LA REPÚBLICA DE SAN BLAS PIDE AYUDA A ESPAÑA (1667). Por Víctor Manuel Galán Tendero.
En la costa balcánica del Adriático floreció entre los siglos XV y XVII la república de San Blas, la de Ragusa (la actual Dubrovnik), enfrentada durante décadas a la de Venecia. Los raguseos fueron hábiles diplomáticos y buscaron la amistad de los reyes de Nápoles, Aragón y España para llevar a buen puerto sus pretensiones.
Los monarcas hispanos les fueron concediendo una serie de privilegios mercantiles a cambio de su cooperación política. Esta alianza acreditó su validez en 1667.
El 6 de abril de aquel año un terrible terremoto conmovió Ragusa. El seísmo tiró por tierra iglesias, conventos y otros edificios. Se cifraron en 5.000 los muertos de una población de 12.000 habitantes. Para colmo de males, un incendio posterior terminó de consumir la riqueza pública de la orgullosa ciudad, ahora arruinada.
Aprovechando el fallecimiento de Felipe IV, presentado como un gran rey, Ragusa envió a la Corte española al franciscano Marino Marinchelo para dar el pésame, aunque la intención de la misión iba más allá de lo protocolario.
Ragusa invocó la ayuda española en tan dramáticas circunstancias. Sus naves siempre habían secundado a los españoles. El virrey de Nápoles debería de dar ejemplo al respecto, pues su comercio siempre había beneficiado al reino napolitano y ante los turcos Ragusa había actuado como antemural defensivo de Italia.
En vista de ello, los nobles y los ciudadanos carentes de riquezas para reedificar la urbe pidieron ayuda al rey de España. Los raguseos requirieron dinero, municiones, materiales y maestros de obras, aunque no se conformaron con la asistencia material.
Se interesaron por la franquicia durante una década de 6 ducados por cada uno de los 500 carros de trigo que podían importar del reino de Nápoles, donde los eclesiásticos raguseos disfrutaban de importantes réditos. La Corona debía de garantizar su pago en todo momento. Además, se solicitó la extensión a todos los dominios españoles de los privilegios de los que ya gozaban en Nápoles y Sicilia desde el siglo XV.
España no se mostraría finalmente tan complaciente, aunque el seísmo que asoló Ragusa sirvió de paso para demostrar el vínculo entre la península balcánica y la ibérica pasando por la itálica. Toda una realidad mediterránea.