó en 1272 la orden militar de Santa María de España, con sede en Cartagena. También llamada de la Estrella o de Cartagena, su mando supremo se encomendó al infante don Sancho en calidad de alférez de Santa María y almirante de su cofradía de España. Se estructuró en verdaderos departamentos marítimos, los de Cartagena, Santa María del Puerto, La Coruña y San Sebastián, que constituyen un auténtico precedente de futuras ordenaciones del poder naval español. En sintonía con las grandes esperanzas depositadas en la orden, Alfonso X estableció en su testamento de 1273 que su cuerpo fuera sepultado en el monasterio cisterciense de Santa María de Cartagena. Asimismo, en las Cortes de Zamora de 1274 se acordó que sus caballeros fueran intermediarios de las peticiones de gracia real, y que obtuvieran el tercio de las penas judiciales del monarca. En 1277 obtuvo la orden privilegios ganaderos como el de libertad de movimientos dentro de Castilla para sus ganados. A la muerte en 1275 del primogénito don Fernando de la Cerda y la autoproclamación de don Sancho como heredero real, el mando de la orden pasaría a otras manos, las del maestre Pedro Núñez (antiguo caballero de Santiago con bienes en Murcia) y de su comendador mayor Sancho Fernández.
El poder benimerín se había afirmado en el Estrecho, y el emir Abu Yaqub Yusuf controlaba las plazas de Ceuta y Tarifa. En las Cortes de Burgos de 1277, con el maestre Núñez presente, se pidió dinero para la conquista de Algeciras, pero en 1279 la campaña concluyó en desastre. La armada castellana de ochenta navíos de vela, veinticuatro galeras y numerosas embarcaciones menores no fue bien abastecida en el invierno, y los benimerines la desbarataron. En 1280 los castellanos encajaron una nueva derrota, en Moclín, esta vez a manos de los granadinos. Allí cayeron el maestre de Santiago Gonzalo Ruiz Girón y cincuenta y cinco de sus caballeros, los principales. En vista de ello, la orden de Santa María de España fue absorbida en 1282 por la de Santiago, más dirigida hacia la frontera de Granada, lo que no dejó de perjudicar la posición de Cartagena, según varios autores. A la ciudad de Murcia se acabaría trasladando la iglesia catedral de Santa María con todas sus rentas.
El litoral del reino de Murcia iba perdiendo fuerza en relación a otras áreas, como también se observaría en Alicante frente a Orihuela. En 1296 Jaime II de Aragón irrumpió en el territorio aprovechando la minoría de edad de Fernando IV, pero al final no consiguió dominar todo el reino como pretendía. No obstante, Castilla cedió en 1304 por la sentencia de Torrellas las plazas de Alicante, Elche, Orihuela y Cartagena, pero recuperaría esta última por la reforma de la misma a través del tratado de Elche de 1305.
Con un área costera más reducida y hostigada por la piratería, el poblamiento del reino de Murcia se concentraba en núcleos urbanos fuertes dotados de un amplio territorio, con grandes vacíos humanos y especialmente abiertos a las incursiones granadinas. Los acuerdos de Castilla con el reino de Mallorca de 1327-32 aseguraron la afluencia por el puerto cartagenero de lana del interior peninsular por trigo y otros víveres procedentes del espacio mediterráneo. Base de operaciones durante la guerra de los dos Pedros, Cartagena fue amenazada por el infante don Fernando de Aragón en 1358, y en 1381 temió ser atacada por fuerzas inglesas. Declaró contar solo con 176 vecinos o unidades familiares, por lo que pidió a la ciudad de Murcia cien ballesteros para asegurar mejor su defensa.
En el tránsito de los siglos XIV y XV, Cartagena ganó peso como puerto de corsarios, actuando figuras tan afamadas como Pedro Niño. El desarrollo de la ganadería, de la pesca y del comercio a lo largo del XV favoreció a Cartagena, que a la altura de 1501 había acrecentado su recinto urbano. Contribuyó de forma destacada a la conquista de Mazalquivir en 1505 y de Orán en 1509. Parecía que los viejos proyectos de Alfonso X volvían a cobrar vida, pero al final tampoco se conquistó entonces el Norte de África. No obstante, el auge de Cartagena y el del resto del litoral murciano no se detuvieron, algo que fue igualmente compartido por Alicante desde el lado de la Corona de Aragón. La ventana mediterránea de Castilla ya no era un esbozo.
Víctor Manuel Galán Tendero.