LA PRIMERA REVOLUCIÓN FRANCESA DE 1358. Por Víctor Manuel Galán Tendero.
Francia ha sido el país de la Revolución de 1789, la que hizo tambalear con inusitado vigor el Antiguo Régimen. Los grupos de las ciudades se movilizaron paralelamente a los campesinos contra una monarquía en bancarrota incapaz de ofrecer soluciones.
En el fondo aquella revolución tenía hondas raíces en la Historia francesa, pues no era la primera vez que los franceses habían tratado de cambiar su destino. La combinación de inestabilidad política y dificultades económicas ya había agitado con fuerza al reino.
Quizá el primer precedente de 1789 se encuentre en 1358. Es muy cierto que en la Baja Edad Media no encontramos nada similar al pensamiento ilustrado o a las propuestas de una sociedad liberal o democrática, pero sí un cúmulo de circunstancias adversas muy especial.
Francia era uno de los grandes reinos de la Cristiandad, empeñado en derrotar a Inglaterra. Sus ejércitos eran más numerosos que los de otros y su caballería tenía una justa fama de temible. En Poitiers, sin embargo, cayeron derrotados ante las bien dispuestas unidades de Eduardo III de Inglaterra en 1356. El rey Juan y muchos de sus nobles cayeron prisioneros, exigiéndose elevados rescates por su liberación.
La humillación del poder real había sido completa. Por si fuera poco se exigió a un reino castigado por la crisis nuevos tributos para pagar los rescates. Ante la gravedad de la situación se pronunciaron los Estados Generales, la reunión parlamentaria de los estamentos del reino. Aunque su representatividad social era limitada, hablaba en nombre del reino.
Pronto se comenzó a censurar el mal proceder de los consejeros reales, el gabinete de la época que no daba cuenta de sus actos. Se exigió un gobierno responsable que diera buena cuenta y razón de los gastos públicos.
El gran animador del movimiento fue el preboste de los mercaderes de París Étienne Marcel, el gran representante de los grupos burgueses de una ciudad que ya comenzaba a tener un papel preponderante más allá de su mera capitalidad.
Sus seguidores no se quedaron cruzados de brazos ante la resistencia de sus oponentes. Organizaron agitaciones en París y buscaron la complicidad de los grupos dirigentes de otras ciudades del reino. En febrero de 1358 llegaron a asediar el Palacio Real.
No se detuvieron ahí y procuraron contactar con los Jacques, los campesinos del Beauvoisis alzados en armas contra los señores. Del 28 de mayo al 9 de junio la insurrección alcanzó su apogeo. Los cronistas coetáneos, pertenecientes a la nobleza, los acusaron de indecibles atrocidades contra los caballeros, sus familias y sus hogares. De forma un tanto precaria lograron agruparse alrededor de un dirigente carismático y cuyo auténtico nombre permaneció en el anonimato, Jacques Bonhomme.
Al final los campesinos rebeldes fueron derrotados y Étienne Marcel cayó en los combates políticos que sacudieron París. La Revolución se evaporó. Entre los partidarios del cambio existían demasiadas discrepancias. Los burgueses acaudalados con tierras no simpatizaban con el radicalismo campesino, demasiado centrado en cuestiones particulares. No pocos oligarcas parisinos terminaron detestando a Marcel por sus arriesgadas maniobras políticas. Figuras de la alta nobleza como Carlos de Navarra persiguieron por encima de todo sus intereses particulares, aprovechándose de la turbación del reino.
En el fondo la monarquía por la gracia de Dios y la ordenación estamental de la sociedad todavía conservaban todo su vigor a los ojos de los coetáneos. La exaltación de los derechos del hombre y la exigencia de un gobierno emanado del pueblo todavía estaban por venir. De todos modos la Revolución de 1358 nos demuestra que la ciudadanía no es un accidente en la Historia de Francia y de Europa, susceptible de ser extirpado con actos de violencia.