LA TURBULENTA FRONTERA NORTEAMERICANA DE 1818.
A comienzos del siglo XIX, los Estados Unidos se mostraron más que dispuestos a ampliar su dominio en el Oeste de la América del Norte. Las autoridades españolas de la Nueva España lo vieron con preocupación, coincidiendo con un tiempo de inseguridad política y revolución, y en 1818 el virrey Ruiz de Apodaca envió al secretario de Estado Martínez de Irujo sustanciosos informes, obra del aventurero francés Arsène Lacarrière-Latour, establecido primero en los Estados Unidos y más tarde asesor de los españoles. Seleccionamos algunos de los fragmentos de sus informes, que revelan los profundos cambios que se estaban viviendo en la frontera norteamericana:
“Tomaré por ejemplo la nación todavía numerosa de los iroqueses, que habitaban antiguamente por entero en los límites del Estado de Tennessee y del territorio del Misisipi, de los que casi la mitad han emigrado al O., al principio hacia las orillas de San Francisco, después a las de los Arcos, y aun en este momento proyectan emigrar a las del Colorado de los natchitoches, y lo que diga de esta nación sería aplicable a todas las demás. Por medio de un censo anual de 36.000 dólares, esta nación cedió hace algunos años su derecho de propiedad sobre las tierras que poseía en la Tennessee y el territorio del Misisipi, y cuando en virtud de esta cesión el gobierno (de Estados Unidos) quiso vender las tierras, estos mismos indios se vieron precisados o e comprarlas a dos dólares la yugada o de emigrar hacia el Oeste.
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“Alejando estos indios de los creecks, disminuye la fuerza de la Confederación del Sur, y porque en fin echándolos hacia el O. en las fronteras de las otras naciones es un baluarte seguro y una garantía cierta para la seguridad de los americanos que se hallan ya establecidos, pues que como ha sucedido ya los indios nuevamente venidos deben indispensablemente tener guerra con los antiguos habitantes, y que por consecuencia los habitantes blancos estarán tranquilos.
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“Los iroqueses han cambiado su buena fe primitiva por la astucia, la sagacidad y la mala fe de los americanos. Se han aprendido de éstos el cultivo de las tierras, el modo de hilar el algodón que recogen y de fabricarlo, hasta el punto que se hallan en el día en el caso de no necesitar a los tratantes para vestirse. Si a su ejemplo se han adiestrado en el manejo de las ramas de fuego y a enseñar a los animales domésticos, también igualan a sus maestros en el gusto de las bebidas fuertes y en aquel espíritu turbulento que caracteriza de un modo tan particular a los habitantes de los países del Oeste de los Estados Unidos.
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“Los cuatro quintos del producto de la caza del castor se hallan en poder de los americanos, los que durante seis meses del año se ocupan en la agricultura y durante el resto del año se dedican a la caza. Esta codicia y concurrencia han disminuido de tal modo el número de estos animales que en el día se ven precisados para hallarlos con abundancia a subir hasta la cabeza de los ríos Colorado y Arcos, y aun a los últimos del otoño muchos americanos penetran hasta la llanura del río Norte.
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“Pero el mayor inconveniente de haber entrado los americanos hacia el S.O. es el haber introducido el uso de las armas de fuego entre los panis, los kansas y sobre todo entre las numerosas tribus de apaches y haitanas, con los cuales cambian carabinas y municiones por caballos. Estas naciones de indios que anteriormente no tenían sino lanzas y flechas, y entre los cuales el gobierno español se oponía sabiamente a la introducción de las armas de fuego, empiezan a hallarse provistos, y puedo asegurar que los tratantes se preparan a llevarles en abundancia. Los americanos por estos medios hacen todo lo que pueden para adquirir la buena voluntad de estas naciones errantes, que muy a menudo se hallan en guerra con los españoles. En lugar de procurar apagar este espíritu de enemistad, quieren atizarlo, y me atrevo a predecir que si no se preparan a hacerlos nulos se experimentarán efectos crueles.
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“De poco tiempo a esta parte se ha establecido un comercio de contrabando entre los habitantes de este último país (Nuevo México), los indios y los tratantes americanos. Éstos proveen de sillas de montar, bridas y algunos efectos para sillería, y armas, y además algunas mercancías preciosas, y reciben a cambio pesos fuertes, oro en polvo o en lingotes, o caballos y mulas. Este comercio, que parece lo ignora el gobierno español, no se hace directamente con sus súbditos: son los indios los factores intermediarios. Crece de tal modo que dentro de muy poco será considerable.”
Fuentes.
ARCHIVO GENERAL DE INDIAS.
Estado, 32, N. 41.
Selección de Víctor Manuel Galán Tendero.