LA SEMPITERNA GUERRA ENTRE CHIÍTAS Y SUNITAS. Por María Berenguer Planas.
El ya de por sí explosivo Oriente Próximo se ha encendido todavía más si cabe con el conflicto diplomático entre Arabia Saudí e Irán a propósito del trato dispensado en la primera a la disidencia chiíta. Los recientes alineamientos diplomáticos de uno y otro Estado han vuelto a alimentar la larga hostilidad entre el Islam chií y el suní.
Irán, la Persia de otros tiempos, se terminó erigiendo en la campeona del primero. Su territorio entre el mar Caspio y el golfo Pérsico separa el Oriente Próximo del Indostán suní. El orgullo del viejo imperio persa se amalgamó con la preferencia por Alí, el yerno de Muhammad, en el acceso al califato, cuyos doce descendientes serían los auténticos califas. El último, el imán oculto, se dirige a los doctores chiítas a la espera de su regreso. Ante esta revelación dogmática la razón cede.
El sah Ismail (1499-1524) fundó la dinastía Sefévida. De padre turco y madre griega, se decía descendiente del séptimo imán. Tras encabezar las fuerzas de una de las tribus fronterizas de Persia, logró ocupar su territorio y desplazar a la decadente dinastía precedente. Pronto los conquistadores sefévidas chocarían contra otro gran poder islámico, el de los turcos otomanos.
En los dominios orientales de los otomanos, que habían abatido a los mamelucos egipcios, Ismail animó la difusión del chiísmo. En 1513 el sultán otomano Selim I ordenó ejecutar a 40.000 chiítas. Instó a sus ulemas a que declararan hereje al sah y emprendió la guerra santa contra Persia.
Hasta 1590 los sefévidas chiítas y los otomanos sunitas se enfrentaron intermitentemente en una larga guerra, librada especialmente en tierras del Cáucaso y de Mesopotamia. La superioridad de la artillería turca se impuso a la infantería de los persas, cuya caballería siempre resultó muy eficaz. Para los otomanos el frente persa supuso un desgaste de sus energías en un siglo en el que luchó con denuedo contra los Habsburgo.
En 1590 los otomanos lograron afirmar temporalmente su dominio en el Cáucaso, pero la iniciativa del sah Abbas el Grande, que supo ganarse a los kurdos y dotar a sus unidades de artillería moderna, volvió a dar bríos a un conflicto que a día de hoy repunta.