LA REPÚBLICA ESPAÑOLA EN EL EXILIO (1939-46). Por Víctor Manuel Galán Tendero.
El 28 de enero de 1939 Francia abrió su frontera a los civiles que escapaban ante el avance de las tropas franquistas en Cataluña, extendiendo la medida el 7 de marzo a los combatientes. Sólo en febrero entraron en suelo francés medio millón de republicanos españoles, cuyo volumen inquietó sobremanera a las autoridades de Francia, a veces muy proclives a la propaganda del régimen de Franco. Cada día su mantenimiento costaba diez millones de pesetas diarias, pese a la contribución soviética. Los franceses internaron a demasiados en campos de refugiados, de prisioneros, diseminados por su territorio metropolitano y norteafricano, donde estuvieron sometidos al régimen de trabajos forzados en muchos casos. Los que no cayeron más tarde en manos de los nazis nutrieron la resistencia francesa.
Al finalizar la Guerra Civil la maltrecha y dividida República en el exilio sólo consiguió poner en pie la Diputación Permanente de las Cortes, que procuró poner remedio en la misma Francia a la pésima situación de sus compatriotas. La influencia comunista en los círculos republicanos españoles fue todavía peor vista por los políticos franceses tras la firma del pacto entre Stalin y Hitler, antesala directa de la II Guerra Mundial.
En vista de la situación las autoridades republicanas se trasladaron a uno de los pocos países que le había prestado una ayuda generosa, el México postrevolucionario del primer PRI. Tras la caída de Francia en manos alemanas, se negoció la evacuación de los republicanos españoles con el gobierno colaboracionista de Vichy en agosto de 1940, mucho más proclive a entregárselos al régimen franquista para evitarse no pocos problemas internos. En consecuencia se formó en México una Junta de Auxilio a los Republicanos Españoles que pese a sus buenas intenciones fue acusada de corruptelas y de funcionamiento caciquil, especialmente el socialista Indalecio Prieto, por lo que el propio gobierno mexicano terminó tomando cartas en el asunto interviniendo en su gestión.
Ya desde mayo de 1940, con una Europa en la que sólo Gran Bretaña se alzaba frente al III Reich, los republicanos más moderados postularon la restauración de la Constitución de 1931 y un plebiscito popular para conocer el sentir auténtico del pueblo español, ofreciéndose a colaborar política y militarmente con los gobiernos de las naciones ocupadas como el de Polonia o Checoslovaquia a fin de crear tras la derrota fascista unos Estados Unidos de Europa. El idealismo no faltó entre ellos.
Las divisiones entre los opositores al régimen de Franco, como las levantadas por los catalanistas y vasquistas que no se conformaban con lo conseguido en 1936, no evitaron que a mediados de 1941 se contemplara con vivo interés la posible entrada de fuerzas alemanas en la Península para conquistar Gibraltar. España se vería inmersa en la II Guerra Mundial y los republicanos podrían cambiar las tornas. Se llegó a considerar al cardenal Vidal y Barraquer para formar gobierno. En 1942 los comunistas, con una Unión Soviética a brazo partido contra Hitler, acercaron posiciones.
La Conferencia de profesores de La Habana alentó dentro de este ambiente la creación en noviembre de 1943 de la Junta Española de Liberación por republicanos, socialistas y catalanistas, acogiéndose a los principios de la Carta del Atlántico. El Comité de Liberación del general De Gaulle le sirvió de modelo.
Sin embargo, el 24 de mayo de 1944 Churchill les arrojó un jarro de agua fría, cuando trató a Franco con consideración en la Cámara de los Comunes. En agosto, superadas las dificultades de las fuerzas desembarcadas en Normandía, los aliados lograron liberar París, figurando entre sus vanguardias los republicanos españoles. En octubre de 1944 los comunistas auspiciaron una operación militar de reconquista de España. Las fuerzas de la Unión Nacional animada por Monzón no lograron pasar del valle de Arán. La deseada insurrección popular en apoyo de sus tropas no se produjo y el aparato del PCE liquidó a sus responsables. Stalin no quería complicaciones con la Francia liberada y De Gaulle reconoció a la España franquista. A finales de 1944 el intento de reunir Cortes en suelo mexicano ante la inminente caída del III Reich concluyó en fracaso ante las sempiternas divisiones de los republicanos.
En mayo de 1945 los más entusiastas volvieron a la carga en el plano internacional ante la Conferencia de San Francisco que definiría el nuevo orden internacional. Los republicanos españoles denunciaron a la España franquista como fascista y al falangismo como una amenaza contra la seguridad y la democracia en Iberoamérica. Era un residuo de un tiempo de dictaduras que no se podía tolerar en un mundo nuevo.
Al menos el 26 de agosto de 1945 José Giral consiguió formar el gobierno de la República en el exilio con diferentes fuerzas políticas, mientras en la propia España se formaba la Alianza Nacional de las Fuerzas Democráticas ante el clima creado por el fusilamiento de Cristino García y diez guerrilleros más que habían participado en la liberación de Francia.
La decepción volvió a precipitarse sobre la República Española cuando Estados Unidos, ya inmerso en las primeras evoluciones de la Guerra Fría, obligó a Francia a no secundar sus proyectos de intervención militar, recomendando el 5 de mayo de 1946 en la Nota Tripartita, en la que también figuró el Reino Unido, que se lograra la democracia en España por medios pacíficos pese al carácter represivo del franquismo. Las Agrupaciones Guerrilleras que sustituyeron a la Unión Nacional fueron disueltas por orden de Stalin en 1948 al no considerarlas apropiadas para sus propósitos.
También en el exilio la II República fue martirizada por los enfrentamientos internos y por las conveniencias de las grandes potencias. Triste sino el de todos aquellos que creyeron en una España más libre en vísperas de la fundación de las Comunidades Europeas.