LA SINIESTRA FÁBULA DEL PLANETA DE LOS SIMIOS. Por Antonio Parra García.
En la cultura popular del siglo XVIII la idea del mundo al revés se encontró muy arraigada. Los carnavales y las fiestas de los locos eran un respiradero para las personas constreñidas por las normas de la sociedad estamental de honor. Una vez al año… En los azulejos valencianos una liebre dispara contra un cazador. El que mataba criaturas como conejos es ahora víctima de sus propios comportamientos.
No hagas a los demás lo que no quieras que te hagan a ti. En 1968 se estrenó una película que abundó sobre ello. Unos astronautas abandonan la Tierra del siglo XX a bordo de una sofisticada nave. Son los reyes de la creación desde las estrellas. Cuando se despiertan de un largo sueño, de una prolongada hibernación de siglos, han descendido a algo tan molesto como espeluznante.
El mundo pelado y duro eclosionará en el planeta de los simios. La popular película de 1968, dirigida por Franklin Schaffner, adaptaba a la gran pantalla la novela de Pierre Boulle, justo en un momento muy delicado para los Estados Unidos. Cuando mandaban al espacio exterior la Apolo V, libraban una dura guerra en Vietnam. El campeón de los Derechos Civiles Martin Luther King caía asesinado en Memphis. Las ganas de libertad, pese a todos los obstáculos, se extendían por todo el mundo, de Praga a París, sin olvidar México.
El cosmonauta protagonizado por Charlton Heston, avezado en papeles de personas emprendedoras de travesías por el desierto a lo Moisés o Ben Hur, se queda solo, sin compañeros, tras una brutal cacería digna de las matanzas de los pieles rojas denunciadas por los activistas de los sesenta.
El arrogante y escéptico viajero se da de bruces con una sociedad gobernada por orangutanes fomentadores del embuste so capa de ciencia y mantenida a raya por gorilas asesinos. Todo lo que emprenden dicen hacerlo en nombre de la respetabilidad y el bien común. Se trata de una dictadura tercermundista vergonzosa que extermina a los seres humanos, considerados unos inferiores que amenazan los recursos alimenticios de los simios. Sometidos a vejámenes, son privados de toda dignidad. Los reyes de la creación han sido terriblemente destronados. El paralelismo con unos Estados Unidos orgullosos de la épica del Lejano Oeste y discriminadora de los afro-americanos y destructiva de las sociedades amerindias salta a la vista.
La fábula del cazador cazado fue interpretada por Heston, que participó en 1963 en la Marcha por el trabajo y la libertad sobre Washington, por los Derechos Civiles. El entendimiento del sufrimiento del otro, la comprensión por los demás era deseable y posible. Los jóvenes chimpancés de la película son racionalistas e idealistas, que acaban venciendo sus miedos convencionalistas y sus prevenciones para ayudar al astronauta a escapar y a probar su verdad. Todo un homenaje a la juventud universitaria y a su impulso de cambiar un mundo de injusticias.
En un combate con armas de fuego en una playa desolada, el personaje del duro Heston consigue imponer su verdad. Los orangutanes han falseado a conciencia la Historia. Esta vez su triunfo en la gran pantalla no será al modo de Ben Hur sobre Mesala. Su oponente vencido le augura una terrible revelación.
El nuevo Adán cabalga a lomos de su caballo con su sensual Eva. Provisto de su rifle, mira con seguridad el horizonte. No ha sido expulsado de ningún paraíso por ningún dios y está dispuesto a vivir la vida. Vuelve a sentirse el rey de la creación. De repente, cae de rodillas en la playa fulminado por una visión. Su Eva no entiende nada de nada. Maldice y se revuelve dolorido. Acaba de ver destruida la estatua de la Libertad. Se encuentra en un Nueva York futuro, la zona prohibida de los simios, arrasado por una catástrofe hacía mucho. Las secuelas de la película darían contestación a su modo al interrogante. En 1968 muchos pensaron en un apocalipsis nuclear. La Humanidad ha sido capaz de autodestruirse. El augurio se cumple en un final impactante digno del Edipo rey. Nosotros somos causantes de nuestros males.
La Biblioteca del Congreso de Estados Unidos reconoció en 2001 a la película cultural, histórica y estéticamente significativa con toda la razón. Somos simios capaces de no darnos cuenta de las cosas horribles que hacemos. La fábula cinematográfica es una llamada a ser más humanos, verdaderamente.