LA REBELDÍA RELIGIOSA A FINALES DEL SIGLO XV. Por Juan Carlos Pérez García.
14.05.2014 23:00
Hacia 1500 muchas cosas estaban cambiando. Algunas iban a describir un cambio tan profundo que el mundo no tardaría en percibirse como absolutamente distinto al de años atrás. En un mundo en plena transformación, los cambios a veces se perciben como la normalidad. e la naturaleza de tales cambios implique unas transformaciones tan profundas que alteren la vida y el desenvolvimiento de las sociedad de manera brusca. La ruptura que el fraile agustino alemán Martín Lutero produce con el Catolicismo romano fue un cambio de esta naturaleza. Algunos años antes, Colón había tocado tierra americana, aunque no lo supiera. El arte descubría horizontes totalmente nuevos. La religión era un campo abonado para nuevas ramas cristianas, en ocasiones tenidas como verdaderas herejías.
Las herejías eran definidas como tales por Roma. El Papa contaba ya con una estructura dedicada a reprimir y erradicar la herejía: era la Inquisición. Sin embargo, esta institución estaba todavía en manos de los obispos; lo que no impidió la brutal represión desencadenada contra los cátaros, uno de los diferentes grupos que fueron definidos como heréticos.
Europa estaba poblada de herejes. Desde el año 1000 se acumula la nómina de la herejía. Ahí están Lentardo de Vertus, los patarinos de Milán, Bernardo de Tiron, Ramirhdus de Cambrai, Roberto de Abrissel, Tanclemo, Pedro Valdo y sus seguidores los valdenses, Pedro de Bruys, Enrique de Laussana, el movimiento husita, los utraquistas y taboritas, y para qué seguir. Desde luego, que esto sería interminable; pero es importante retener que la inmensa mayoría de estos movimientos acabaron o empezaron por discutir y combatir la jerarquización de la Iglesia y su tendencia al lujo y el derroche, lo que entraba en directa colisión con el proclamado espíritu de pobreza del mismo cristianismo.
Para los hombres del siglo XXI, apegados a la diosa razón y al materialismo, resulta complicado entender la inquietud religiosa que impregnó los siglos medievales. El mesianismo llegó a presentarse casi como una constante. Las cruzadas, la caída de Constantinopla en manos de los Turcos, la caída de Granada en el “annus mirabilis” de 1492,…Cualquier acontecimiento hacía subir la temperatura del mesianismo. Este mesianismo era cristiano, pero existía también un espíritu mesiánico hebreo, presente en esta minoría que habitaba Europa. La espera de la llegada del Mesías inflamaba los corazones, impulsaba todo tipo de fenómenos sociales. En el caso judío, el mesianismo era lógicamente un fenómeno hondamente arraigado, siendo como es una religión esencialmente mesiánica.
Martín Lutero creció en este ambiente. Pero ¿cómo influye un contexto global en la matriz más puramente personal? La próxima entrada tratará de aclarar el influjo de la atmósfera social en la figura de Lutero. Habrá que analizar los oscuros hilos que unen a su cambio religioso con su Alemania natal, con la Roma católica a la que pertenece y con toda una serie de elementos sociales, políticos y culturales que los historiadores manejan para intentar conferir un sentido a la inserción de un problema personal en un contexto global y en una época.