LA POBLACIÓN ANDALUSÍ Y LOS VAIVENES POLÍTICOS (SIGLOS XI-XIII). Por Víctor Manuel Galán Tendero.
No podemos dar cifras sobre la población total andalusí de los siglos XI al XIII, aunque sí podemos considerar cómo le afectaron las condiciones políticas y militares. El poderoso califato de Córdoba terminó derrumbándose, y Al-Ándalus se fragmentó en una serie de Estados, que no siempre han gozado de buena prensa: las taifas. Pese a su riqueza y a su sofisticación cultural, se mostraron incapaces de frenar la expansión hispano-cristiana. En medio de tal zozobra, los almorávides impusieron su dominio, pero al final tampoco fueron capaces de imponerse a los hispano-cristianos ni de frenar el particularismo de los andalusíes, que dio pie a una segunda etapa de taifas. Otro poder norteafricano, el de los almohades, consiguió dominar Al-Ándalus temporalmente, pero al final corrió una suerte muy pareja a la de los almorávides.
Los hispano-cristianos avanzaron decididamente. Cayeron en sus manos ciudades de enorme relevancia, desde Toledo a Sevilla, entre otras muchas. La organización administrativa y militar de la frontera andalusí de tiempos del califato quedó desmantelada. Los límites territoriales con el mundo cristiano y feudal padecieron un notable retroceso. Si en 1040 se extendía del Atlántico al Mediterráneo por tierras del Duero, sierra de Cameros, Calahorra, norte de la ribera de Navarra, sierra de la Peña, Guara, Montsec, valle del Cardoner y costas del Garraf; en 1264 había sido desplazada muy hacia el sur, de la desembocadura del Barbate, norte de la sierra de Grazalema y límites septentrionales de las actuales provincias de Málaga, Granada y Almería.
La conquista cristiana fue un drama para muchas familias, que perdieron su hogar y sus propiedades. Un número indeterminado de personas fueron esclavizadas y vendidas. Aunque a veces algunas comunidades musulmanas aceptaron someterse a la autoridad cristiana como mudéjares, otros muchos prefirieron marchar a tierras islámicas. Julio González sostuvo que la mayoría de los de la taifa toledana huyeron de las ataques de los conquistadores o marcharon tras la capitulación, lo que posibilitó la adscripción de las mezquitas principales al sur de los puertos de Balatomer a la sede toledana en 1089. Alfonso I de Aragón animó la marcha de los musulmanes del reino de Zaragoza hacia tierras del Sharq Al-Ándalus. La conquista de Mallorca fue un duro golpe para la población islámica, no tanto por una matanza como por el desplazamiento de los pobladores de Madina Mayurqa a Menorca, el Sharq Al-Ándalus y el Magreb. Otro descenso notable también se produjo en la Andalucía bética y en tierras murcianas tras el levantamiento de 1264-66.
Sin embargo, no sólo la conquista provocó el desplazamiento de las gentes. El acrecentamiento de la presión fiscal, tanto para satisfacer las parias a los hispano-cristianos como por razones de poder de las autoridades musulmanas, amargaron la vida de más de uno, hasta tal punto que unos cuantos conquistadores cristianos intentaron persuadir a los musulmanes a que no abandonaran su territorio con la promesa de la moderación fiscal, según los usos islámicos. El Rey Lobo, Muhammad ibn Mardanis (1147-72), fue tachado de inmisericorde al respecto. En sus tiempos llegó a correr el relato de un labrador de Játiva agobiado por el fisco. Huyó a Murcia en busca de salvación, pero allí encontró otra pesadilla tributaria.
Conquistas e imposiciones tributarias, más allá de los golpes de las enfermedades y de las hambrunas, redistribuyeron la población andalusí, que también asistiría a la llegada de varios grupos procedentes del África del Norte de la mano de los almorávides y los almohades. En Mallorca la toponimia lo acredita. Un ejemplo sería el de la alquería de Xocara, identificada con el grupo de los Haskura, cuya área de partida se situaba entre Siyilmasa y Agmat. Apoyaron el régimen almohade y sus fuerzas tomaron parte en la campaña de Cuenca y Huete (1172).
Los almorávides otorgaron inicialmente a las gentes recién llegadas concesiones territoriales, procedentes del quinto de las tierras del Estado, según atestiguan los topónimos Rábida, Monastir o Almonacid. Los almohades también lo hicieron, asociándose su acción a los topónimos Ceheguín, La Jineta o El Jinete. Tales concesiones no hereditarias tuvieron paralelismos con las de la Siria del siglo XII, en liza con los cruzados. Tenían carácter público y revocable por la autoridad estatal, careciendo de carácter feudal para la mayor parte de los estudiosos.
La identificación étnica de estos grupos ha interesado a la investigación en los últimos cien años. Además de gentes nómadas procedentes del Sahara y de grupos bereberes, en tiempos almohades llegaron otros considerados árabes. Bajo Abd al-Mumin se establecieron en Córdoba, Sevilla, Jerez y otros puntos árabes descendientes de Hilal ibn Amir, que habitaron áreas de Yahya ibn al-Aziz de Bugía. Abu Yaqub dirigió una epístola en 1181 a los notables cordobeses en la que refería el envío de algunos Banu Riyah, árabes nómadas de Ifriqiya, para combatir en la yihad. Algunos autores han defendido que también se dio una repoblación musulmana en Al-Ándalus, paralela a la de los cristianos.
Para saber más.
Pierre Guichard, Al-Ándalus. Estructura antropológica de una sociedad islámica en occidente, Barcelona, 1976.