LA QUERENCIA DEL EMPERADOR JULIANO POR LOS ANTIGUOS DIOSES ROMANOS.
“Y aunque Juliano, desde su más tierna infancia, estuvo inclinado al culto de los dioses, y poco a poco, cuando fue creciendo, aumentaron sus deseos de practicarlo, sin embargo, por temor, realizaba sus ritos pertinentes de la forma más secreta posible.
“Pero cuando terminaron sus temores y se dio cuenta de que había llegado el momento de hacer libremente lo que deseaba, declaró sus verdaderos sentimientos y, con decretos sencillos y claros, ordenó que se abrieran los templos, que se llevaran víctimas a los altares y que se restituyera el culto a los dioses.
“Para que la efectividad de esta disposición fuera mayor, permitió la entrada en el palacio de algunos obispos cristianos que tenían opiniones encontradas, así como de numerosos fieles que estaban también en desacuerdo y les aconsejó que olvidaran sus diferencias y que no había problema alguno para que cada cual, sin ningún temor, tuviera sus propias creencias.
“El objetivo final de esta disposición era que, al aumentar las discrepancias gracias a la permisividad, no tendría que temer luego a un grupo único, pues sabía por experiencia que ninguna fiera es tan peligrosa para los hombres como los propios cristianos entre sí. Y con frecuencia solía decir: “Escuchadme a mí, a quien escucharon los alemanes y los francos”, pensando que así imitaba las palabras del emperador Marco Aurelio, aunque sin advertir que estaba en una situación totalmente diferente.”
Amiano Marcelino, Historia. Edición de María Luisa Harto, Madrid, 2002, 22.5, pp. 461-2.
Selección de Víctor Manuel Galán Tendero.