LA UNIÓN SE IMPUSO A LA CONFEDERACIÓN, PERO NO TANTO LOS LIBERALES A LOS CARLISTAS. Por Javier Ramos Beltrán.
En esta vida hay dos tipos de victoria: la aplastante y que no permite al enemigo levantar la cabeza, y la que deja resquicios de victoria al enemigo para que pueda seguir peleando con la cabeza alta. Y estos modelos de victoria ilustran las principales guerras civiles del siglo XIX, donde se avanzaron en las tácticas militares, amén de las guerras napoleónicas y la posterior guerra de Crimea.
Empecemos por las rebeliones carlistas, y es que entre los partidarios del hermano de Fernando VII, Carlos María Isidro de Borbón, no gustó que una mujer como Isabel II fuera la heredera del rey Fernando, empezando la rebelión. Poco a poco, la monarquía de Isabel II fue moderándose hasta convertirse en una monarquía liberal para ganarse el apoyo popular. Aquellos primeros enfrentamientos entre carlistas e isabelinos que acabaron en 1840, cuando la joven reina ya enfilaba la pubertad, fueron una victoria para los isabelinos, pero moralmente los carlistas no fueron derrotados, y es que siguieron defendiendo a los descendientes de Carlos María Isidro de Borbón (para los carlistas, Carlos V de España): Carlos VI y Carlos VII, que nunca llegaron a ser reyes. Sin embargo, más que un conflicto contra los isabelinos (partidarios de la reina Isabel) fue un conflicto contra los liberales, ya que se prolongó hasta la época de Amadeo de Saboya y de la I República Española, e inclusive con Alfonso XII de España. La inestabilidad política de la nación ibérica hacía que la única victoria posible contra los carlistas fuera la pírrica, y es que los monárquicos, liberales, unitarios, federales… eran trozos y pingajos separados entre sí, pero que lograron vencer a los carlistas sin siquiera aplastarlos.
Su contraparte fue la guerra de Secesión Estadounidenses. Las rencillas y las tiranteces entre los sureños esclavistas y los norteños antiesclavistas desembocaron en esta guerra. Pero no fue la esclavitud la razón auténtica por la que se libró la guerra, sino el poder dentro de la República norteamericana. Ambos creían en las teorías de Jefferson, pese a que opinaban los sudistas que la esclavitud era la piedra angular de la Constitución y los norteños en que todos los hombres habían sido creados iguales. Igualmente expansionistas, los sudistas quisieron anexionarse Cuba como estado para acrecentar su ascendiente, algo que los norteños siguiendo un pacto tácito con España impidieron. Lincoln no era un abolicionista radical como sí lo era William Lloyd Garrison. Sin embargo, el presidente aprovechó todo lo ocurrido para hacer ver más fuerte a los Estados Unidos contra los secesionistas dirigidos por Jefferson Davis. Aunque en un principio el poder militar de la nueva nación sudista les llevó a tomar ventaja entre 1861-1863, el punto de inflexión fue Gettysburg, en Pensilvania, donde las tropas norteñas desnudaron todas las carencias de los sudistas, pues eran una sociedad completamente agraria y que dependía de los esclavos (escapando muchos al Norte). La propaganda de la Unión y los medios armamentísticos con los que contaba acabaron por aplastar completamente a la nueva nación confederada, que tuvo que acabar con sus deseos de independencia. Hoy en día se recuerda aquella batalla por los adalides de la liberación de los esclavos, ensalzando a Lincoln, pero en realidad fue un enfrentamiento entre ideologías (al igual que las guerras carlistas), y en el que gracias al patriotismo de la Unión se pudo vencer esta dura guerra, algo que desgraciadamente no pudo ocurrir en España, ya que aunque ganaran los liberales, no salieron reforzados de aquellos enfrentamientos. El endeudado Estado liberal español no pudo coronar su objetivo completamente anulando el régimen fiscal vasco-navarro, algo que alentaría el crecimiento de los futuros nacionalismos periféricos, en vivo contraste con la más cohesionada nación norteamericana.