LA PUGNA POR LA GUAYANA DEL DORADO. Por Víctor Manuel Galán Tendero.

14.04.2024 11:30

                El mito del Dorado no sólo sedujo a los españoles, sino también a los ingleses. Sir Walter Raleigh quiso adueñarse de aquel opulento imperio de metales preciosos y en 1595 comandó un ataque contra las posiciones españoles en Trinidad y en la desembocadura del Orinoco. Llegó a tomar San José de Oruña, en Trinidad, pero ni consiguió establecer un asentamiento inglés ni dar con el Dorado. Dio testimonio de sus esperanzas en su obra El descubrimiento del vasto, rico y hermoso imperio de la Guyana, un verdadero llamamiento a la acción de sus compatriotas.

                A comienzos del siglo XVII, los españoles consolidaron su posición en aquellas regiones. Sus ciudades escogieron un procurador propio para representarlas y defender sus intereses. Con la intención de cortar los rescates o actividades comerciales con los extranjeros, la corona les autorizó a fletar un navío de permiso de porte menor para unirse con la gran flota de Tierra Firme y de Nueva España. A falta de minas de plata y de oro, los españoles comenzaron a cultivar el lucrativo tabaco. Consiguieron en 1616 no pagar alcabala ni almojarifazgo por su venta durante seis años.

                Las cosas parecían enderezarse en la isla de Trinidad y en Santo Tomé de la Guayana del Dorado, pero pronto sus gentes tuvieron que enfrentarse a un aluvión de complicaciones. Padecieron desde 1617 los rigores del gobernador Diego Palomeque de Acuña, y entre ese año y el siguiente encajaron un nuevo ataque inglés. Con una fuerza de cinco navíos y seiscientos hombres, en la que tomó parte activa el segundo hijo de sir Walter, se lanzaron contra las posiciones españolas (calificadas de lugarejos por el mismo sir), quemaron sus tabaqueras, tomaron su navío de permiso e intentaron poner de su lado a los amerindios del territorio. Tal incursión no fructificó, costándole la cabeza al propio Raleigh. A pesar de ciertas instancias, Jacobo I no quiso romper la paz formal con España.

                En aquellas codiciadas tierras habían quedado los españoles maltrechos, reducidos a vivir en los campos y con la vista puesta en marchar a otros lugares. Siguiendo usos muy propios de la época, solicitaron ciertas mercedes de la corona para no desamparar los territorios. Pidieron la exoneración por doce años del impuesto de un real y medio por cada libra de tabaco que pasaba por la aduana de Sevilla, que controlaba así la comercialización oficial del valioso género. Se estimaba que cada año circulaban unas treinta mil libras de tabaco por aquella aduana. La complacencia de los colonos no significaba cuestionar los monopolios de la corona, junto con los intereses asociados. Los compromisos fueron complicados, por muy amenazadores que fueran los enemigos de España.

                Fuentes.

                ARCHIVO GENERAL DE INDIAS.

                Santo Domingo, 179 (R. 3, N. 65; R. 4, N. 81).